Verde y Azul

La degradación de ecosistemas, gasolina para las epidemias

Deforestación, pérdida de biodiversidad, calentamiento global y movimiento de personas y mercancías acercan los patógenos de los animales al ser humano. Más del 70% de las enfermedades infecciosas emergentes en los últimos 40 años son zoonosis

Malas noticias al inicio de la desescalada: la humanidad avanza hacia escenarios donde las enfermedades de origen animal que se transmiten a personas, conocidas como zoonosis, serán cada vez más frecuentes. Por una cuestión de probabilidad: las posibilidades de que una persona entre en contacto con patógenos propios de otras especies son mayores conforme crece la huella de las actividades humanas sobre el planeta.

Deforestación, movimientos de población, extracción de recursos naturales, tráfico de animales y calentamiento global alteran el equilibrio de los ecosistemas y levantan las barreras naturales que nos separan de agentes infecciosos encapsulados en bosques y junglas. Como una mano que arranca las ramas bajas y se acerca al avispero, la frecuencia con que entramos en contacto con los animales huéspedes e insectos vectores de patógenos aumenta conforme alteramos la vida salvaje.

El informe Pérdida de naturaleza y pandemias, recién publicado por WWF, recoge que más del 70% de las enfermedades infecciosas emergentes en humanos en los últimos cuarenta años han sido transmitidas por animales. El último brote de ébola, el SIDA, el SARS, la gripe aviar, la gripe porcina y la covid-19 producida por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 revelan la severidad de la amenaza.

Los contagios de animales a hombres no son nada nuevo. De hecho, como apunta el investigador del Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA) del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA) Miguel Ángel Jiménez Clavero, «la historia de la humanidad se ha escrito entre peste y peste», plagas transmitidas por roedores y pulgas que aún hoy rebrotan puntualmente en todo el mundo. Pero «el ritmo al que aparecen en los últimos años es más acelerado y puede tener que ver con el cambio global, que no es otra cosa que el impacto de la actividad humana sobre la naturaleza», explica el biólogo y especialista en enfermedades emergentes.

Existen tres mecanismos principales por los que la mano del hombre favorece la proliferación de zoonosis: el calentamiento global por emisión de gases de efecto invernadero, la destrucción y modificación de hábitats naturales y el movimiento de personas y mercancías.

Más calor, más vectores

La temperatura media del planeta aumenta y todas las estaciones son más cálidas. Víctor Briones, catedrático de Sanidad Animal de la Facultad de Veterinaria e investigador del Centro de Vigilancia Sanitaria Veterinaria (Visavet) de la Universidad Complutense de Madrid, explica que «los climas benignos favorecen los ciclos biológicos de las bacterias y protozoos y el de los artrópodos, normalmente mosquitos y garrapatas, que son transmisores de las llamadas zoonosis vectoriales». De esta forma, tanto el agente patógeno como el vector se multiplica con el aumento de temperatura. Es un caldo de cultivo ideal: mientras que los primeros se reproducen en «mayor proporción en los animales hospedadores», los segundos amplían «el rango geográfico que ocupan», de manera que nuevas áreas se ven expuestas a la transmisión. Conforme suben las temperaturas, vectores como los mosquitos alcanzan latitudes más septentrionales e incluso altitudes mayores en sus propias zonas de origen.

Para WWF, la expansión del mosquito Aedes explica el aumento de casos de dengue en todo el mundo registrado en 2019, con tres millones de positivos sólo en el continente americano. La entidad ecologista señala que «el riesgo de infección afecta a aproximadamente la mitad de la población mundial». Briones apunta que el calor ayuda también a la propagación de la malaria, la Fiebre del Valle del Rift y la Fiebre del Nilo Occidental, zoonosis vectoriales que se transmiten a través de mosquitos.

El catedrático considera que la región mediterránea es una de las zonas más expuestas a los perjuicios del cambio climático y, por tanto, «a las zoonosis y especialmente a las de vector». En el interior de la Península, Briones localiza las áreas más sensibles por la suavidad de los inviernos en las cuencas del Guadalquivir y del Ebro. Jiménez Clavero advierte de que no se trata de un riesgo a futuro: «Estamos viendo en los últimos 15 ó 20 años un aumento de enfermedades africanas en las zonas más templadas de Europa».

Entre las patologías transmitidas por vectores que rebrotan señala el zika, el dengue, el virus Usutu y el chikunguya, algunas de las cuales tienen reservorios en distintas especies de mamíferos y aves.

Acceso directo a los patógenos

El ser humano no ha encontrado la forma de garantizar el desarrollo de 7.000 millones de individuos sin penetrar en ecosistemas vírgenes ni degradar más intensamente aquellos que ya explota. Esta irrupción tiene también consecuencias directas para la salud.

El brote de ébola localizado en el sureste de Guinea a finales de 2013 es un buen ejemplo. «Las compañías que deforestaban la zona para hacer superficies de cultivo atrajeron a población que se instaló en las zonas de trabajo», señala Jiménez Clavero. El Centro para el Control y Prevención de Enfermedades estadounidense localiza en los murciélagos el origen de la infección. «Si el reservorio del virus, en este caso los murciélagos, está en una zona forestal, la tala puede hacer que miles de ellos se muevan», acercando el patógeno a las poblaciones, añade Jiménez Clavero. El contacto de uno de estos mamíferos con un bebé inició un brote epidémico que se extendió a tres países limítrofes y puso en guardia al resto de estados del mundo. Dos años y medio después del primer caso, el brote se saldó con 28.600 casos y 11.325 muertes.

Correlación directa

Fernando Valladares, biólogo e investigador del CSIC, añade que hay varios estudios que relacionan la pérdida de biodiversidad y el aumento de contagios entre animales y humanos. «Algunos estudios han encontrado una correlación entre el aumento de casos de la enfermedad de Lyme, transmitida por garrapatas, y la fragmentación de los bosques en EE UU. También se demostró en 2009 en algunos condados de ese país que una mayor diversidad de aves disminuye la propagación de enfermedades como la Fiebre del Nilo Occidental en humanos», sostiene.

El último brote de ébola, el SIDA, las gripes aviar y porcina y la covid-19 se han transmitido al hombre por animales

La explicación corta de estos hallazgos es que los ecosistemas complejos encuentran en su propia «hiperdiversidad» los mecanismos de control de los patógenos. Los virus y bacterias no afectan igual a los individuos de una misma especie, a las distintas especies de un grupo animal ni a los distintos grupos entre sí. De esta forma, las transmisiones de agentes infecciosos se mantienen en equilibrio dentro de un ecosistema donde algunas especies contagiadas neutralizan el agente infeccioso, otras depredan al hospedador y otras concentran la atención del vector. La interacción salvaje de los seres vivos funciona como un escudo de triple capa que limita las probabilidades de contagio en humanos. «Bosques degradados y menos especies son piezas que llevan a una misma dirección cuando entramos en esos sistemas», apunta Valladares.

El tercer mecanismo clave en la propagación de zoonosis tiene que ver «con el movimiento de personas, productos y bienes» que «se produce en todo el mundo muy rápido», según Jiménez Clavero. La propia covid-19 es un ejemplo de zoonosis que escala en pandemia por el tráfico aéreo.

El turismo masivo también contribuye a que enfermedades tropicales tengan positivos en latitudes lejanas. Otro factor de riesgo para todos los especialistas consultados es el tráfico y el comercio con animales salvajes.

El SARS-CoV-2 se suma a la larga lista de patógenos que hay en lo profundo del bosque. ¿Seguiremos asumiendo el peligro de adentrarse en su interior?

Andrés Valdés

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