Hasta hace un año, nos considerábamos personas afortunadas», dice en voz queda y con rostro compungido. Se llama Cayetano Ros Dólera y es el padre de Beatriz Ros García, la chica que hace algo más de un año fue asesinada en el centro Astrade, donde trabajaba.

Cayetano es conocido, y querido, en su ciudad, Molina de Segura. De joven marchó a Inglaterra, en busca de un futuro mejor. Alemania era el destino preferido de la mayoría de españoles que abandonaban una España empobrecida, pero él optó por las islas. No le faltaron buenas ofertas para establecerse, pero prefería el cielo azul de este dichoso rincón levantino. Regresaba pertrechado con un inglés que era raro de encontrar entre los trabajadores de la época y no tardó en colocarse en la industria de la conserva. Trabajó en Hernández Contreras y en La Molinera. Como responsable de exportaciones viajó por medio mundo. Relata su asombro por la vida, estancada en el medievo, de algunos países árabes. Sintió desde muy pronto la vocación de servicio público y en la legislatura de 1979 a 1982 fue concejal en su ciudad por UCD. El gusanillo político no murió, y sería concejal por el Partido Popular durante casi una década, de 2007 a 2015. Ha sido también voluntario en Cáritas.

Beatriz fue una niña deseada. Muy deseada. Andaba Cayetano por Egipto, en uno de sus viajes de trabajo, acompañado por su esposa, Consuelo García, cuando los avisaron de que había una niña aguardándoles. Fueron a Oviedo a por ella. Era el último año en que la legislación permitió adoptar en una comunidad diferente a la propia. Los psicólogos les realizaron las entrevistas pertinentes. Se llamaba Beatriz, como la amada de Dante, y había nacido en Gijón el 2 de enero de 1986. Beatriz supo desde que tuvo conocimiento que era adoptada y siempre consideró a Cayetano y su esposa sus únicos y auténticos padres. Ya de moza le ofrecieron visitar el hospital de Oviedo y su ciudad, Gijón, pero ella declinó la invitación: su único hogar era Molina de Segura, nada tenía ella que ver con la lejana y lluviosa tierra asturiana.

Beatriz estudió el Bachillerato en el instituto Goya y después realizó diversos cursos en el ámbito de la enfermería y el cuidado de personas con problemas de diversa índole. No se le caían los anillos a la hora de trabajar y durante una época estuvo empleada en una gasolinera. Llevaba ya cinco años de cuidadora en el centro Astrade, desde que este se instalara en Molina. Allí se atiende a personas con trastornos generalizados del comportamiento, básicamente del espectro autista. Alguna vez se producían situaciones de cierta violencia, pero Beatriz sabía capear el episodio.

Aunque no había sido fácil: el primer año se le había hecho duro y la había afectado anímicamente. Hacía apenas un mes que la habían llamado del Servicio Murciano de Salud, pues figuraba en una lista, y estudiaba la manera de compaginar ambos empleos.

Beatriz era de una alegre belleza mediterránea y no le faltaban los pretendientes. Tenía un hijo, Daniel, de cinco años. Apenas una semana antes de los hechos habían celebrado una comunión en el seno familiar. Nadie imaginaba entonces que sus padres habrían de conservar las fotografías de ese día como las últimas fotografías de su hija con vida. En la comunión mostró a la familia sus tatuajes: se había inscrito el nombre de sus padres, uno en cada pierna. Quería simbolizar así que eran sus pilares vitales.

Cayetano, a pesar de la rabia contenida, se muestra prudente, y confiesa desconocer si su hija y su asesino habían mantenido una relación sentimental. «Los padres siempre somos los últimos en enterarnos de esas cosas», afirma. Sin embargo, las amistades de Beatriz niegan que hubiera más relación que la normal entre dos compañeros de trabajo. Y la de la obsesión que anidaba en su mente enferma. Él se llamaba José Antonio Jara García, ´El Jara´, y tenía 48 años, 17 más que ella. Estaba casado y tenía un hijo de 13 años. Vivían en Beniel, de donde era natural. Desde la llegada de Beatriz, se sintió atraído y, parece, había llegado a confesar la atracción a su mujer. Beatriz le confiaba sus problemas y angustias, y tal vez él malinterpretó la circunstancia: vio señales donde nada había.

Tanto Beatriz como sus padres mantenían y mantienen una buena relación con Ramón, marido y padre del niño. «Tú siempre serás mi yerno», le dijo Cayetano. Ramón había encontrado en el bolso de Beatriz una carta de quien sería su verdugo, afirmando que ella le había dado esperanzas y que la aguardaba para estar juntos. Cuando se lo tropezó por la calle, ´El Jara´ le negó cínicamente que la carta fuera suya. Ramón se había sentido molesto por los mensajes de Whatsapps que se cruzaban Beatriz y ´El Jara´, molestia ante la cual, según Ramón, Beatriz reaccionó estableciendo una contraseña para poder bloquear su móvil. Beatriz nunca admitió que hubiera más que amistad entre ella y el conserje, pero aquello había hecho mella en el matrimonio. Ramón confiaba en que la relación se recompondría, y en eso ponía su empeño. Pero ´El Jara´ tenía muy diferentes planes.

«Desde el cielo recordaré eternamente a mi hijito Dani de 5 años, a mi marido y, cómo no, a mis padres, que han sido los dos pilares de mi vida», se lee en el epitafio inscrito sobre el mármol frío, junto a la fotografía de una Beatriz radiante y hermosa.

¿Qué sucedió aquel domingo 28 de mayo? Beatriz estaba de turno de noche, desde las once hasta la mañana. Dejó a su hijo con sus padres y marchó al centro. ´El Jara´ no trabajaba aquella noche, pero, utilizando sus llaves, apareció en torno a las cuatro de la madrugada. Había de cuidar a su madre, ingresada en el hospital, pero pidió a un amigo el favor: en su cabeza ya había cuajado el macabro proyecto.

Ante un amigo emitió la sentencia: «Beatriz será mía o de nadie». Aplicado y previsor, preparó la soga donde habría de ahorcarse tras dar muerte a Beatriz. El lugar elegido era el vestíbulo. Después, el plan se desarrolló según lo previsto. Entró a la habitación donde dormía la joven y la asesinó. A ella le llegó el aliento para intentar una fútil defensa mientras él hundía el cuchillo en su cuerpo una y otra vez. A continuación, marchó en busca de la soga que tan concienzudamente había dispuesto. Tras cuatro intentos fallidos, al quinto fue la vencida y su cuerpo quedó flotando inerte en el silencio de la noche.

No eran aún las siete y media cuando una compañera de Beatriz se encontró con el espectáculo. Dos agentes de policía acudieron a casa de Cayetano y Consuelo, que a esa hora descansaban en el sofá del salón. Pidieron que se llevaran al niño a otra estancia. Y hablaron sin circunloquios: «¿Son los padres de Beatriz Ros? La han asesinado esta noche».

Cayetano tuvo una reacción que suscitó revuelo. Entró a la red social del pajarito azul y escribió un mensaje escueto, atravesado de lacónico desconsuelo: «Mi hija, 30 años y un hijo, ha sido asesinada esta noche en el trabajo. Ya puedo morirme». «No sabía muy bien lo que hacía», dice, «me dieron una pastilla y estaba muy sedado».

Sueña en ocasiones con su hija. Aparece, como si nada hubiera sucedido, y pregunta por su hijo: «Ya debe de tener seis años». Él le pregunta por qué se fue. Padres e hija se funden en un abrazo. «No despertéis al crío», dice ella, «mañana lo veo».

¿No se ha puesto en contacto con él a lo largo de este año largo la mujer de ´El Jara´? Para hablar de qué y por qué pasó. Para hablar de por qué ella ha quedado viuda y su hijo, como el de Beatriz, huérfano. Para hablar de qué extraña y bárbara locura se instaló en la cabeza de su marido. No, la mujer de ´El Jara´ no se ha puesto en contacto con Cayetano. Y él no la critica. Ni Cayetano ni Consuelo han querido ver informes policiales, ni de autopsia, ni de nada. Con lo que saben, les sobra.

Le doy las gracias por Whatsapp por los minutos, difíciles y dolientes, que tan cortesmente ha dedicado a charlar conmigo; desde su foto de perfil me observa Daniel, el hijo a quien cruelmente se le ha privado de su madre.