Una sorpresa mayúscula es la que se han llevado los vecinos de la pedanía lorquina de La Hoya, al comprobar hace tan solo unos días que por sus calles paseaba un hombre al que consideraban fallecido desde hacía tres años y al que, incluso, habían ofrecido varias misas en la parroquia por el eterno descanso de su alma.
Eduardo del Palacio Torralba, que el próximo mes de mayo cumplirá los 71 años de edad, es una persona muy querida y apreciada en la pedanía hasta la que se desplaza, periódicamente, procedente de Cartagena, desde hace más de 40 años, para vender lotería y donde, asegura, tiene muchos y buenos amigos aunque reconoce también que «algún que otro enemigo, aunque no lo es por mi culpa». Siempre estuvo acompañado de sus perros Chito y Lolo, hasta que ambos murieron. Recorría paso a paso La Hoya intentando llevar la suerte a sus vecinos, algo que alguna vez consiguió.
Su destreza y capacidad de comunicar le hicieron ganarse la simpatía y el cariño de los vecinos. Poco a poco se fue introduciendo en las costumbres y tradiciones del pueblo participando en cuantos eventos se organizaban. Durante varios años estuvo colaborando con la cofradía del Santísimo Cristo de Medinaceli, pagando de su bolsillo cada Miércoles Santo, las flores del trono que porta la Virgen de la Esperanza por la que se desvivía en piropos cada Semana Santa cuando participaba como nazareno.
Pero hace tres años la enfermedad que padece se agravó considerablemente, motivo por el que dejó de realizar sus continuados viajes hasta el pueblo que ya lo consideraba como su hijo adoptivo. Un día llegó la noticia de que Eduardo había fallecido. Como era tanto el cariño que los vecinos le habían dispensado durante tantos y tantos años, ya que lo consideraban como uno más de la familia y al no haber podido asistir a su entierro, decidieron como último recurso dedicarle varias misas pidiendo por el eterno descanso de su alma.
Hace unos días, Eduardo apareció de nuevo por el pueblo y nadie se creía lo que estaba viendo. Algunos llegaron a dudar de su presencia y afirmaban que se trataba de otra persona distinta. Los más atrevidos se acercaron para fotografiarlo y publicarlo por las redes sociales hablando de la «resurrección» de quien daban por muerto. Es tal el revuelo que se ha formado en el pueblo que todos quieren ahora estrechar su mano, tocarle y comprobar que sigue vivo. Al conocer la reacción de la gente, Eduardo se lo ha tomado como una anécdota más en su dilatada y complicada vida como consecuencia de la enfermedad que padece y da las gracias a todos, por el cariño demostrado, «aún en el otro mundo», bromea. Eso demuestra, señala, que «soy querido y respetado entre los vecinos de La Hoya y esa es para mí la mayor satisfacción». Añade que se siente «muy orgulloso de poder decir que la mayoría de la gente me quiere y es un honor para mí seguir vinculado a esta tierra».
En el libro «La Hoya, portal de Lorca», que se publicó en el año 2006, el capítulo titulado Un hijo adoptivo está dedicado a él, donde cuenta que le ha pedido a la compañía de seguros de la que es cliente, que cuando llegue la hora de su muerte, incineren su cuerpo y las cenizas sean esparcidas por los alrededores de la ermita donde se venera a la patrona de La Hoya, la Virgen de la Salud. Cuenta asimismo en el mencionado libro que apareció por el pueblo «cuando las puertas de las casas estaban abiertas de par en par durante todo el día, sin temor a que nadie se llevara lo que no es suyo».
Eduardo del Palacio Torralba se siente muy vinculado e identificado con la cultura de la India. Es el fundador del Museo de la India de Cartagena y presidente de la Asociación Cultural India en Cartagena, corriendo por su cuenta los gastos que conlleva y para el que reclama una mayor atención. Está ubicado en la calle Picos de Urbión y se trata del primer museo dedicado a la cultura popular del país asiático con una colección de 200 piezas originales como joyas, trajes e instrumentos musicales.
La asociación la fundó en el año 2014 para promover la cultura india, donde algunos de sus integrantes provienen de dicho país aunque está abierta a cualquier persona que quiera unirse a ella.La sala principal está dividida en cuatro vitrinas centrales dedicadas a la cocina, colección de especias e instrumentos populares. Eduardo se siente orgulloso de que le llamen «Bapu».