Insignificante. ¿Qué decir a unos abuelos que perdieron todo? ¿A unos padres a los que arrebataron su corazón? ¿A un hermanito, que aunque todavía no es consciente, jamás volverá a ser besado por los labios de su hermano mayor?

¿Qué decir a todo un pueblo, que con su conducta ejemplar, continúa preguntándose por qué? Por qué ocurrió, por qué a este angelito de tres años. Quién montará ahora el sillín de esa bicicleta que trajo Santa; quién romperá el papel de esos regalos con ojos abiertos como platos y gritará de alegría. Quién dijo que unos padres deben enterrar a un hijo. No. No es este el tipo de emergencias para las que nos entrenan los del 061.

Ese día, a pesar del trabajo en equipo, de la diligencia, de la profesionalidad, de haberlo dado todo... sólo nos quedó esto. Lágrimas en los ojos, un corazón cuarteado y esa sensación de vacío inexplicable. Un silencio atronador de vuelta a la base y una tormenta de lágrimas compartidas con los compañeros de la Policía Nacional que nos escoltaron, con los compañeros de Hemodinámica del HUVA, con los compañeros de las UMEs 14 y 16, con los padres y abuelos del niño, con todo un pueblo. Alcantarilla. Y a pesar de todo no puedo dejar de pensar cuán insignificante somos.

Hoy he mirado a los ojos a los abuelos, a los padres, y he besado la frente del hermanito como hice con su hermano. He abrazado a los padres, a los abuelos, a amigos... Y alzando la mirada al cielo inundada de lágrimas no dejo de pensar.

Lo hicimos todo, lo intentamos de veras, y aunque desde arriba nos mires con vehemencia y agradecimiento, nuestras lágrimas gritarán durante mucho tiempo cuán insignificantes somos.

Te lo digo con el corazón en la mano, hoy se lo he repetido a tus padres, y a tu hermano: lo siento. No pudimos hacer más, y somos conscientes de que todo lo que hicimos no fue suficiente para volver a hacerte sonreír.

Desde aquí, y con todo el amor del mundo, te mando un beso enorme allá donde quiera que estés jugando entre las estrellas.

Descansa en paz, chiquitín.