Veinte años después de la caída del muro de Berlín, la noche del 9 de noviembre de 1989, la mitad de los 3,4 millones de habitantes de la capital alemana no sabría identificar dónde estaba situada la barrera que dividió la ciudad y que fue durante décadas el principal símbolo de la guerra fría en Europa.

Así lo afirmó en Oviedo el actual alcalde gobernador de Berlín, Klaus Wowereit. La ciudad, recordaba Wowereit, se reconstruyó y se rediseñó a partir de ese momento gracias a la solidaridad alemana, europea y mundial aunque, subrayó, fueron los ciudadanos berlineses los protagonistas del cambio en una ciudad que se convirtió en el "taller experimental" de la posterior reunificación del país.

En 1989, el reto era unir "rápidamente" a una capital dividida "de forma artificial" desde 1961 y habitada por ciudadanos crecidos en dos sistemas políticos antagónicos, un objetivo que, a su juicio, se ha conseguido gracias a la contribución de sus habitantes para hacer de Berlín una ciudad "única" tanto por su desarrollo urbanístico y arquitectónico como por su vida cultural.

El jurado del Premio Príncipe de Asturias considera a Berlín y a sus ciudadanos "un nudo de concordia en el corazón de Alemania y de Europa que contribuye al entendimiento, la convivencia, la justicia, la paz y la libertad en el mundo".

En continua renovación

Pero Berlín es mucho más. Cada hora se renueva. Su aspecto urbano no para de cambiar, quizás por eso esté internacionalmente entre una de las metrópolis más vivas, fascinantes y polifacéticas de Europa. En todas partes se siente palpitar la vida, en los bulevares, en el arte, en los rastros, en más de 300 establecimientos de moda y en 7.000 bares y restaurantes - muchos de horario continuo.

No es fácil decidirse en la animada metrópoli: Berlín es muchas ciudades. En una superficie tan grande como Munich, Stuttgart y Frankfurt juntos, la ciudad de los acontecimientos se une en diferentes y característicos barrios, centros y distritos. Berlín es una metrópoli mundial con un conmovedor pasado.