La guerra en Ucrania ha marcado la campaña de las presidenciales francesas del domingo (primera vuelta), cuya segunda vuelta se celebrará el 24 de abril. En medio de uno de los peores conflictos bélicos en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, Francia ha vivido uno de los periodos electorales más extraños que se recuerdan en las últimas décadas. La invasión rusa podría haber desembocado en fecundos debates sobre el rol de Francia en el mundo, el papel de la energía y el armamento nuclear o las medidas para contrarrestar la inflación y la crisis energética. Pero muchas de estas cuestiones cruciales fueron debatidas de manera superficial. El principal interés ha recaído en el suspense electoral, acentuado por la montaña rusa de los sondeos.

“Hay un suspense muy superior a lo que parecía hace un par de semanas”, asegura a El Periódico el politólogo Jean Petaux. Según los últimos estudios de opinión, que deben cogerse con pinzas puesto que suelen fallar, el presidente Emmanuel Macron quedaría primero con el 27-25% de los votos, pero seguido de cerca por Marine Le Pen (25-20%) y el tercero sería Jean-Luc Mélenchon (18-16%). 

Tanto la candidata ultraderechista como el de la izquierda insumisa experimentaron en las dos últimas semanas una subida fulgurante en los sondeos. ¿Al final la aspirante de la Reagrupación Nacional superará al dirigente centrista? Es posible. Pero tampoco se puede descartar que los sondeos hayan hinchado en exceso a Le Pen, como sucedió en repetidas ocasiones en los últimos cinco años, y se produzca un sorpasso inesperado por parte de Mélenchon (ecosocialista).

Tras una campaña tan extraña —no ha habido ningún debate televisivo antes de la primera vuelta—, se debe desconfiar de los pronósticos categóricos. Después de meses de apatía, marcados por el covid-19 y la guerra, los franceses parecen interesarse en el último momento por los comicios. Los sondeos más recientes prevén una abstención elevada —cercana al récord de baja participación del 71% de 2002—, pero inferior a lo anticipado hace una semana. El suspense también predomina en este sentido. 

Campaña menguante de Macron

De hecho, parecen haber pasado siglos desde aquellas primeras semanas de marzo en que Macron superaba el 30%. La ofensiva rusa contra Ucrania desembocó en un efecto de “unidad nacional” en beneficio del dirigente centrista. Entonces, se dedicaba hacer campaña presumiendo en Twitter de un 'look' al más puro Volodimir Zelenski, como si Francia también estuviera guerra, y comunicando con regularidad sobre su interlocución telefónica paralela con el presidente ucraniano y su homólogo ruso, Vladimir Putin. Estas gestiones diplomáticas no solo no aportaron, de momento, ningún resultado, sino que el “efecto bandera” a favor del presidente francés parece haberse desvanecido. Y eso explica, en parte, su caída en los sondeos. 

Otro punto de inflexión en la campaña menguante de Macron fue la presentación de su programa electoral el 17 de marzo. Con el anuncio de medidas ancladas en la derecha, como establecer una edad mínima de jubilación en 65 años, condicionar la concesión de una renta mínima al hecho de estudiar o trabajar durante 15 o 20 horas o al desestimar una subida generalizada del salario de los profesores, hizo un guiño evidente a los votantes de Los Republicanos (socios del PP en Francia), cuya candidata Valérie Pécresse ha quedado relegada al 10-8%. Pero generó malestar en el electorado de izquierdas, que necesitará para ganar a Le Pen en el caso de una hipotética repetición del mismo duelo de 2017.

La dirigente de la RN "tiene un programa social mentiroso, porque no lo financia”, criticó el viernes Macron en una entrevista en 'Le Parisien'. Tras haberse negado a participar en ningún debate televisivo antes de la primera vuelta —ningún presidente saliente lo había hecho antes, aunque esta decisión generó mayor suspicacia en la era de las redes sociales y del espectáculo televisivo—, el candidato centrista multiplicó en los últimos días sus intervenciones mediáticas, ante el avance de su rival ultra. 

Su campaña también se ha visto lastrada por el “caso McKinsey” sobre el gasto excesivo del ejecutivo, según un informe del Senado, destinado a las consultorías, sumado al hecho de que McKinsey no había pagado impuestos en Francia desde 2010. La fiscalía nacional financiera anunció el miércoles la apertura de una investigación por “blanqueo agravado por fraude fiscal” contra esta multinacional estadounidense, que cuenta con algunos directivos con estrechos vínculos con Macron.

También supuso una mala noticia para el dirigente centrista la decisión esta semana de la familia del profesor asesinado Samuel Paty de denunciar a los ministerios del Interior y Educación. Los acusa de no haberle apoyado ante las amenazas previas a su decapitación.

“La irrupción de Zemmour ha ayudado a Le Pen”

Todos estos obstáculos a los que se ha enfrentado el presidente han contribuido a que la candidata de la RN le recorte peligrosamente la distancia. Hasta el punto de que algunos sondeos de una hipotética segunda vuelta entre ambos pronostican una victoria del dirigente centrista con apenas el 51%. Cuando Macron despertó, Le Pen estaba allí.

La aspirante ultra ha impulsado su carrera electoral a partir del principio cervantino de hacer de las dificultades una virtud. Al frente de un partido con una situación financiera muy delicada —investigado, y también condenado, por numerosos casos de corrupción— y con una base militante poco movilizada, Le Pen ha efectuado una campaña discreta mediáticamente. Básicamente, se ha dedicado a visitar mercados de localidades pequeñas y medianas o explotaciones agrícolas. 

La guerra en Ucrania podría haberla hundido, debido a su afinidad con Putin y al hecho de haber recibido dos préstamos de bancos rusos. Sin embargo, el conflicto bélico ha terminado siendo prácticamente una ventaja para ella, al haber acentuado la inflación y la crisis de los precios de la energía. La RN ha centrado su campaña en torno al problema del poder adquisitivo, principal preocupación de los franceses.

“La irrupción del polemista Éric Zemmour la ha ayudado mucho a mejorar su imagen” y a dejar de dar miedo, apunta la politóloga Christèle Lagier, experta en el electorado de la ultraderecha. Sin embargo, según esta profesora en la Universidad de Avignon, esta banalización de su imagen “la ha convertido en una política como el resto y esto puede suscitar desconfianza en una parte de sus votantes más antisistema”. “No descarto que termine obteniendo un resultado parecido al de 2017 (21%) o incluso inferior”, afirma.

La izquierda se vuelca con Mélenchon

El insumiso Jean-Luc Mélenchon confía en que el umbral para clasificarse para la segunda vuelta no esté tan alto como apuntan los últimos sondeos. El líder de la Francia Insumisa (socios de Podemos en Francia) se ha convertido en el tercer hombre de estas presidenciales, tras haber protagonizado una remontada parecida a la de 2017, cuando quedó cuarto, con más del 19% de los sufragios. Los últimos sondeos ya le pronostican un 18%. Aunque a principios de marzo estaba en el 10%, ha ido escalando gracias sobre todo a un efecto de voto útil de la izquierda. La excandidata socialista Ségolène Royal o Christiane Taubira, exministra de Justicia de François Hollande, ya han pedido el voto para el veterano dirigente ecosocialista. 

Una de las esperanzas de los insumisos es que aquel electorado que parece más indeciso es el del resto de formaciones progresistas, desde la izquierda anticapitalista hasta los socialistas, pasando por los verdes. “¡Podemos llevar a cabo la mayor bifurcación política que nos podamos imaginar!, clamó Mélenchon el martes pasado en su último mitin en Lille, rentransmitido en otras 11 ciudades a través de hologramas.

“Me parece bastante improbable que Mélenchon logre clasificarse para la segunda vuelta, puesto que su curva ascendente resulta parecida a la de Le Pen”, sostiene el politólogo Jean Petaux. Si lograra clasificarse, “sería más bien en una segunda vuelta entre el insumiso y la candidata ultra, mientras que Macron quedaría tercero”, apunta este politólogo planteando un escenario poco probable. Pero si se produjera, supondría todo un terremoto.