«Sí, señora, no hay trabajo desde hace ya tiempo. Nosotros somos ya muy mayores, mi marido tiene 92 (años) y yo voy para 87. Hemos nacido aquí y moriremos aquí». Quien así se expresa es Pascuala, de Macisvenda (Abanilla), una de las vecinas que resisten en el pueblo y que vieron cómo a sus hijos no les quedaba otro remedio que marcharse de ahí. «Mi hija se fue para la parte de Valencia y mi hijo a Elda», detalla. El motivo, «que aquí no hay trabajo ninguno», manifiesta.

Por ejemplo, «en las canteras que había, han tirado a muchos y han dejado a pocos, porque se ve que el mármol ya no se gasta. Antes estaban las canteras. Ahora, nada», comenta. Y es que antaño, esta población llegó a tener en las explotaciones de áridos y canteras de mármol su mayor recurso económico, pero, a día de hoy, son un ámbito protegido para evitar su completo agotamiento.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en Macisvenda viven poco más de 600 vecinos. En otra población de Abanilla, Barinas, hay unos 850. En Mahoya, poco más de 500.

«Y hay más por los ingleses», apostilla Pepe, otro vecino, que aclara que «los llamamos 'los ingleses' a todos, pero hay noruegos, franceses, italianos y belgas». Se refiere a jubilados extranjeros que, en su retiro, se hicieron una casa en la comarca Oriental y ahí se quedaron. «Tienen chalés con piscina», comentan los vecinos. Lo que ocurre es que estos extranjeros no son población activa. Y no dan trabajo a nadie.

El municipio quiere levantar cabeza y se fija en las bondades del turismo rural para hacerlo. Y ahí está, por ejemplo, el Río Chícamo, por donde se organizan rutas senderistas constantemente (el sábado que viene hay otra) al tratarse de un paisaje precioso («un oasis», dicen sus fieles) en medio del lugar árido que es el municipio en sí.

Lo que pasa en Abanilla no solo pasa en Abanilla: las 'migraciones' del pueblo a la ciudad, en busca de una vida mejor, ha dado lugar, desde hace años, a que amplias regiones de la Península Ibérica queden despobladas. Juntas forman la denominada España vacía, que hace unas semanas, poco antes de las elecciones generales, tomaba protagonismo y organizaba manifestaciones en Madrid. «Que seamos pocos no significa que tengamos que vivir peor», argumentaban.

Si nadie lo remedia, «este pueblo se va a quedar como una gran residencia de mayores», apunta José Antonio Blasco, el candidato del PP a la Alcaldía en los últimos comicios. Si es elegido regidor el sábado (tiene 6 concejales, los mismos que el PSOE, y decide el Partido Independiente), se compromete a entregar bonificaciones «tanto a emprendedores como a parejas jóvenes que decidan instalarse en Abanilla». «Bonificaciones en el IBI y en la rehabilitación de viviendas», asegura, al tiempo que admite que en la localidad «falta ocio».

«La gente que trabaja en el Polígono Industrial no vive en el pueblo: viven en Santomera o en Murcia», detalla Blasco, que recuerda que en tiempos fue puntera en Abanilla «la industria del esparto», pero que aquello se perdió al no saber «reciclarse», cree.