El auge de China es "irreversible" y los que intenten frenarlo acabarán con sus cabezas “golpeadas y ensangrentadas” contra un gran muro de acero formado por 1.400 millones de chinos. Lo ha dicho esta mañana el presidente, Xi Jinping, en el acto central de los fastos del centenario del Partido Comunista. La traducción oficial al inglés ha omitido el entrecomillado pero este ya había dado la vuelta al mundo.

Xi ofreció un discurso nacionalista y combativo, deteniéndose en los sufrimientos del país y prometiendo que no se repetirán. Habló de las Guerras del Opio, del colonialismo europeo y el imperialismo japonés, sellados aún en la psique nacional. “Aquellos tiempos en los que el pueblo chino era pisoteado terminaron para siempre”, ha prometido. Ha recordado que China nunca ha oprimido ni subyugado a ningún país y, por la misma razón, no permitirá que la opriman o subyuguen a ella. Y ahí ha llegado la mención de las cabezas.

También ha defendido el rol del partido en el final del esclavista régimen feudal, la modernización del país y la erradicación de la pobreza, pero es dudoso que de hoy se recuerde más el listado de los logros que el de las amenazas. El tono ha complacido a la audiencia interna y dado munición a los que desconfían del “auge pacífico” que defiende China y anuncian un cúmulo de desastres bajo su creciente influencia. Su costumbre de alentar a las masas periódicamente con fragorosas diatribas tiene un efecto devastador para su imagen global. 

Caminos trillados

Su discurso llega, paradójicamente, semanas después de que pidiera construir “una imagen más amorosa” para ampliar su círculo de amistades. Sus instrucciones, recogidas en la prensa nacional, eran presentar a China como "digna de confianza y respeto". Parecía una admisión implícita de que crecía su aislamiento y de que la reciente diplomacia fragorosa de los “lobos guerreros”, instaurada para combatir la hostilidad estadounidense, estaba condenada. “Debemos ser modestos y humildes”, había pedido Xi. 

Su alocución, de una hora, discurrió por caminos trillados. Subrayó la contribución del partido al proceso de modernización y concluyó que no habrá una nueva China sin él. También recordó el compromiso nacional a la reunificación con Taiwán aunque no repitió las amenazas militares de antaño. Aclaró, eso sí, que el Ejército debe de estar preparado para cualquier contingencia. 

 Al acto coreografiado asistieron 70.000 personas de aplauso fácil. Abundó el simbolismo. Xi Jinping leyó su discurso desde el lugar de la Plaza de Tiananmen en el que Mao había proclamado la República en 1949 y, siete décadas después, vistió un traje muy similar. La ceremonia fue saludada por un centenar de salvas de 56 cañones, tantos como etnias minoritarias conforman su población, y contó con la participación de cazas y helicópteros que dibujaron con su humo la cifra del aniversario. El partido ha cumplido su primer siglo con los deberes hechos y buenos vientos para lograr en 2049, el centenario de la república, el prometido “rejuvenecimiento de la nación socialista”. Sólo inquieta la creciente animadversión global que el discurso de Xi no ayudará a mitigar.