Amanece en la Ciudad del Sol. Los rayos del astro rey surcan los tejados como si de un velero meciéndose en un mar de aguas tranquilas se tratara. El canto de un gallo desde los barrios altos parece querer despertar a todos. Y las campanas de San Mateo, Santiago, el Carmen, San Francisco… y la más pequeña, ‘Juanita’, la revoltosa del convento de clarisas, anuncian que un nuevo día está por llegar. La ciudad se cubre de un manto dorado y el bullicio va tomando las grandes avenidas, el laberinto de calles del casco antiguo, las zonas comerciales, las industriales... Muchos otros se levantaron hace ya largo rato. Tocados con gorra o sombrero y con neveras y mochilas repletas de viandas emprendieron antes de que despuntara el alba su marcha hacia los campos rebosantes de alcachofas, lechugas, tomates, brócolis… a bordo de cientos de autobuses. Y el silbido del tren anuncia que -tras cruzar el viejo Puente de Hierro sobre el Guadalentín- se adentra en la ciudad por las Alamedas que aún duermen, pero no por mucho tiempo, porque cientos de niños las llenarán de vida camino de sus colegios.

Esta es la Lorca de hoy. La Lorca en la que sus habitantes se saludan al paso por la Corredera, por Juan Carlos I, la calle Álamo, Nogalte, Jerónimo Santa Fe, la calle Mayor del Barrio, las de nombres de todos los oficios de La Viña… La de plazas repletas de lorquinos y visitantes que frente a un café o una cerveza charlan animadamente mientras el sol broncea su piel. Y de pajarillos que surcan el cielo azul mientras dejan sentir sus cánticos. Esta es la Lorca actual. La de después del terremoto. La que ha vuelto a sonreír de oreja a oreja, aunque esa sonrisa ahora esté escondida entre coloridas mascarillas por imposición de la pandemia.

Esta Lorca es muy diferente a aquella otra de hace diez años, la del terremoto. Entonces, la tierra se tambaleó y todo se puso patas arriba. El silencio se hizo dueño, como también una gruesa capa de polvo que lo volvió todo en blanco y negro. Y donde solo se podía ver destrucción, los lorquinos encontraron una oportunidad para lograr una ciudad mejor. «Fue una tragedia sin precedentes. De una crudeza extraordinaria. Perdimos a nueve lorquinos. Entre ellos, dos mujeres que estaban esperando una nueva vida. No había un guión preconcebido que indicara que pasos había que seguir. Pero es verdad que frente a esta grave crisis se nos brindaba una oportunidad única para ayudar a sectores muy castigados por las circunstancias económicas del momento y poco a poco la ciudad renació convirtiéndose en una nueva Lorca», afirma en declaraciones a La Opinión el alcalde, Diego José Mateos Molina.

Su despacho está enclavado en el recinto histórico de la ciudad. Desde sus ventanas son visibles las ‘huellas’ del terremoto. Y es que la calle Selgas, otrora la vía más comercial y bulliciosa de la ciudad, se muestra repleta de casas señoriales que esperan con ansia sentirse nuevamente en plenitud de facultades. Las demoliciones dejaron únicamente sus fachadas en pie, ayudadas por todo un amasijo de hierros que impiden que caigan al suelo. Pero cruzando el arco de la calle Selgas, camino de la Plaza de España, el espectáculo es muy diferente. La Lorca barroca es imponente. Y más, tras el terremoto. Muy acertada estuvo la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Lorca cuando en su libro Lorca se refería a ella como «la más hermosa Plaza Mayor de toda la Región».

La excolegiata de San Patricio, con su fachada repleta de vítores y leyendas aparecidos tras los trabajos de restauración del terremoto; la casa del coronel Potouse, con su espléndida rejería; el Ayuntamiento; los Juzgados, con un esquinazo en el que se muestran los relieves de los míticos Elio y Crota con grandes mazas y el sol, emblema de la ciudad; el Pósito, que tras su puesta en valor alberga la Casa del Artesano; y la Plaza del Caño, con un ir y venir de empresarios y abogados que se dirigen a sus respectivas sedes en el mismo lugar. Las grúas no han abandonado la ciudad, como tampoco los ruidos de maquinaria vibrante. El paso de los camiones sigue siendo continuo, aunque ya no es tan repetitivo. Y es que las obras del terremoto están en su fase final. «Son los últimos coletazos de la reconstrucción», detalla el alcalde, quien añadió que «las viviendas están casi todas reconstruidas. Las que quedan son por disputas judiciales o entre propietarios». En esa circunstancia se encuentra un edificio de Travesía Ramón y Cajal con puntales que ocupan todavía la mayor parte de la acera.

El Plan director de Recuperación del Patrimonio Cultural de Lorca «está ejecutado en un 90 por ciento», relata Mateos Molina. Entre los monumentos en la recta final están la Plaza de Toros de Sutullena, el Casino Artístico Literario, la ermita de San Lázaro, la Casa de Pedro Arcas y el claustro del antiguo convento de Santo Domingo. «Los panteones declarados BIC (Bien de Interés Cultural) también se consolidarán y reconstruirán tras dilucidarse la propiedad de ellos», explica Diego José Mateos.

Problemas históricos del tráfico se resolverán con dos importantes infraestructuras. La primera está en marcha, el túnel de San Antonio, la principal apuesta del actual alcalde para acabar con las retenciones de cada día. A ella, se sumará la construcción del vial de los barrios altos que conectará San Juan, Santa María, San Pedro, San Lázaro y el Calvario. La mayor parte de los lorquinos han vuelto a casa. «Hay hechos puntuales que se están resolviendo», admite el alcalde, como también reconoce que la amnistía de la Comunidad Autónoma logró desatascar el problema de miles de damnificados de ayudas. La casuística, de cada uno, era muy diferente y expediente a expediente hubo de resolverse. «Quizás faltó información. Nunca se había dado una situación así y se hubiera precisado una mayor claridad para que los damnificados supieran cómo actuar», concreta Mateos Molina.

Renovación integral

Diez años después de la tragedia la renovación ha sido integral, con contadas excepciones en las que se está trabajando todavía, lo que ha permitido una ciudad moderna, con inmuebles más resistentes, con ascensores, aparcamientos, aislamiento acústico y térmico y eficiencia energética. En la ‘Zona cero’ del terremoto, el barrio de La Viña, se ha cuidado especialmente su construcción planificando edificios verticales con más espacio destinado a los vecinos. La nueva Lorca es una ciudad por descubrir. Un museo al aire libre que invita a recorrer cada uno de los monumentos que se han recuperado que suman casi un centenar. En cada uno de ellos, las obras han permitido incorporar nuevos hallazgos, a la vez que se han conservado algunas de esas ‘cicatrices’ para preservar la memoria de lo que ocurrió aquel 11 de mayo de 2011.

Los nuevos espacios al aire libre, coquetas placitas con jardines verticales y fuentes por las que se desliza el agua con ese peculiar sonido, se han convertido en un reclamo para lorquinos y visitantes que cada fin de semana llenan su laberinto de calles en las que diferentes culturas se dan cita poniendo en valor cada uno de los descubrimientos que las obras de recuperación han sacado a la luz. Y poco a poco la ciudad recupera su pulso que se ha visto ralentizado por culpa de la pandemia. El Teatro Guerra ha vuelto a abrir sus puertas y exposiciones, conferencias, charlas y debates vuelven a ocupar las salas de museos, centros culturales y fundaciones. Es la Lorca de después del terremoto, la del Renacimiento, el resurgir de una ciudad y de unos ciudadanos, los lorquinos, que lejos de rendirse vieron una oportunidad para volver a reinventar la Ciudad del Sol.