Tenía que que ser el Mundial de la potente Hungría, la selección que practicaba un fútbol arrollador, pero Alemania Federal, que se estrenaba con esa denominación y regresaba tras el veto por la Segunda Guerra Mundial, dio la gran sorpresa. Y más cuando en la primera fase había sido goleada por los magiares.

Fue un torneo con muchas novedades. La principal, la presencia televisiva, aunque solo para ocho países europeos. Otras, como el sistema de competición, resultaron desquiciantes. Hubo ‘cabezas de serie’ designados a dedo, dos por grupo, que no se enfrentaban entre sí, y España se había quedado fuera por la ‘mano inocente’ de un niño italiano, Franco Gemma, que sacó el papel de Turquía.

Un camino más largo

Fue el campeonato del mundo con mayor promedio goleador, (5,3 tantos por partido). El Austria-Suiza (7-5) es el partido con más goles, 12, en la historia de los Mundiales. Hungría marcó 17 en la primera fase, entre ellos un 8-3 a Alemania Federal -el otro fue un 9 a 0 a Corea del Sur. Luego, los magiares se impusieron por el mismo tanteador, 4-2, a Brasil y Uruguay para plantarse en la final. El camino alemán fue más largo, tuvo que desempatar con Turquía (7-2), pero luego se deshizo de Yugoslavia por 2-0 y goleó a Austria (6-1) en ‘semis’.

Aun así, nadie esperaba el desenlace final, y menos cuando Puskas y Zcibor pusieron el 2-0 en ocho minutos. La remontada, con gol de Morlock (10’) y doblete (18’ y 84’) de Helmut Rahn fue de tal tamaño que se consideró el ‘milagro de Berna’. Años más tarde, en 2010, un reportaje desveló el dopaje de varios jugadores germanos.