Javier grita de alegría cuando su madre le empuja una y otra vez para que su columpio suba hasta lo más alto. Su risa se entremezcla con la de su hermana María que sube y baja del tobogán sin descanso. Hoy no han ido al cole. Les tocaba revisión con su pediatra. «Les han puesto las vacunas y se han portado muy bien, de premio les he traído un rato al parque», afirma su madre, María Sánchez. El Parque de la Rambla de las Señoritas, que desde hoy llevará el nombre de ‘11 de mayo’, está repleto de flores azules, amarillas, rojas, rosas… la frondosidad de sus árboles apenas deja entrever los edificios del barrio de La Viña desde este enclave. María no es ajena a esto: «Está precioso. Vivimos muy tranquilos. No soy de aquí, pero mi marido sí. Compramos la casa de los vecinos de sus padres», explica.

El silencio lo ocupa todo. Atrás quedaron los ruidos de camiones y excavadoras mientras retiraban cientos, miles de toneladas de escombros de los edificios que sucumbieron al terremoto. Pero ese mutismo se rompe de repente de la tercera planta del número 10 de la calle Jardineros llega un curioso sonido: ‘ti-ti-ti-ti-ti’, que se repite una y otra vez. «Es el titeo de las perdices de un vecino», cuenta Carlos Miñarro. Pero no es el único sonido de aves que se escucha, porque desde otros balcones llegan los cánticos de canarios y jilgueros. «Hay mucha afición a la pajarería por aquí», advierte otro vecino, Salvador Romera. Mientras, ‘Manchita’, una gata negra y blanca «embarazada hasta arriba», como aclara Carlos, es testigo de todo lo que sucede sin moverse de la puerta de su caja. «Llegó un día con sus hermanos y aquí se quedó. Han querido llevársela a una casa de campo, pero no lo tenemos muy claro. Es, nuestro gato adoptado, el gato de todos, porque la conoce todo el vecindario».

Carlos Miñarro y María Molina tienen una tienda multiprecio ‘Aka Carlos’, como reza en el toldo. El negocio está en la planta baja del Residencial Viña Nueva. «Aquí estábamos antes del terremoto y aquí hemos vuelto, aunque por el camino estuvimos en una cochera y en la galería comercial que pusieron mientras se llevaba a cabo la reconstrucción». Se lamenta de que el barrio ya no tiene la misma vida que antes del seísmo. «Falta mucha gente mayor. Se fueron y no han vuelto».

Joaquín Sánchez no se fue. «Vivía y sigo viviendo aquí. Mi casa está justo al lado del lugar donde murió la mujer que iba con sus hijos aquella tarde. Una pena», recuerda, para aseverar que «la reconstrucción ha permitido edificios más fuertes». Por la calle Jardineros una mujer, que lleva 51 años en el barrio, arrastra un carrito de la compra . «Llevo aquí desde que me casé. Cuando llegamos casi no existía La Viña. Ni la iglesia». Vivía en el edificio Grial que se desplomó. «Nos quedamos con lo puesto y lo que pudieron recuperar mis hijos de entre los escombros. Perdimos la casa y la tienda, pero lo importante es que estamos vivos». Se ha comprado tres canapés. «Ahí meto lo verdaderamente importante. Me han dicho que resisten cualquier derrumbe», explica.

A las puertas del Residencial Viña Nueva José Antonio Gilberte se siente satisfecho por cómo es ahora la que fue ‘Zona cero’ del terremoto. «Me quedé sin casa. El edificio se desplazó casi 40 centímetros. Se volcó, literalmente. Lo que tenemos ahora es una maravilla. Ascensor, aparcamientos… y edificios fuertes capaces de resistir lo que tenga que venir».

Andrés Bernabé, el peluquero del barrio, decidió abrir su negocio en la avenida de La Vendimia. «Aposté por La Viña porque me críe aquí». El décimo aniversario del terremoto, agrega, preocupa estos días a los vecinos. «La gente tiene pánico todavía. Hace unos años hubo un movimiento fuera de lo habitual y todo el mundo se echó a la calle». Llega un cliente, Pedro López, a cortarse el pelo. «Del terremoto me acuerdo de sus consecuencias. Estaba jugando al fútbol en Torrecilla y cuando llegué esto parecía el apocalipsis». Y feliz está el butanero Antonio Amate Sánchez. «El reparto es más fácil con ascensores, dónde va a parar». Y a quien no se olvida es a José Alberto Lario Bastida ‘El Flori’. Desde la plataforma de damnificados luchó por la reconstrucción. Hoy, el auditorio que se sitúa en la Rambla de Las Señoritas, llevará su nombre para recordarlo siempre. Una petición que partió de la Asociación de Vecinos de La Viña y que han aplaudido sus amigos y familiares.