En Siria

Así es la prisión siria de Sednaya, la 'cárcel de los horrores' símbolo de la represión del régimen de Al Asad

Una delegación española visita el recinto adonde siguen llegando decenas de civiles en busca del rastro de familiares detenidos y desaparecido

Así es por dentro la cárcel de Sednaya en Damasco

Mario Saavedra / Raquel Serrano

Mario Saavedra

Mario Saavedra

La infame prisión de Sednaya, donde el régimen perpetró la tortura sistemática y ejecución de disidentes, es ahora un centro de peregrinaje de civiles sirios en busca de indicios del paradero de sus familiares, y de autoridades internacionales. La visitan ministros de Exteriores y altos cargos de Naciones Unidas para tender la mano a la nueva administración y aprovechar esta ocasión histórica y acompañar a Siria. Este jueves la ha visitado una delegación española, encabezada por el ministro de Exteriores. En las oscuras y húmedas celdas, repletas de ropa en el suelo que los presos ponían para evitar el frío, el jefe de la diplomacia española ha escuchado el relato de las torturas sistemáticas sufridas por uno de los presos que estuvo allí diez años.

La prisión, situada a 30 kilómetros de Damasco, se ha convertido en todo un símbolo de la represión a la que los Al Asad, primero el padre Hafez y luego el hijo Bashar, sometieron al país durante los 50 años que lo gobernaron. Por sus celdas han pasado decenas de miles de prisioneros políticos, a los que se sometió a todo tipo de torturas. Albares ha tenido ocasión de recorrer sus celdas, tanto las grupales en las que se llegó a agolpar a hasta 70 personas, como las individuales en las que se hacinaba hasta a tres, así como las salas en las que se torturaba a los detenidos.

Más de 30.000 ejecuciones

Sednaya era conocida en toda Siria por los asesinatos y torturas que se cometían a diario entre sus muros. Amnistía Internacional describe el lugar como un auténtico "matadero humano" donde, sólo entre los años 2011 y 2018, se habrían llevado a cabo más de 30.000 ejecuciones de presos disidentes con el régimen. Casi la mitad de ellos eran civiles. La organización de derechos humanos describe en un informe, elaborado a través de los testimonios de 65 supervivientes, cómo cada madrugada más de 50 personas eran sacadas de sus celdas.

Según Amnistía, los responsables de la prisión mentían a los reclusos señalándoles que iban a ser conducidos a una prisión civil. Sin embargo, eran llevados a un sótano de la cárcel donde, tras propinarles una paliza, les ahorcaban. Durante todo este proceso los presos tenían los ojos vendados, aumentando así su agonía. Si los ahorcamientos fallaban, los guardias no dudaban en descolgar a los reclusos y partirles el cuello con sus propias manos.

Las electrocuciones y las violaciones eran la tónica diaria, según han relatado otras personas que lograron salir de allí con vida. Explican, también, que la prisión está diseñada para que los reclusos se desorientasen y dejaran de tomar conciencia del tiempo y de ellos mismos. Esta sería la razón de que apenas haya ventanas en toda la cárcel. Muchos de los que pasaban por allí, antes de ser ejecutados, llegaban a olvidar su nombre y su identidad.

El complejo estaba dividido en un edificio rojo y uno blanco. En el primero se ubicaban aquellos civiles que el régimen consideraba peligrosos, mientras que en el blanco lo hacían los militares rebeldes. Todos ellos recibían diariamente una paupérrima ración de comida que, según algunos supervivientes, en algunos casos se constituía de una única aceituna.

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