Ríanse de la navaja suiza multiusos o del robot de cocina cuyas inacabables utilidades nos dejan perplejos, mientras, como todos los días, se dirigen en busca del último quiosco superviviente de la ciudad. Una vez allí, en amable conversación con el quiosquero, curioseen entre los montones de hojas impresas que huelen todavía a imprenta. Pero no se equivoquen: elijan aquel ejemplar que lleva «las palabras del mismo color que usted las quiere», como aconseja el viejo Balzac, no vaya a ser que confundan La Razón con El País o La Verdad con LA OPINIÓN, equivocación que puede darles el día. Aunque esta advertencia no va con ustedes, porque ya vienen con la idea hecha: comprarán LA OPINIÓN, como cada día.

Una vez doblada esa reliquia del pasado, llévenla debajo del brazo, o en la mano, como si fuera el testigo del corredor de relevos. Y dispónganse a darle el mejor de los usos: mientras regresan, desplieguen ese montón de hojas y, puestas delante de la cara, comiencen a ojearlas, andando pasito a pasito, deteniéndose de vez en cuando, sin dejar de tropezar alguna vez con aceras, farolas y personas; léanlo en un banco tras limpiar con él el polvo del asiento; o en la mesa del café; o refrenen sus ansias hasta apoltronarse en el sofá de casa pertrechados de bata y zapatillas o tumbarse en la hamaca bajo la higuera frondosa o el parral umbrío, teniendo a mano el botijo placentero y el socorrido matamoscas.

Tras sortear las imágenes y las letras gordas de la portada, empezarán a entender el porqué de su nombre: si pasan por la mercería, o cogen la columna al vuelo, o la prefieren dos veces breve, o se asoman al púlpito de la feliz gobernación, allí encontrarán opiniones y sensibilidades para todos los gustos. Luego, trasegada la información local y regional, se enfrascarán en los largos y sesudos artículos de crítica política y social, aligerados por las sabias viñetas del Sabiote o los chispazos encontrados del filósofo lorquino y sus adláteres.

Finalmente, saboreado el mejor suplemento de libros del mundo todo, y los sinfines de cultura y espectáculos, y digeridos los encartes de ciencia, regadíos y cultivos, no olviden que, dispersas por ahí, encontrarán la glosa del profesor Nieto de los eventos consuetudinarios que acaecen en la calle; y ajustadas dosis de arte, o de sexología, o de flamenco, o de doctrina cristiana, hasta llegar a la última página (una vez asimilados los deportes y espectáculos), donde culmina el repertorio opinativo.

Y si alguno de ustedes, como yo, es uno de los privilegiados que, graciosamente, en estos papeles escriben, podrá darse el gustazo de leerse a sí mismo, ansia de muchos al alcance de muy pocos.

Pero una vez leído, por nada del mundo se deshagan de este montón de hojas impresas que ofrece tantas utilidades como conejos saca el ilusionista de su chistera. Sus hojas serán utilísimo envoltorio para empaquetar medio quilo de acelgas, como certificó Julio Cortázar, y también pescados, carnes, frutos secos, semillas y material de ferretería; instrumento de limpieza para fregar cristales, sartenes y otros utensilios de cocina; protector de suelos, muebles y paredes contra humedades y manchas de pintura; material de relleno para proteger vajillas y cristalerías en la mudanza y para ahormar zapatos y bolsos. Y usted y yo tampoco olvidamos que nos fue de inestimable utilidad en las urgencias que acaecen en la soledad de los campos y en otros menesteres que aquí se excusa decir.

Por lo demás, a nadie se le oculta que para la papiroflexia ofrece una llamativa variedad de creaciones artístico-prácticas, desde la delicada pajarita a los sombreros, barcos y aviones, sin dejar atrás los patrones de sastrería.

Pero no olvidemos, además, que un diario en la mano o en la faltriquera nos ofrecerá numerosos usos ofensivos y defensivos, que nos facilitarán la supervivencia en un mundo hostil: proteger la cabeza del sol y la lluvia, e incluso de una pedrea inesperada, y los ciclistas el pecho del frío; abatir moscas y moscones; camuflarse tras sus hojas de curiosos y pedigones; elaborar cerbatanas y pelotillas para batallas incruentas; recortar letras para componer anónimos, o esconder el arma homicida entre sus pliegues.

Finalmente, les diré que, sin ningún esfuerzo, nos permitirá calzar mesas y otros muebles, será almohadilla para bancos y asientos al aire libre, sus márgenes bloc para anotar recados y números de teléfono, y agitándolo despediremos a amigos y conocidos. Para todo esto, y mucho más, algunos todavía compramos LA OPINIÓN.