´La Leyenda Dorada' fue escrita, en latín, hacia el año 1264, por el dominico genovés Fr. Santiago de la Vorágine, dispensándose por la sociedad europea a dicha obra una acogida entusiasta. Reproducida en numerosos manuscritos, circuló de mano en mano durante los dos primeros siglos de existencia, y a lo largo de esos doscientos años, los copistas no dieron a basto a la demanda. En esta obra, su autor recoge numerosas historietas, más o menos fantásticas, que resultaron muy útiles a los artistas (escultores y pintores) a la hora de dar forma comprensible a imágenes en cuyo aspecto se debía recoger su forma de martirio o características más importantes de su vida, a la vez que inspiraran piedad a los fieles que se enfrentaran a ella, según la normativa relativa a las imágenes que dictó el Concilio de Trento.

Con motivo de cumplirse el tercer centenario de la imagen del Santo Patrón de Ricote, San Sebastián (el cual en su día fue nombrado también ´Alcalde Honorario Perpetuo de la Villa'), la cual me atrevo a fechar con seguridad en el S. XVII, aunque su aspecto original haya cambiado mucho por las sucesivas intervenciones de que ha sido objeto a lo largo del tiempo, de las que conocemos las dos últimas, una de Antonio Labaña Serrano y la otra de Olga María Briones Jiménez; me referiré a la fuente en la que debió beber el artista anónimo que la concibió, durante el primer barroco, al parecer un fraile franciscano del convento de S. Joaquín de Cieza, según tradición local no avalada por documentación alguna.

El autor de la ya citada ´Leyenda Dorada' trata del origen semántico de la palabra ´Sebastián', en lo que no entraré pues ya se refirió a ello la historiadora del arte M. Ángeles Gutiérrez, en este mismo lugar. Alude así mismo a su biografía, confirmando que era oriundo de Narbona, aunque avecindado en Milán, habiéndose comportado siempre como un fidelísimo cristiano.

El emperador Diocleciano, a finales del S. III, lo distinguió con su amistad, manteniéndolo al frente de la primera cohorte del ejército imperial, que tenía el encargo de darle escolta, lo que Sebastián aceptó buscando exclusivamente la posibilidad de confortar a los cristianos expuestos a desfallecer en su fe en medio de las persecuciones a las que se veían sometidos. Cuando fue obligado a confesar su fe, el emperador mandó que lo sacaran al campo, lo ataran a un árbol y un pelotón de soldados dispararan sus arcos contra él y lo mataran a flechazos.

Los encargados de cumplir esta orden se ensañaron con su antiguo jefe, clavando en su cuerpo tal cantidad de dardos que lo dejaron convertido en una especie de erizo (Afirma Vorágine). Creyendo que ya había muerto se marcharon. Pero Sebastián no llegó a fallecer pese a la cantidad de flechas que impactaron por todo su cuerpo y, tras ausentarse los soldados, alguien lo desató del árbol y lo libero y curó.

Tiempo después el emperador supo de su existencia porque lo reprendió públicamente por su conducta con los servidores de Cristo. Diocleciano ordenó nuevamente su apresamiento, ser apaleado hasta cerciorarse de su muerte y arrojado su cuerpo a una cloaca para que los cristianos no pudieran recuperarlo ni tributarle a sus restos el culto con que éstos honraban a sus mártires. La orden del emperador fue cumplida, pero la noche siguiente, el santo se apareció a Sta. Lucía y le indicó el lugar donde estaba su cadáver, dándole instrucciones para que lo sacaran de allí y lo sepultaran al lado de los apóstoles en las catacumbas romanas.

En la obra ´Las gestas de los Lombardo', se cuenta que en tiempos del rey Gumberto se extendió por toda Italia una epidemia de peste tan espantosa que apenas se encontraban personas que pudieran enterrar a los muertos. Alguien, por revelación divina conoció que la enfermedad no terminaría hasta que se erigiera en Pavía un altar en honor a S. Sebastián. Se erigió ese altar en aquella ciudad italiana de La Lombardía, concretamente en el templo de San Pedro ad Vincula, y la epidemia cesó. En recuerdo de este hecho, posteriormente se trasladaron hasta allí las reliquias del Santo.

La iconografía del mismo, siguiendo el modelo de un hombre de buen cuerpo y semidesnudo, atado a un árbol y recibiendo las flechas de los soldados imperiales, no tardó en hacerse muy popular en los años posteriores a la mencionada epidemia de peste negra (1347-1353), siguiendo dicha iconografía original hasta el momento, en la estatuaria contemporánea.

Por tanto, las dos características aplicadas al Santo Patrón de Ricote, han sido a lo largo de los tiempos, desde que se acuñó su iconografía en el S. XIV, la de un hombre (de más o menos edad, según gustos), atado a un árbol, recibiendo las flechas martiriales en su cuerpo. A ese aspecto iconográfico, se añade, sobre todo en la pintura (´Ermita del Santo', en Caravaca), la compañía de S. Fabián, ejerciendo su protección sobre tierras y gentes afectadas por mortíferas pandemias. Lo que aceptaron localidades como Caravaca de la Cruz y Cehegín, en la región de Murcia, para dedicarle ermitas, dentro (en el caso de la primera) o fuera de las poblaciones (en el de la segunda localidad), a las que acudieron las gentes durante siglos, sobre todo en tiempos de epidemias.

Quizás en nuestros días sería bueno, además de mirar a la tierra donde se inventan medicamentos y vacunas, dirigir la mirada al cielo buscando la protección de S. Sebastián en demanda de la amenaza contra la salud que supone la presencia del coronavirus, desde el mes de marzo pasado, como nuestros antepasados hicieron, con éxito, en similares circunstancias tiempo atrás.