Las elecciones legislativas en Estados Unidos tendrán un efecto inmediato en los dos años de mandato que le restan al presidente Joe Biden, pero es posible que su verdadera trascendencia no se aprecie hasta las presidenciales de 2024. Y es que millones de estadounidenses podrían haber plantado este martes las semillas de la destrucción de su propio sistema democrático, dos años después de que los seguidores de Donald Trump asaltaran el Capitolio para tratar de impedir la certificación de la victoria de Joe Biden. Lejos de haber sido un desvarío pasajero, aquella tromba conspiratoria que abrazó la mentira del fraude electoral lleva hoy más agua que entonces. Las bases republicanas no han castigado a los líderes de aquel golpe frustrado, todo lo contrario. Y el mundo democrático, en claro retroceso global, tiene motivos para estar preocupado.

Insisten los expertos en que la democracia ya no se destruye desde fuera de las instituciones. Las marchas sobre Roma y los alzamientos de militares africanistas son páginas negras del pasado. Ahora el sistema se destruye desde dentro, tomando el poder en las urnas, minando la separación de poderes, estrangulando los contrapesos de la sociedad civil y nublando la credibilidad en el proceso electoral. Está pasando en Hungría y Turquía, en India o Filipinas. Y en estos comicios los republicanos han presentado a 370 candidatos que cuestionan la legitimidad de Biden, que apoyaron el asalto al Capitolio o que subscribieron demandas para revertir el resultado electoral.

Son el 62% de todos los candidatos conservadores al Congreso federal y los cargos estatales, según 'The New York Times'. Una quinta columna en toda regla llamada a ocupar cargos de responsabilidad en las mismas instituciones en las que han dejado de creer. Con el añadido de que algunos de ellos --desde secretarios de Estado estatales a fiscales generales-- tendrán en sus manos la certificación de las próximas presidenciales, a las que Trump, con casi toda seguridad, volverá a concurrir. Y aunque estos días Brasil esté demostrando que las instituciones pueden ser más fuertes que el caudillo que aspira a desmantelarlas, la deriva antidemocrática de EEUU llega en un momento particularmente sombrío para la democracia en el mundo. 

Retroceso global

Ha retrocedido hasta los niveles de 1989, dos años antes de la disolución de la Unión Soviética, según un estudio del V-Dem Institute, con sede en Suecia. Solo el 13% de la población mundial vive actualmente bajo regímenes democráticos, que siguen vivos en 34 países, ocho menos de los que existían hace una década. El grueso de la humanidad, unos 5.400 millones de personas, vive bajo autocracias o dictaduras. "La percepción de que la democracia está fallando en América genera un ambiente permisivo para los aspirantes a autócrata", advertía recientemente Leslie Vinjamuri desde el centro de análisis británico Chatham House. "Es esencial que EEUU arregle su democracia y demuestre al resto del mundo que la democracia funciona".

Ese es posiblemente el peligro de mayor envergadura que esconden estas elecciones para el menguante mundo democrático, que tiene mal recuerdo de los años de Trump, marcados por las guerras comerciales con sus aliados, su escepticismo sobre la OTAN o su negacionismo climático. "Hay preocupación", decía a 'Politico' esta semana el director del German Marshall Fund, Ian Lesser, refiriéndose al clima que impera en Bruselas. "Hay una conciencia muy vívida de cómo fueron los años de Trump y algo de preocupación por que podamos volver a algo parecido".

Control sobre la financiación exterior

Igual no será porque, aunque los republicanos recuperen el control del Congreso o, como mínimo, una de sus cámaras, Biden seguirá marcando las pautas de la política exterior hasta principios de 2025. De ahí que no se esperen grandes cambios pase lo que pase este martes. Algunas cosas, sin embargo, sí podrían alterarse porque es el Congreso el que ostenta el "poder del monedero" o la capacidad para desembolsar fondos públicos. Fondos como los que están financiando la defensa de Ucrania frente a la invasión rusa, cuestionados ahora por algunos dirigentes republicanos. El partido está dividido al respecto. Los cuadros trumpistas abogan por recortarlos o, como mínimo, aumentar su supervisión, pero tiene enfrente a la corriente reaganista, partidaria de hacer lo que sea necesario para derrotar a Rusia.

En Moscú una victoria conservadora sería una buena noticia, como llevan tiempo pregonando sus figuras televisivas. No se olvida la admiración de Trump hacia Vladímir Putin, los contactos soterrados con su entorno o el predicamento que el mensaje del Kremlin ha ido encontrando en el universo de aduladores del expresidente norteamericano. Pero el reacercamiento se antoja anatema mientras los demócratas manden en la Casa Blanca y la OTAN siga unida en su respaldo a Ucrania. 

En cuanto a China, nada ha variado ostensiblemente desde que Biden asumió el poder. Pekín fue el chivo expiatorio preferido de Trump, pero la dureza de sus políticas se ha mantenido en gran medida con el demócrata, quien también parece haber renunciado a reactivar el acuerdo nuclear con Irán.