Cuatro décadas entre rejas. Fue la condena impuesta a Francisca González por asesinato con agravante de parentesco. La mujer mató a sus dos hijos pequeños, Adrián y Francisco Miguel, en su casa de la localidad de Santomera en enero de 2002. Los estranguló con el cable del cargador de un teléfono móvil. Francisca es la protagonista de uno de los crímenes que -junto al de la catana y al de los holandeses, que se juzga ahora- más impacto ha producido en la Región de Murcia.

Ahora, tras pasar 14 años de aquellos crímenes, González disfruta de su primer permiso carcelario. Así lo acordaba la juez de Vigilancia Penitenciaria. La mujer, revelaron fuentes cercanas, detalló expresamente dónde quería ir y, al parecer, tiene intención de permanecer en una casa, con allegados. Asimismo, tendrá que personarse en la comisaría o puesto de la Guardia Civil del lugar en el que esté -fuentes cercanas apuntan a que fuera de la Región- para identificarse, como obliga la normativa. Este domingo, día 2, ha de volver a la cárcel.

Personas que conocieron a Paquita ya dentro de la cárcel -ahora está interna en la de Campos del Río, donde llegó procedente de Villena- aseguraron que la mujer «ya asume el delito» por el que fue condenada.

Asimismo, aseguraron que el comportamiento de la parricida en prisión es «muy bueno» y confirmaron que no pesa sobre ella ninguna medida especial. Pasa sus días «haciendo tareas» y el trato «es correcto». En absoluto está en aislamiento y no se estima que su permiso suponga riesgo alguno.

Celos y afán de hacer daño a su esposo, José Ruiz, camionero de profesión y que se encontraba trabajando en el momento de los crímenes. Francisca González sentía celos por las supuestas infidelidades de su marido. En esa angustia, se llegó a dar a las drogas: en la noche de los asesinatos, la mujer consumió cocaína, aunque, según se reflejaría después en su sentencia, ello no afectó a su «conciencia y voluntad».

Lo que para la opinión pública es simplemente inexplicable ocurrió aquella noche de enero en Santomera: una mujer mató a sus dos hijos -de 4 y 6 años de edad- y lo hizo siendo plenamente consciente de sus actos. Lo confirmaron peritos, varios psiquiatras y psicólogos, quienes a lo largo del juicio informaron que la parricida «sabe distinguir entre el bien y el mal y es responsable de sus actos».

Actuó con absoluta frialdad a la hora de inventarse una coartada y preparar todo para que fuera convincente. Llegó a asistir al funeral de sus hijos, donde se la vio caminando, aparentemente compungida y de negro, abrazada a su esposo. Tras el entierro, fue detenida por los crímenes.

«Lo que más echo de menos son mis hijos, qué quieres que te diga», declaraba Francisca, ya entre rejas, a este periódico en 2002.

«No se está contando lo que sucedió realmente, porque ni yo misma sé lo que pasó», añadía.

Durante el juicio, ella llegó a alegar que no se acordaba de nada y que podrían haber pasado dos cosas: que alguien entrase y matase a los niños y ella no se enterase (porque tomó coca, alcohol y fármacos) o que los hubiese matado ella y no fuera consciente, debido al «trastorno de personalidad que sufría agravado» por los malos tratos que le infligía su esposo y al consumo de cocaína, alcohol y somníferos.

Su argumento no convenció al jurado, que la condenaba a la pena que pedían el fiscal, Manuel López Bernal, y el abogado de la acusación particular, Evaristo Llanos. También se la condenó a indemnizar a su esposo en la suma de 200.000 euros y al hijo mayor del matrimonio con 40.000 euros.