Cercano el trece de junio, fecha en la que falleció el mejor poeta lorquino del siglo XX, es tiempo de pasear “con versos y palabras por los lugares de Eliodoro, al tiempo que se mantiene viva la llama de la poesía”. Invitaba así, anoche, el escritor Pedro Felipe Sánchez Granados a iniciar una nueva ruta de Eliodoro, y ya van veintiséis. Únicamente la pandemia dejó este recorrido en silencio el pasado año, pero los poemas del lorquino sonaron, aunque lo hicieron en el hogar de sus amigos, de los que lo rememoran año tras año, de los que no lo olvidan, de los que se niegan a que el escritor tras su muerte guarde silencio para siempre.

Estas puestas de sol, / que son como un tesoro / en que la luz nos besa con dulzura de amor, / diríanse una divina música de color / que todo lo arrullara en poetizante coro”. Los versos del poeta, rememorados anoche por Ascensión Pérez-Castejón, presidenta de la Asociación de Amigos de la Cultura, daban inicio al recorrido en la Plaza de España. ‘Es primavera’, ‘El poeta a la noche’, ‘Ciudades muertas’ y ‘Ciudad romántica’, eran leídos por unos y otros seguidores del poeta, de los que más de medio centenar se dieron cita en la vigésimo sexta edición de este paseo.

Inicio de la ruta en la Plaza de España, anoche. PILAR WALS

En las Barandillas, frente a la casa que compartió con su hermana Estrella, se leía ‘Ángulo’. Y lo hacían junto a la escultura de Eliodoro Puche. Un Eliodoro menos conocido, ya que muestra al poeta recién llegado de sus años en Madrid. De su vida madrileña hasta 1928 escribió el periodista César González Ruano, quien trazó de él un retrato que podría darnos idea –como argumenta en algún escrito- de su vida en la capital: “Tenía cuando yo lo conocí un aspecto siniestro y extraño. Iba vestido como un mendigo, pero sostenía en el rostro afilado un monóculo insolente. Era cliente fijo de las tabernas criminales, amigo de enterradores y mozas de la baja y casi aldeana prostitución”.

Vivió en su juventud la bohemia madrileña, recordaba Sánchez Granados, y trabó amistad con los más destacados autores del primer tercio de siglo, entre los que se cuentan Valle-Inclán y Antonio Machado, pero también Juan Ramón Jiménez. El abogado y escritor fue apresado injustamente y permaneció cuatro años en la cárcel. Estuvo privado de libertad en la antigua cárcel de Lorca, pero también en ‘la cárcel de las monjas’, en el antiguo convento de Santa Ana y María Magdalena de clarisas, en la calle Álamo.

Allí, en el viejo convento -recuerdan las monjas más mayores- dejó sus versos escritos a lápiz en las paredes de la celda que ocupó. “Como llueve en la calle. Ahora es la calle / la que ha entrado aquí; fuera es la cárcel, / la soledad, la atmósfera sin aire, / con esa luz esmerilada y acre / de ceniza, gris, húmeda, apagándose. / La luz se ha recogido en esta nave, / con un patín maduro de trigales / requemados de julio, rubia y mate, / poniendo en todo su caricia unánime, / que dice a la tristeza: ‘Hay que alegrarse’”.

Desde la antigua cárcel -detallaba Juan Antonio Fernández, quien más sabe del poeta y que prepara un congreso internacional sobre Eliodoro Puche- algunas de las vicisitudes del lorquino. Y allí, el concejal de Festejos, José Ángel Ponce, leía sus ‘carcelarias’ junto a la edil de Deportes, María Dolores Chumilla. La poeta Isabel Amador, el periodista gráfico Alfonso Sosa, el presidente de los Belenistas Manuel Sevilla y muchos otros daban voz a los versos de Puche que parecían hechos para cada uno de los enclaves de esta ruta.

Los participantes en las Barandillas, frente a la casa donde nació el poeta. PILAR WALS

Y estremecía oír cómo Eliodoro a pesar de estar tan cerca de su casa no podía verla, por los muros de la cárcel. “¡Qué cerca de la cárcel / está mi casa; / si no existieran muros, / te vería, hermana! / En la iglesia vecina / repican las campanas, / agudas, juguetonas, / -cristal y plata-. / campanas, esta tarde / repicáis en mi alma, / recordándome aquella / niña, tan olvidada, / que casi no recuerdo / de tan lejana. / ¡Qué limpios y qué puros / recuerdos de la infancia! / ¡Traedme luz de ayer a sendas de mañana! / ¡Qué cerca de la cárcel / está mi casa; / si no existieran muros / te vería, hermana!”./

En la Cava, ante la estatua de otro lorquino ilustre, el guitarrista Narciso Yepes, una niña leyó ‘A la memoria de Antonio Machado’. Eliodoro Puche recuerda en el poema como iba con Antonio, “por soledades hondas / una tarde cualquiera / de trinos y de rosas”. Pocos abandonos en el recorrido que tuvo otro alto en el camino en el Porche de San Antonio. Ya en penumbra siguieron resonando los versos de Eliodoro del que el próximo domingo hará 57 años que se marchó de este mundo.

La despedida, en la Plaza de Saavedra, ante otro busto del escritor, la puso el propio poeta con un verso que parecía hecho para el momento y que fue leído por Pedro Felipe Sánchez Granados: “Borradme de los ojos / las despedidas; / no quiero ver ni en sueños agitarse / el pañuelo de los adioses; / borradme del recuerdo las escenas / del infecundo llanto / y las promesas vanas… / No quiero más sentir / el corazón tan solitario y triste / como esos puertos / sin velas nijarcias, / ni que mis ojos / estén siempre entreviendo / la imagen de la ausencia. / No quiero yo ser más el marinero / inútil que se queda / relegado en la playa / como un olvido /”.

Faltó, todo hay que decirlo, aquel ‘chatico’ de vino que en los primeros años se tomaba del barril del poeta en el Mesón Cándido. La situación de pandemia lo altera todo, aunque los Amigos de la Cultura hicieron una promesa: “el próximo año recuperaremos las viejas costumbres”. Así sea.