Cuando en 2017 el holandés Pieter Wittenberg viajó por primera vez a la isla griega de Lesbos nunca se imaginó que cuatro años después sería acusado de espionaje, tráfico de personas, blanqueo de capitales y revelación de secretos de Estado.

Este antiguo banquero y su mujer -ella no está acusada- crearon una pequeña organización que ofrecía duchas a los refugiados que llegaban a la isla y quedaban varados en las playas. Además, Wittenberg disponía de una pequeña embarcación con la que, en coordinación con la Guardia Costera griega, realizaba algunas tareas de salvamento marítimo. Ahora el hombre está delante del juez.

"Solo estábamos realizando trabajo voluntario, dando cobijo a las personas en la playa. La gente tenía frío, miedo y sus ropas estaban empapadas después de una travesía difícil en una lancha de goma. Les dábamos ropa seca, galletas y agua. Nada más", explica Wittenberg a través de un comunicado a EL PERIÓDICO, diario que pertenece a este grupo, Prensa Ibérica.

Grecia no lo ve así. La semana pasada arrancó el juicio contra Wittenberg y otros 23 activistas más -la mayoría extranjeros- en Mitilene, la capital de Lesbos. Los acusados se enfrentan a penas de hasta 25 años de cárcel. Todos colaboraban con el Centro Internacional de Respuesta de Emergencias (ERCI, en sus siglas en inglés), una organización de rescate internacional.

La primera vista del juicio se celebró el pasado jueves, pero no duró más de cinco minutos porque uno de los acusados es abogado, y el tribunal de Lesbos no tiene potestad para juzgarle. Aún no hay fecha para la siguiente vista, pero el caso sigue.

"Si son declarados culpables podríamos llegar a una situación en la que se criminaliza el trabajo de búsqueda y salvamento marítimo", ha destacado Mary Lawlor, relatora especial de Naciones Unidas sobre la situación de los defensores de los derechos humanos.

"Un veredicto de culpabilidad supondría un precedente muy peligroso en la criminalización de la gente que apoya los derechos de migrantes y refugiados en Grecia y la Unión Europea. Llevaría a más muertes en el mar", ha explicado Lawlor.

Del mar al banquillo

Los dos acusados más mediáticos son dos jóvenes, una siria y un irlandés. Sarah Mardini, en 2015, viajaba con una lacha hacia las costas griegas con su hermana y decenas de refugiados más cuando el motor de la embarcación les dejó tirados. Entonces, las dos Mardinis saltaron al mar y, nadando, consiguieron remolcar la embarcación hasta Lesbos. Ambas son nadadoras profesionales.

Sarah fue a Alemania y en 2018 volvió a la isla griega para ayudar a la gente que seguía llegando desde Turquía. Allí se encontró con Sean Binder, un submarinista irlandés con el que trabajó en tareas de rescate. En septiembre de ese año la policía les detuvo y pasaron más de 100 días en prisión preventiva.

"Estoy enfadado porque están criminalizando la obligación legal de ayudar a gente en peligro en el mar. Estoy enfadado porque no hay ni una pizca de pruebas en nuestra contra. Estoy enfadado porque hemos tenido que esperar tres años para que el juicio empezase y ahora no puede continuar porque la acusación falla por todos lados", dijo Binder a la prensa el jueves pasado tras salir del tribunal de Lesbos.

"Lo que le pido a Grecia y a la UE es que respeten sus propias leyes. La ley marítima internacional requiere el rescate de barcos en peligro, pero ahora ya no hay más operaciones de búsqueda y rescate precisamente por la criminalización que sufrimos", continuó el submarinista.

De Grecia a Turquía

Lo que ocurre ahora en el mar, según una infinidad de testimonios, son devoluciones en caliente por parte de la Guardia Costera griega y Frontex, la agencia europea de control fronterizo. Como explican muchos refugiados y migrantes, cuando los griegos atrapan una embarcación que llega a sus islas, los guardias roban a todo el mundo, les pegan y les abandonan en botes inflables sin motor en medio del mar.

Estos casos se han vuelto una norma desde primavera de 2020, cuando Turquía empezó a mandar refugiados hacia su frontera con Grecia. Atenas, sin embargo, niega que estas devoluciones en caliente estén ocurriendo.

"Fui al juicio en Lesbos porque quise mirar al juez a los ojos", explica Wittenberg: "No hicimos nada más que el deber de cualquier ser humano: ayudar a gente que lo necesitaba".