Nos resistimos hasta el último momento en creer en esa posibilidad: nos parecía un mal sueño, una espantosa pesadilla.

Pero ha terminado sucediendo, y ahora tenemos a Donald Trump, el hombre de los casinos, los rascacielos y los campos de golf coronados siempre con su nombre, a punto de ocupar la Casa Blanca.

A Trump por cuatro, y quién sabe si al final por ocho años, en el número 1.600 de la Avenida de Pensilvania, y a sus correligionarios republicanos, afianzados en su control de ambas cámaras del Congreso. ¡Menudo panorama!

El político más ególatra, mentiroso, racista, y sexista que ha dado ese país donde tanto al parecer abundan tales especímenes, ha visto finalmente colmada su gran ambición.

"El Donald" ha sabido moverse mejor que su rival demócrata, Hillary Clinton, en el fango de la política, y al final sus insultos, sus bravuconadas, sus mentiras mil veces repetidas le han dado resultado.

Son tiempos, dicen, de la "posverdad", tiempos en los que los electores sólo creen lo que quieren creer aunque ello nada tenga que ver con la realidad.

Y Trump, auténtico maestro de la manipulación y la demagogia, ha sabido aprovecharlos mejor que nadie.

Es cierto que el candidato republicano tenía como rival a una política odiada por muchos no sólo por su condición de mujer, sino también porque veían en ella sólo a los bancos de Wall Street y al detestado "establishment".

Una mujer igualmente ambiciosa, con amplia experiencia política pero mala comunicadora, y de la que, por su trayectoria, muchos, también en el campo demócrata, tampoco llegaban a fiarse.

Pero Trump no es precisamente ese idealista "Mr Smith" de la película de Frank Capra que llega como joven e inexperto senador a un Washington cínico y podrido, donde su verdad terminará triunfando.

Queda por ver si, como tal vez todavía esperan los más optimistas, una vez satisfecha su ambición de llegar adonde, contra todo pronóstico, finalmente ha llegado, Trump moderará su discurso.

Es difícil predecir lo que ocurrirá porque si algo caracteriza al próximo presidente de Estados Unidos es su carácter totalmente imprevisible, su irracionalidad.

Pero Trump tiene ahora el poder de nombrar a más de un juez conservador al Tribunal Supremo, una institución que tanto tiene que decir en ese país en materia de derechos civiles y sociales.

Corre también inmediato peligro el Obamacare, el programa estrella del presidente saliente y bestia negra de los republicanos.

Trump ha atribuido a la existencia de ese programa de "salud asequible" la subida de las primas para quienes tienen contratado un seguro privado y no parece que vaya a dudar en suprimirlo de un plumazo.

Está también el tema de las relaciones con Europa, a algunos de cuyos dirigentes no ha dudado en atacar en público, como hizo con la canciller alemana, Angela Merkel, por su trato a los refugiados.

Y ¿qué hará también Trump con el acuerdo nuclear con Irán, que calificó en su día de "desastroso"?

¿Expulsará a todos los inmigrantes ilegales a los que tantas veces ha insultado? ¿Y qué será de ese muro con México que dice que obligará a pagar al país vecino?

Tenemos, pues, ya a Trump en la Casa Blanca. ¿Será la próxima Marine Le Pen, en nuestra vecina Francia? Después de lo ocurrido en EEUU, nada debería sorprendernos.

Por lo pronto, la líder del Frente Nacional se ha apresurado a felicitarle. Como ha hecho Nigel Farage, el mendaz propagandista del Brexit.

¡Malos tiempos para la política!