­Suena la campana del animero. Es la señal indiscutible de que algo extraordinario está a punto de ocurrir en una casa cualquiera de Abarán. Poco después, un voluntario con la túnica de la Hermandad de Ánimas entra por la puerta portando al Niño Jesús entre sus brazos.

«El Niño Jesús entra en esta santa casa», exclama el cofrade, a lo que los presentes responden «bienvenido sea», mientras cantan villancicos y adoran al Niño. Cuando todos han besado la imagen, el porteador se despide con la frase «hasta el año que viene».

Es una escena que ayer, día de los Reyes Magos, se repitió en todas y cada una de las 4.500 viviendas de Abarán y sus pedanías de San José Artesano, Barriada Virgen del Oro y Hoya del Campo, al margen de las visitas que los voluntarios realizan a los centros hospitalarios de Cieza y Murcia, así como a las residencias de ancianos de la comarca donde viven vecinos de Abarán.

Es el Día del Niño, una conmemoración centenaria y única en el mundo que los abaraneros celebran cada 6 de enero.

Al margen de la adoración al recién nacido, la fiesta se convierte en un alegato a la unidad familiar. La tradición marca que, al menos ese día, toda la familia tiene que estar unida a la espera de tan ilustre visita, olvidando las diferencias que puedan existir entre unos y otros.

El momento más esperado de la fiesta se produjo, una vez más, alrededor de las ocho de la tarde, cuando los voluntarios sacaron de la iglesia de San Pablo a unas 10 imágenes que recorrieron las casas del centro del pueblo. En total, recorrieron las calles este año unas 25 imágenes del Niño Jesús, a las que este año ha ayudado a vestir el pintor blanqueño Pedro Cano.

El recorrido se prolongó hasta bien entrada la madrugada, cuando los cofrades de la Hermandad de Ánimas retornaron a esta parroquia y despidieron la tradición hasta el año próximo.

Pero al margen de lo estrictamente religioso, la fiesta de la noche del Niño se convirtió un año más en la excusa perfecta para divertirse y así se pudo ver grupos de jóvenes y mayores que se prodigaban de casa en casa hasta prácticamente el amanecer.