«El cielo amaneció oscuro, cubierto de nubes, pero nada hacía presagiar que fuera a llover. Las predicciones no anunciaban alertas por lluvia… y hasta salió el sol por momentos», recuerda Sonia Asensio Pérez. Esta lumbrerense echa la vista atrás para recordar aquel 28 de septiembre de 2012 cuando ‘un tsunami de agua dulce’, como lo calificó el presidente de la Confederación Hidrográfica del Segura, Miguel Ángel Ródenas, arrasó todo lo que encontró a su paso llevándose la vida de cinco personas. Tres eran lumbrerenses y dos lorquinos. Las precipitaciones desencadenaron unos caudales punta de avenida de 4.500 metros cúbicos por segundo en Valdeinfierno (Lorca) y unos 2.500 metros cúbicos por segundo en la rambla de Nogalte (Puerto Lumbreras).

Los expertos calificaron entonces lo ocurrido como «un tsunami de agua dulce» Solete Slow Photo

En el noveno aniversario de la riada a la que se llamó de ‘San Wenceslao’ la hija de uno de los fallecidos recuerda en declaraciones a LA OPINIÓN cómo fueron los últimos instantes de su padre que perdió la vida mientras intentaba salvar la de una pequeña y su abuelo. Antes, logró poner a buen recaudo al hermano de la niña al que dejó agarrado a una farola.

«Murió al intenta salvar dos vidas»

Estos días se conmemora el noveno aniversario de la riada de ‘San Wenceslao’. No ha habido homenajes oficiales. No, desde la pandemia, aunque un grupo de familiares y amigos de los fallecidos acudieron al monolito que recuerda su pérdida. Allí comenzó una historia que Sonia rememora cada día: «la de un héroe, mi padre, que dio su vida intentando salvar a una niña y su abuelo», relata emocionada.

Puerto Lumbreras amaneció como cada día. «Incluso se estaban montando los puestos del mercado en la rambla», relata la joven. Vive en la pedanía lumbrerense de El Esparragal, en la zona de Camino Vera y los Cuatro Caminos. «Me levanté, mandamos a los niños a la guardería y al colegio y me fui a trabajar a la Herboristería que tengo en Puerto Lumbreras». A mediodía comenzó a llover. «Quitaron los puestos del mercado muy rápido y llamaron desde los Vélez alertándonos que para abajo venía lo más grande. Era la hora de salida de los niños del colegio, pero ya no pude bajar hacia El Esparragal. Había unas olas impresionantes», cuenta.

Casi medio siglo de una de las ‘peores avenidas’ de España

En unos días se cumplirá el 48 aniversario de la riada de Puerto Lumbreras, considerada como una de las ‘peores avenidas’ ocurridas en nuestro país. El agua alcanzó un caudal de 3.000 metros cúbicos por segundo y una altura de 15 metros. La importante carga de materiales sólidos arrastrados aumentó la capacidad destructiva provocando la muerte de 89 personas en Puerto Lumbreras y 13 en Lorca. Esta riada no fue como la de San Wenceslao, porque los días previos a aquel 19 de octubre de 1973 llovió intensamente, aunque en esa jornada especialmente.

Llamó a sus padres y a un hermano para alertarles de que la rambla de Nogalte llevaba mucha agua, pero su padre le dijo que El Esparragal estaba tranquilo y no había tanta agua. «Se fue a tomar un café a la estación. Pasado un rato vio cómo venían los coches en cadena arrastrados. Entre ellos, el de un abuelo y sus dos nietos. El coche dio dos o tres vueltas y al ver que eran conocidos, primos de mi madre, se fue a echarles una mano», relata Sonia.

El hombre logró sacar al niño y lo llevó hasta una rotonda un poco elevada. «Lo dejó agarrado a una farola y volvió a por los otros dos. Al abuelo lo arrastró el agua. Pasó por delante de su nieto, que lo relató más tarde, mientras mi padre cogía a la niña, pero una gran ola de agua se los llevó». No supieron de su pérdida hasta que horas después un agente de la Policía Local de Puerto Lumbreras y el padre de la niña lo localizaron. «Lo encontraron muerto entre cañas, troncos y plásticos junto al cuerpo de la pequeña».

Mientras, Sonia y su hermano, esperaban a que la crecida bajase para regresar a casa. Lo hacían en el bar de la estación. Eran ajenos a que su padre había fallecido en la riada. «Mi marido fue alertado, pero nosotros no supimos nada hasta horas después. Cuando vi la cara desencajada de mi tío supe que algo malo había pasado», explica.

Juan Asensio tenía 59 años. Era albañil y sentía «un pánico terrible al agua, por un percance que tuvo». Sus familiares y amigos lo recuerdan como una persona trabajadora, aficionado a hacer vinos con sus propias uvas, amante de las cuadrillas y de jugar al ‘subastao’, «muy campechano». El único consuelo que le queda a su familia es saber que «tomó la decisión correcta. No hubiera podido vivir si no hubiera intentado salvarles la vida a los críos y su abuelo, porque era un hombre fiel a sus principios». Para Sonia, especialmente, es imposible olvidarlo porque su vida está ligada a él. «Nací el día de San Juan, la festividad de su santo. Y cumplía años el 1 de enero. No salíamos ese día, porque había que celebrar el cumpleaños de papá. Está presente a todas horas, cada día… Falleció apenas a unos metros de nuestra casa, en una rotonda por la que cada día paso, a la que me gusta ir y en silencio recordarlo como lo que fue: un héroe».