Albudeite, 1 de enero de 2021

Querido Alberto Guillamón Salcedo, dilecto amigo; viviendo enclaustrado en estos extraños días del recién concluido año 2020, la lectura del monumental estudio de Don José Amador de los Ríos, Historia social, política y religiosa de los judíos de España y Portugal (publicada en 1875-6), inevitablemente me ha llevado de nuevo a la incomparable e inagotable obra inmortal de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha; y detenido concretamente en un pasaje del capítulo LIV de la segunda parte. «Recordemos aquí», escribe Amador de los Ríos, «la bella pintura que hace el inmortal Cervantes en el Ingenioso Hidalgo, de la dispersión de los moriscos».

Te remito. Alberto mío, a ese pasaje que ilustra el inesperado reencuentro entre Sancho y su amigo y antiguo vecino el morisco Ricote, entre una cohorte de peregrinos, en realidad moriscos disfrazados€

«Apartémonos del camino a aquella alameda que allí parece», le indica Ricote a Sancho, «donde quieren comer y reposar mis compañeros, y allí comerás con ellos, que son muy apacible gente, y yo tendré lugar de contarte lo que me ha sucedido después que me partí de nuestro lugar, por obedecer el bando de su Majestad, que con tanto vigor a los desdichados de mi nación amenazaba€».

Hízole así Sancho, y hablando Ricote a los demás peregrinos, se apartaron a la alameda que se parecía, bien desviados del camino real. Arrojaron los bordones, quitáronse las mucetas o esclavinas y quedaron en pelotas, y todos ellos eran mozos y muy gentilhombres, excepto Ricote, que ya era hombre entrando en años. Todos traían alforjas, y todas, según pareció, venían bien proveías, a lo menos de cosas incitativas y que llamen a la sed de dos leguas. Tendiénrose en el suelo, y haciendo manteles de las yerbas, pusieron sobre ellas pan, sal, cuchillos, nueces, rajas de queso, huesos mondos de jamón, que si no se dejaban mascar, no se defendían de ser chupados. Pusieron asimismo un manjar negro que dicen que se llama cabial, y es hecho de huevos de pescados, gran despertador de las colambres. No faltaron aceitunas, aunque secas y sin adobo alguno; pero sabrosas y entretenidas. Pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botas de vino, que cada uno sacó la suya de sus alforja; hasta el buen Ricote, que se había transformado de morisco en alemán o en tudesco, saco la suya, que en grandeza podía competir con las cinco.

Comenzaron a comer con grandísimo gusto y muy despacio, saboreándose con cada bocado, que le tomaban con la punta del cuchillo, y muy poquito de cada cosa, y luego al punto, todos a una, levantaron los brazos y las botas en su boca, clavados los ojos en el cielo, no parecía sino que ponían en él su puntería; y desta manera, meneando las cabezas a un lado y a otro, señales que acreditaban el gusto que recibían, se estuvieron un buen espacio, trasegando en sus estómagos las entrañas de sus vasijas. Todo lo miraba Sancho, y de ninguna cosa se dolía; antes, por cumplir con el refrán, que él muy bien sabía, de «cuan a Roma fueres, haz lo que vieres», pidió a Ricote la bota, y tomó su puntería como los demás, y no con menos gusto que ellos...».

Te invito, amigo, a seguir la lectura de este festivo pasaje cervantino, en elogio de la vida, y dando al olvido estos embozados y extraños días padecidos y sentidos con dolor por los seres desaparecidos€

Ricote, un paraíso al pie de los almeces (Enero 2019) ha sido, con justicia, el libro murciano, no de un año sino de una década; y ahí está, unánimemente escrito en la Historia. Como Nuestro Joven Señor San Sebastián de Ricote, sin pizca de frío, planea sobre la Biblioteca, sita en el bello Palacio de Llamas (según ilustra Guillermina Sánchez Oró esta misiva), sigamos nosotros, emulando a los moriscos del Quijote, gozando del regalo de cada día.

Con un gran abrazo,

Tu fiel Alisios Zapata