La lejana y estrecha colaboración que mantengo con Alberto Guillamón Salcedo, conocedor y divulgador de la historia, la vida y milagros de Ricote, y el ´alcahuetismo' de Ricardo Montes, presidente de los cronistas oficiales de Murcia (amigo y maestro) dedicado últimamente (entre las muchas actividades investigadoras que abarca) a estudiar la villa de Ojós y su historia, se han conjurado para contar con mi modesta colaboración respecto a un personaje, que en el caso de Alberto, fue en su juventud su maestro en los años en que ejerció en Ricote, con provecho e interés para con sus alumnos, (entre otros, José Antonio Saorín Rojo y Jesús Guillamón Buendía) y que también ejerció en Ojós según cuenta Ricardo Montes en su estudio.

El hecho de que este maestro nacional, Manuel Marín Baldrich, fuese tío mío (en realidad tío-abuelo, mi madre y el eran primos hermanos) y que se supusiera que yo habría tenido con él algún tipo de relación, me animaron a que ofreciera una pequeña colaboración a la que me presto con agradecimiento y asumiendo las limitaciones que este tipo de trabajos conlleva.

Manuel Marín Baldrich pertenecía a una distinguida y acomodada familia de Cieza, lugar donde nació en 1904, en la popular y señorial calle del Cid (unas casas más arriba nacería también el bibliófilo Antonio Pérez Gómez y donde conservaría hasta su muerte una biblioteca privada, de la más importante de España).

Era hijo de Alfredo Marín Cantó y Almudena Baldrich Marín. Su padre, Alfredo, militar retirado, fue un importante escritor, sobre todo poeta, cuya amplia y rica obra se vio plasmada en los diferentes semanarios que a finales del siglo XIX y principios del XX se publicaban en Cieza.

Manuel (el primo Manolo) fue el segundo hijo de este matrimonio, siendo la mayor una hija (Antonia, conocida como la ´niña Almudena') y el menor José (´Pepito') que también se dedicó al mundo de la enseñanza.

Sobre su actividad magistral, tanto Alberto como Ricardo pueden dar más datos que el que suscribe, pues cuando yo empecé a relacionarme con él ya se encontraba jubilado.

Pero si quiero destacar una faceta que representó un aspecto muy importante de su vida, su afición a la pintura, arte en el que destacó por la calidad de su obra generalmente realizada al óleo (aunque no desdeñó otras técnicas como el pastel o la acuarela) de la que dejó un importante legado, de formación autodidacta, en su haber se conjuntaba el dominio del dibujo con la riqueza de una paleta de variados colores. Sus pinturas, de las más variadas temáticas abarcaba bodegones, paisajes, retratos, temas religiosos (en Ricote en la sacristía de su iglesia se conserva un San Sebastián de su mano).

Esta faceta como pintor hizo que me relacionara con él (el dibujo sobre todo, es una de mis aficiones) y él se brindó a darme clases lo que influyó en que mantuviéramos una estrecha y corta relación.

Desgraciadamente, falleció pronto en 1968 con 64 años, con lo cual no pude seguir asistiendo a sus clases.