Lorca y La Opinión. Me pone. En Lorca viví los primeros veinte años de mi vida, y en La Opinión me empeño desde hace treinta. Tengo sesenta, digo con alegría y estupefacción, lo cual supone que entre una cosa y otra hay diez años sueltos. Esos diez debí estar a la espera. Pero todo llega. Mi ciudad (donde nací y aprendí) y mi empresa (donde crecí y aprendo) se amigan hoy. Algunas placas tectónicas encajan.

Cuando Fernando Sánchez, coordinador de la sección de Municipios, cantó una tarde que el ayuntamiento de Lorca había otorgado un premio a La Opinión por su treinta aniversario di un salto en la silla y, aunque ahora no lo recuerdo con exactitud, hice algo, tal vez el mono, eso de darse puñetazos en el pecho. Les diré aquí lo que dije en ese instante a mis compañeros, y es que no lo celebraba tanto por La Opinión, que sí, claro, como sobre todo por Lorca, en concreto por su Ayuntamiento. Tal y como yo lo veo, esa decisión del Pleno municipal es un gesto muy valiente y atrevido, pues este periódico es tan modesto que a veces parece tonto. Nunca nos comparamos con nadie, vamos a lo nuestro y punto. Pero en algún lugar hay alguien que piensa en nosotros y concluye que hacemos algo interesante, más de lo que creemos. Supongo que habría medios de comunicación con méritos, por lo menos equivalentes, a los que el Ayuntamiento podría haber distinguido con menos riesgo de recibir algún reproche de algún otro, no del nuestro en tal caso. Ahí es donde digo que el detalle es un toque de valentía.

Valentía y generosidad. Porque es verdad que La Opinión tiene todavía mucho que hacer en Lorca. (Paréntesis: uno de nuestros defectos es que admitimos públicamente nuestros defectos). Pero no estamos ciegos: vemos que un reconocimiento es un estímulo, un lazo, y que esto exige animar un propósito de mejora. Vamos a ello, porque hoy Lorca y La Opinión bailan juntos y hay emoción en ambas partes. Sabemos lo que queremos: potenciar la información, es decir, la relación. Y no es porque vayamos mal, es que hay que ir mejor. Ya verán.

Con motivo de este encuentro hemos descubierto algo que estaba implícito, aunque no lo habíamos puesto en el escaparate, y es que La Opinión lorquinea. Una prueba son estas páginas, en las que escriben, escribimos, un puñado de blanquiazules añadidos a quienes como Francisco Gómez y Cayetano Montiel se curran a pie de calle las noticias que encajan en el espacio disponible, cierto que escaso para la tercera ciudad de la Región y el segundo municipio más extenso de España. Tal vez se trata a partir de ahora de esponjar lo concentradito.

La nómina es muy amplia, aunque hay algo más importante: es magnífica. José Quiñonero nos presta una palabra cada día del extenso vocabulario lorquino y la describe con precisión e ironía, fuera de cualquier corsé académico y con extraordinaria agudeza y sensibilidad. Su Breviario es un festín de referencias, y cada palabra remite a episodios vitales que se escapan de lo costumbrista para apelar a un mundo real, el de esa Lorca que conserva la sonoridad del tiempo. Fernando Martínez Serrano lanza cada día un quejido o una alabanza sobre el mundo convulso en que vivimos, y trata de entenderlo desde la perplejidad, combinando la paciencia con la indignación, y en esa actitud interpreta a muchos. Pedro Guerrero se salta todas las normas de la sección de Opinión en que se inscribe su columna dominical, porque él puede, y se pone poético, íntimo o flamígero según le venga el día, y siempre deja una estela de candor incluso cuando recupera ímpetus de revuelta. Lucía Perán escribe a diario de lo que le da la gana, aunque se nota mucho que bordea su inconformidad, sobre todo cuando se refugia en la descripción de pequeños placeres (muchos de ellos inequívocamente lorquinos) en apariencia elusivos de la realidad. El plantel lorquino es plural porque así lo es el periódico en general. Pero lo significativo es que hay un plantel lorquino.

Durante algunos años, tras los terremotos de 2011, La Opinión mantuvo en la portada, junto a la cabecera, el dibujo de un corazón estallado coloreado a partes iguales en blanco y azul, obra de Ángel Haro, que después pasó a la contraportada con el lema «No te olvides de Lorca». Queríamos que la atención sobre la tragedia no se disipara y que se mantuviera el foco encendido incluso en los días en que no había noticias sobre el asunto. El corazón de Lorca estuvo durante mucho tiempo colgado de la cabecera del periódico, como si formara parte de la marca. Cuando hoy Lorca y La Opinión se abrazan hay que recordar que no es la primera vez ni será la última. Por eso ese dibujo ha regresado hoy a nuestras páginas. Es nuestro guiño nada secreto, la señal de nuestra permanente complicidad.

Y ahora, si hablo por mí, digo que en Lorca fui feliz. En todo momento, salvo durante las cuatro horas semanales de las clases de Matemáticas. Y que cuando regreso a ella echo en falta el quiosco del Leño: «¡Arriba! ¡Pueblo! ¡Ya!» cantaba las cabeceras de la prensa de entonces ante nuestro regocijo de estudiantes, conformando un lema contrario al espíritu de los editoriales de esos periódicos, aunque lo hacía cuando no había testigos incómodos. Y la librería del Perla, repleta de tebeos y de toda la inabarcable gama de Bruguera en que me gastaba las vueltas de los encargos de mi madre siempre a la espera de la entrega semanal de El Coyote. No sigo, porque no viene a cuento, pero Lorca tenía los espacios precisos (la Alameda, el Zeus, el Polonia, el Asturias...; corto) que nunca he encontrado en otro sitio, como los billares del Pituco o el bar Típico, del que por decoro no puedo dar aquí más detalle.

Lorca es tan bonita como su nombre, que se paladea al decirlo. Aquí tengo amigos, un tesoro de familia y una cama siempre lista. Y que mi otra casa, La Opinión, es querida y distinguida. Estoy contento, no digo más.