Ya en su lanzamiento nos gustó el pequeño Twizy y pese a que no ha conseguido el éxito o la popularidad esperables en un vehículo que aúna casi todas las ventajas de una moto con la mayoría de las que encontramos en un coche, hemos querido volver a probar a fondo a este urbanita destacado que se ha reafirmado como una solución muy válida.

A punto de publicarse el programa de ayudas y subvenciones con las que el Estado apoyará la compra de vehículos no contaminantes -todo apunta a que serán mayores en el caso de los eléctricos e híbridos, en detrimento de los diésel que serán penalizados-. Cuando empezamos a ver en nuestro país las restricciones de uso por contaminación que podríamos ver a no mucho tardar en nuestras ciudades -ojo a Cartagena-, los vehículos no contaminantes empiezan a ser elecciones a tener en cuenta.

Hemos aprovechado nuestras necesidades puntuales de un intenso uso urbano, combinado con salidas al extrarradio de unos 30 km diarios, para someter al pequeño Twizy a una prueba de ´fuego real´ que ha superado con buena nota.

A su peculiar aspecto -sigue girando cabezas a su paso y preguntas en los semáforos- hay que sumar la genialidad de sus puertas -opcionales- batientes, que permiten estacionarlo en lugares inverosímiles. Con que el Twizy quepa entre dos coches -aparcados en línea, mientras que nosotros lo hacemos en batería- es suficiente, las puertas se abren hacia arriba y el espacio que queda entre el habitáculo y las ruedas nos permite descender del vehículo sin problemas, bien por la derecha, bien por la izquierda. Peor lo tendrá nuestro eventual pasajero que tendrá que contorsionarse para salir de su claustrofóbico emplazamiento. En la parte negativa, apuntar que la ausencia de ventanillas -existen unas de plástico opcionales que, pese a no ser practicables, son muy recomendables- y lo frío de estos días, se nos ha hecho bastante incómodo.

Superadas las sorpresas iniciales de su aspecto y peculiaridades, una vez instalados en el puesto de conducción, comprobamos que resulta cómodo y disfruta de buena visibilidad. El sencillo cuadro de instrumentos nos informa del estado de carga de la batería, la velocidad, intermitencia, luces, sentido de la marcha seleccionado y distancia recorrida. Más que suficiente. La arrancada es franca, con más aceleración de la esperada y acompañada de un desconcertante silencio, solo perturbado por el peculiar silbido de su motor eléctrico. Su progresión es fantástica y arranca nuestra sonrisa. Es el rey de los semáforos. Por potente que sea el enorme coche que hay a nuestro lado, nosotros arrancaremos primero y elegiremos carril sin problema. La frenada es buena y llega al bloqueo si insistimos. Si seguimos acelerando, veremos como alcanza muy pronto los 80 km/h, velocidad que mantiene sin problemas y que crece hasta superar los 90 km/h sin dificultad. La estabilidad es sorprendente, abordamos curvas a buena velocidad y nos inscribimos en las rotondas con una precisión milimétrica, ayudados por su suave dirección. Lastima que esa buena estabilidad se apoye en una suspensión demasiado dura y seca que pasa tributo a nuestra espalda en cada bache, tapa de alcantarilla o los odiosos ´guardias tumbados´ que supera con una estrepitosa sacudida.

Destacar lo sencillo que resulta abrir su tapa frontal y estirar el cable de recarga. Respecto a la autonomía y pese a no practicar una conducción económica el Twizy superó sobradamente los más de 50 km que hicimos con él cada día. Una solución muy válida y recomendable que, ahora que podemos tener las baterías en propiedad o alquiler, combinado con las esperemos que mayores ayudas estatales y unos agresivos planes de financiación por parte de Renault, está llamada a un éxito que no tuvo en su lanzamiento.