La dichosa pandemia ha paralizado la sociedad en muchos aspectos, en unos casos justificados, en otros se ha utilizado al virus para justificar el no hacer nada. Una de las actividades que se han visto afectadas en nuestro país han sido las fiestas populares. Se pueden suprimir y vivir del recuerdo, o recurrir al ingenio, las ganas de trabajar de una forma diferente y, con la colaboración del personal, celebrarlas con todas las medidas de seguridad que bien conocemos, y siempre pensar en tiempo mejores.

Recurramos al recuerdo y veamos cómo se festejaba en Ricote hace un tiempo, más de 130 años, en concreto a finales del siglo XIX. Para ello contamos con un documento bastante interesante, una ordenanza municipal que regulaba esta actividad en 1888.

Las fiestas más importantes, igual que ahora, eran las vinculadas a una conmemoración religiosa, y una práctica tan habitual como festejar con pólvora estaba prohibida en el momento del toque de gloria de Sábado Santo.

Esa anacrónica costumbre de autoridades presidiendo actos religiosos, entonces era obligatoria, su presencia se acordaba en pleno municipal, siempre con la aprobación del párroco. No sólo se regulaba su asistencia a estas actividades en el templo, sino que su participación en las procesiones también estaba normalizada, y los desfiles procesionales tenían un recorrido acordado previamente por las autoridades religiosas y civiles, y ninguna procesión podía salir sin la autorización del poder local.

Vivir en una calle por la cual discurría la procesión era un privilegio al poder contemplarla en primera línea, pero existía una contraprestación, sus dueños tenían la obligación de adornar la fachada para ese momento.

Las opciones de ocio de la población se centraban en dos actividades concretas: carnaval y los bailes generados por cualquier motivo.

Durante los tres días de carnaval se permitía andar disfrazados por la calle, pero, sólo hasta el anochecer.

Disfrazarse conllevaba algunas condiciones, como era no poder llevar armas, ni portar insignia ni disfraz alusivo a ministros de la religión católica, ni autoridades ni funcionarios públicos, fuesen civiles o militares.

La actitud de las personas disfrazadas estaba sometida a control, y cualquier altercado que produjesen con esa indumentaria autorizaba a los agentes de policía a quitar la máscara al infractor.

Los bailes eran controlados por la autoridad local, pues en primer lugar debían estar autorizados, y anunciar en un cartel el tipo de baile para obtener la correspondiente licencia. El cumplimiento de las condiciones declaradas en la solicitud era verificado, sobre el terreno, por la autoridad local o algún delegado de la misma.

Este año, la celebración de las fiestas es un reto para nuestro pueblo, uno más en su historia, y si hay que clasificarlo, este es de los pequeños, pero esperemos que el próximo sea diferente y volvamos a disfrutar de ellas sin las limitaciones que la situación actual impone.