Un ´tambullón´ de lebeche mece la barcaza que se aproxima a la almadraba de La Azohía, en la Bahía de Mazarrón, mientras el pescador Paco 'Marchena' Menchón mira con inquietud el fondo marino. El calado es de unas 15 brazas, pero Marchena, de 61 años, enemigo de los remilgos como buen viejo lobo de mar, se asoma temerariamente a las profundidades, intentando adivinar cuál será la captura del día. «¡La Virgen del Traqueteo! Veo bonitos gordos y ´albacoretas´. A ver si tuviéramos suerte y consiguiéramos algún atún rojo. Vienen del Atlántico por el Estrecho y pasan por aquí para ´desovar´, pero nunca se sabe. El mar es imprevisible, como la vida misma», advierte este experto en la técnica centenaria de la almadraba.

La primera vez que Marchena se echó a la mar tenía 12 años. Su abuelo era pescador, al igual que su padre y ahora también sus hijos. Las aguas de la Bahía no tienen secretos para este veterano con «manos de lija», ya jubilado, que ha surcado la costa mediterránea de punta a punta en busca de suculentas capturas y ha tenido «más barcos que el capitán Nemo». Marchena, que define su profesión como «un arte», asegura que trabajar en la mar «imprime carácter» y que «el mejor pescador no es el que más captura; sino el que menos se marea». Y en este sentido añade: «Ni una caja de Biodraminas consigue quitar el mareo de la mar, que puede durar hasta una semana. Ya lo dice el refrán, ´pa´ no marearte, no embarcarte´».

La almadraba de la Bahía de Mazarrón, con miles de años de historia, es la última del Mediterráneo español. Desde un lugar privilegiado, custodiado por El Vigía de Santa Elena y el Cabo Tiñoso, Marchena supervisa sin perder detalle la dura labor que realizan los 15 pescadores que faenan a lo largo del kilómetro de redes que conforman la almadraba. Aunque ya está jubilado, la irresistible atracción que siente hacia la mar, lo lleva a embarcarse con frecuencia. «Estoy enganchado», confiesa.

El proceso comienza cogiendo los ´chicotes´ (extremos de la redes que sostienen los pescadores de las dos barcas auxiliares). Ahora hay que pasar los peces del ´cuadro´ al ´copo´ (espacio sin salida), para realizar seguidamente la ´levá´.. Ahí es cuando los pescadores del barco de cabeza (Testa I) tiran con esfuerzo de las redes, mientras se van aproximando a la embarcación que recogerá las capturas (Testa II), quedando una frente a otra, a tan solo un par de metros de distancia.

Y es en ese momento cuando comienza el espectáculo. Centenares de hermosos ejemplares que se encontraban ocultos en las profundidades chocan contra las redes del fondo y se dirigen, como proyectiles, hacia la superficie. Bonitos, mújoles, peces voladores, lechas, agujas imperiales, ´albacoretas´, palometas y peces lunan inician un baile frenético lleno de destellos y aleteos, pura vida sacada de su contexto que se rebela en sacudidas agonizantes.

Sin perder un minuto, los pescadores comienzan a ´copegear´ y capturan los ejemplares atrapados en las redes con el salabar, que, una vez izado, los descarga en el la cubierta del Testa II. «¿Lo oléis? ¡Es vida!», exclama Marchena, cuya expresión denota ahora la ilusión contenida del pescador retirado que vendería su alma al diablo, por volver a faenar como un muchacho de 20 años. La lucha de los pescados no cesa y su sangre salpica violentamente tanto la cubierta del barco como a los pescadores, que ahora se afanan en clasificar las capturas y colocarlas en cajas de madera, para su posterior subasta en la lonja de La Chanca, que tendrá lugar por la tarde. Los ejemplares que no cumplen la talla mínima son devueltos al mar. La sangre tiñe también las aguas donde agonizan el resto de peces que esperan ser izados a cubierta.

El día ha ido bien. Una captura de casi tres toneladas formada por bonitos, bacoretas y una lecha de 12 kilos. Aunque no ha habido suerte con el esquivo atún rojo. Ni un solo ejemplar entre las redes. «Yo cuando veo a mi mujer también procuro rodearla, como hace el atún, para que no me mande hacer recados», bromea Marchena, un maestro de las artes de pesca para el que la almadraba no es tanto una obsesión, como un estilo de vida en sí mismo.