Aunque era la crónica de una muerte anunciada, ello no impide que la tristeza aflore y haga acto de presencia ante el adiós definitivo de la última lonja-pescadería del Mar Menor ubicada en Santiago de la Ribera, que se halla a la espera de la cruel pala que reducirá a escombros el simbólico edificio tras haber permanecido en activo desde hace medio siglo.

La última lonja marinera, con restaurante, que se convirtió en un marcado gancho turístico, de los pocos que todavía atesora la localidad ribereña, ofrecía a pie de playa una terraza sobre la arena húmeda, que hacía las delicias de familias con niños y turistas, ha cerrado sus puertas, despedido a sus trabajadores, y desalojado el mobiliario, mientras se manifestaba abatida esparciendo los recuerdos y vivencias de su larga y dilatada historia a modo de despedida.

Una pena, porque tras varios años de pesadillas legales y de numerosas voces que se han opuesto al cierre del establecimiento por el arraigo sentimental que han ejercido las dos lonjas-pescaderías y que han conformado parte del paisaje tradicional de Santiago de la Ribera, ninguna de ellas se ha salvado.

Ambas, vecinas y compañeras de viaje han luchado juntas hasta el final, intentando salvaguardarse de su delito; estar ubicadas en la misma orilla del Mar Menor, en la playa de Barnuevo, en una zona considerada de dominio marítimo terrestre. En origen las lonjas eran unos barracones-refugios donde los pescadores amarraban sus barcas, que fueron transformando su estructura, tras cambiar de concesionario.

La pescadería de José Sáez Fernández, familiarmente conocido por 'Pepe el Chulo', tras comprársela al tío Antoñico Pardo, mejoró de aspecto al revestirla de madera, aunque con posterioridad cambio de fisonomía varias veces hasta llegar a la que nos ofrece en la actualidad, aunque por pocos días, pues tiene fecha de caducidad inminente. La Lonja Mar Menor, fue inaugurada en julio de 1968. José Sáez, ya fallecido, fue un hombre muy activo que enfocó su actividad al negocio de la anguila y a su establecimiento, por ello, su viuda y propietaria, Manuela de Miguel, ha luchado para conservarlo recurriendo hasta Estrasburgo para evitar su cierre, aunque no ha podido lograrlo.

Por su parte, la otra lonja-pescadería, restaurante, o Lonja de Miguel, fue desde el principio un edificio hecho de obra, al pasar a ser propiedad de Miguel Sánchez Andreu, 'El Mariche', quien la adquirió en el año 1965 a Juan Ballester, hombre dedicado al negocio del pescado conocido con el simple nombre de 'Juan el de la pescadería'.

La pescadería del malogrado Miguel, 'El Mariche', al que sucedió su hijo Juan y más tarde su nieto Miguel Ángel Sánchez Martínez, estuvo orientada a la venta de pescado y de hielo, y tras dos años de agónica espera fue demolida finalmente, en noviembre del año 2012.

Han sido muchas las vivencias y los recuerdos que en torno a estos centros neurálgicos vinculados con la pesca, giraba la vida del pescador y de su familia.

Allí se reunían a charlar algunos con su pipa entre los labios, como Pepito 'El Puche', arreglaban sus redes, compraban el hielo, vendían el pescado, simplemente observaban, ya en la vejez, el ambiente placido de la laguna con la vista puesta en la lejanía de sus recuerdos.Sin embargo, es probable que cuando salga a la luz este escrito, la silueta de la última lonja ya no esté, y haya sido borrada a golpe de pala del paisaje ribereño por obra y gracia de la Demarcación de Costas.

De nada han servido el sinfín de recursos interpuestos, el apoyo y las movilizaciones de los vecinos de Santiago de la Ribera y turistas habituales que llegaron a manifestarse y recoger firmas contra el cierre de estos negocios, tampoco las protestas contra el desalojo de los comerciantes, así como el apoyo de los políticos de todos los partidos, durante años.

Nada ha conseguido frenar lo inevitable, una vez que ha expirado la concesión administrativa concedida en su día para ocupar la zona de Dominio Público Terrestre. Concesión que el extinto ministerio de Marina otorgó en tiempos pasados a los concesionarios por un periodo de 99 años y que luego, tras la aprobación de la Ley de Costas de 1988, se redujo a 25 años. Así que todo el esfuerzo ha sido en vano, y el derribo el inmueble no se hará esperar.