­Un payo y un gitano de Totana, ´El Corro´ y ´El Rosao´, se convirtieron en los primeros falsificadores y expoliadores de España tras confeccionar réplicas de vasijas argáricas tan exactas que ni el director del Museo del Louvre fue capaz de detectar que eran meras copias de los restos arqueológicos que ambos se encargaban de excavar a finales del siglo XIX en el yacimiento de La Bastida, en Totana.

«Era mano de obra barata, gente que trabajaba por un bocadillo y un vaso de vino, pero que al fin y al cabo eran iletrados», explica Javier García del Toro, profesor de Arqueología de la Universidad de Murcia. ´El Corro´ y ´El Rosao´ no sabrían leer ni escribir muy bien, pero sí sabían que sus ´tesoros´ valían su peso en oro. O, al menos, en reales.

Después de ver que los ´señoritos´ se volvían locos por los simples trozos de barro que, a su entender, ellos desenterraban, idearon un plan. «Se les ocurrió empezar a falsificar ollas argáricas», dice Del Toro. Para darles la apariencia de antiguas, después de moldearlas «las metían en arena, las rebozaban en boñigas de caballo y dejaban las piezas al menos una semana en las playas de gravilla de Águilas, justo en la zona donde rompen las olas, para que adquirieran ese aspecto envejecido», añade el profesor.

Los hermanos belgas Enrique y Luis Siret y el francés Pierre París, director del Museo del Louvre, -que a finales del siglo XIX trabajaban en las excavaciones que se realizaban en La Bastida- cayeron en la trampa de los totaneros y les compraron varias piezas, dándolas por auténticas.

Pierre París se llevó a París las ollas, piezas que junto a la Dama de Elche -que había comprado poco tiempo antes por 5.0000 pesetas-, pasaron a ocupar las vitrinas del Louvre.

El negocio del payo y el gitano se torció cuando el párroco de Totana, viendo el interés que despertaban las antigüedades en estos dos hombres, les regaló un libro de láminas: Las cerámicas precolombinas aztecas de México. A ´El Corro´ y a ´El Rosao´ les parecieron tan bonitos estos nuevos adornos que, ni cortos ni perezosos, empezaron también a copiarlos y a hacerlos pasar por hallazgos de yacimiento de La Bastida.

El truco no coló y los expertos arqueólogos, aquellos a los que habían sacado el dinero, descubrieron el timo. Sus falsas obras de arte se retiraron de los muesos de Francia, Bélgica y Berlín. «Hasta los años 80, se quedaron en los fondos de esos museos como posibles falsificaciones, ya que hasta esa época no había métodos lo suficientemente avanzados para poder detectar si las piezas eran o no verdaderas», recalca Del Toro, que afirma que algunas de estas vasijas llegaron a exponerse en la región, concretamente en el Museo de Jumilla.