El Madrid romántico envolvía con su música este mediodía la Plaza de España. Una de las más grandes obras de la zarzuela, Doña Francisquita, cuyo libreto se basó libremente en la comedia La discreta enamorada del mismísimo Lope de Vega, sonó teniendo como testigo la considerada Plaza Mayor más bonita de toda la Región. La batuta de Antonio Manzanera López daba los primeros compases a un exquisito repertorio en el que la zarzuela estuvo muy presente en la primera parte del Concierto de Año Nuevo, pero que incluía guiños a modo de valses que se dejaban entrever en la selección de Chueca y Valverde mientras se interpretaba La Gran Vía.

El pasacalles de Amadeo Vives recordaba aquellos recorridos de la Banda Municipal de Música previos a las grandes tardes de toros en el coso de Sutullena. Sus músicos paseaban exultantes por las principales calles del casco antiguo antes de hacerlo por el albero seguidos de cuadrillas y toreros vestidos de plata, azabache y oro.

Los músicos, bajo la carpa que asemeja a un invernadero de cristal de los históricos de la fría Europa, dejaron de lado por unos instantes los pasacalles para hacer una selección de Pío Estanislao Federico Chueca y Robres, Agua, Azucarillos y Aguardiente. La Revoltosa se convirtió precisamente en eso. Las palmas de los músicos, animadas por el maestro Manzanera, pusieron a trabajar al público que se sumó como si de un músico más se tratara.

De nuevo, Chueca tomó el relevo, pero esta vez acompañado de Joaquín Valverde, en La Gran Vía. Aquí la música transportó a todos, por momentos, a la Viena de valses y de bailes del emperador Francisco José y de Sissí emperatriz. Los Gavilanes, un pasodoble de Jacinto Guerrero, dio paso a La Parranda, canto a Murcia, de Francisco Alonso. Las palmas animaron la melodía mientras algunos asistentes entonaban los versos del poeta Luis Fernández Ardavín: En la huerta del Segura, cuando ríe una huertana, resplandece de hermosura, toda la vega murciana. Y en las ramas del naranjo, brotan flores a su paso, huertanica de mi amor, tú eres pura, y eres casta como el azahar…

Clásicos del cine

El concierto de la Banda Municipal de Música llegaba a la segunda parte, dedicada a los clásicos del cine. Sonaba entonces la música de El gran dictador, la primera película sonora que dirigió e interpretó Charles Chaplin. El sonido de los distintos instrumentos parecían transportar a todos a una de las escenas en las que la música clásica está presente, la de la barbería. La Danza Hungara número 5 de Johannes Brahams abría un repertorio que continuó con el tercer acto de la ópera Nabuco, de Verdi, en fa sostenido mayor.

El fragmento que inicialmente cantaba la historia del exilio hebreo en Babilonia, tras la pérdida del Primer Templo de Jerusalén, fue más tarde himno para patriotas italianos que –identificándose con el pueblo hebreo- se rebelaban contra el dominio austríaco. El tema de la película Levando anclas, que protagonizaron Gene Kelly, Kathryn Grayson y Frank Sinatra, tomó el relevo. Momento musical, Adiós a los niños, de F. Schubert; y Orfeo en los infiernos, Can can, de J. Offenbach, llevaron a los espectadores a aplaudir con intensidad cada una de las interpretaciones. El final estaba escrito con otro clásico West side story y una selección de las mejores piezas del legendario musical sobre el enfrentamiento entre dos bandas callejeras de Nueva York, adaptación de una famosa obra de teatro de Broadway.

Tras los aplausos se hacía el silencio y el director de la Banda Municipal de Música se tomaba la licencia de felicitar a los asistentes el Año Nuevo. Pocas veces Manzanera se dirige al público. Este domingo lo hacía para alertar de la situación actual de pandemia que había llevado, argumentaba, a que este mediodía la banda estuviese incompleta. “Faltan veinte músicos, por lo que les pido a todos cautela y unidad para intentar acabar con este virus que tantos estragos está haciendo”.

Y agradecía el cariño de todos los asistentes regalándoles un bis en el que, de nuevo, el público fue parte importante. Lo hizo con la Marcha Radetzky, la conocidísima composición orquestal de Johann Strauss, escrita en 1848 en honor al mariscal de campo austríaco conde Joseph Wenzel Radetzky. Sonó impresionante bajo un cielo azul, un sol que difícilmente se puede disfrutar en estas fechas y un telón de fondo único, la vieja ciudad.