En el verano de 2013, los miembros que restan de la XIX Promoción de Oficiales Instructores de la Juventud, como hacemos cada año, organizamos un viaje de recreo a Asturias, capitaneados por nuestro entrañable compañero José Ignacio Fernández de Carranza y Delgado, también conocido cariñosamente como ‘Pelomuelle’. Con marchas radiales a distintos puntos del Principado, pero con sede fija en su capital, Oviedo.

En esta peripecia estival, tan gratificante, en una tarde inolvidable, los componentes de la cuadrilla más íntima (Pepe Vega Ugarte, Antonio de Antonio Campoy, Aurelio Martínez Castañeda, Antonio Lusquiños Garrido, Félix López Iñiguez, o mi admirado amigo Antonio Ruiz Pardo, como invitado especial) nos conjuramos para contarnos aquellas experiencias que más nos marcaron en nuestra juventud, por nimias que fuesen, dejando en nuestra memoria una marca indeleble o algo imborrable.

Y, mira por donde, yo elegí como actividad preferida mi papel en La Alquibla (Ojós) trillando en la era, de sol a sol, e incluso durmiendo a la intemperie, en la Posada de la Estrella, con amigos inolvidables y mágicos (Juan José Moreno Robles ‘el Moreno’, Antonio Banegas Miñano ‘el Tisero’, Antonio Guillamón Rosa ‘Antoñín’, Perico de la Amparo Negrete, Luis Garrido Candel ‘Luis el de las cabras’, Fernando Egea Miñano ‘el Cítora’, Juan el de la Casilla, etc.) que luego han sido auténticos referentes en mi vida y personales irrepetibles.

Y a lo largo, de estas experiencias tan ricas, una palabra me sedujo: ¡VENCEJO! «Ligadura con que se ata una cosa, especialmente los haces de las mieses». Y que yo ejercía, cada día, muy amorosamente, al extender los haces de trigo o cebada los cereales más comunes extraídos, de la galvera, sobre la era (nuestro coso particular) para formar la parva. Con un gesto muy estudiado y técnicamente perfecto, la obra maestra de las florituras, hasta separar con suma maña el haz de la mies que lo integra. Con un ‘toquecico’ de rodilla, casi cómico, hasta culminar felizmente la faena. Tal como se escenifica en la fotografía que ilustra este comentario, y cuya ejecución perfecta, sólo se reserva los maestros, como este que suscribe, si se me permite la pequeña inmodestia.

Y consistente, simplemente, en separar la lía o cuerda de esparto vivo que ata el haz con dos nudos en la punta, hasta su esparcimiento definitivo, en tierra llana, hasta su trillado correspondiente, con bestias bien herradas, y lograr la finura que se apunta. Tan virguera, que es el asombro de propios y extraños. De ahí el regocijo que suscitó entre la pandilla y el leif motive de nuestra estancia en el norte de España, por sorprendente que ello parezca.

Bueno, pues desde entonces, esta palabra fetiche nos persigue. En el concurso televisivo Pasapalabra que organizaba Tele 5, presentado por Christian Gálvez, en agosto del año 2014, Paco de Benito, ganó el ‘rosco’, con un bote de 362.000 euros. Precisamente con la palabra, no se lo van a creer: ¡el vencejo!

Y desde esa fecha, el ganador de dicho espacio, Licenciado en Ciencias Físicas y experto en cálculo matemático, nacido en Villacañas, en Toledo, en 1970, vive con su madre en Pozuelo de Alarcón, desde 1972, parece tocado por la diosa de la Fortuna

Aumenta su nombradía participando en la edición de 2016 de Supervivientes, con personajes habituales de la tele o el ‘famoseo’, tales como Mila Ximénez, Yurena, Víctor Sandoval, el Dioni, Antonio Tejado o la despechugada Yola Berrocal.

Pero no queda ahí la cosa, en el año 2021, participa en el retornado espacio de Alta tensión, con el mismo presentador, asegurándose no solo su permanencia, sino proclamándose además vencedor de la primera entrega, sumando 1000 euros en su haber.

Y, por si faltaba algo, el galardonado escritor vasco Fernando Aramburu, autor de la renombrada obra Patria, nuevamente ha catapultado a la fama, a la palabra de nuestros amores (Los vencejos, Tusquets Ediciones, 2021). Esta vez, en su segunda acepción: «Pájaro de cola muy larga y ahorquillada; con alas también largas y puntiagudas; plumaje blanco en la garganta y negro; que se parece a la golondrina».

Y para nosotros, la expresión máxima de la felicidad, como dijera el filósofo norteamericano, William James (1842-1910): «El pájaro no canta porque esté alegre, sino que está alegre porque canta…»; ¿qué les parece?

Porque los acontecimientos, los hechos, no ocurren así como así, por casualidad, sino que tienen siempre su porqué. Lo dice muy claramente Juan José Millás, en un artículo delicioso, titulado ‘Una conversación sobre la vida’, cuando afirma: «Era evidente que solo podía tratarse de una casualidad, pero hay casualidades que nos obligan a meditar sobre la precisión con la que actúa el azar».

Así las cosas, qué quieren que les diga, no he tenido más remedio que titular mi próximo libro, el último de la trilogía, sobre nuestro pueblo, con el nombre de Ricote y el cantar de los pájaros. Con un capítulo, muy pomposo, ¿lo adivinan?, que se llamará: ‘El vencejo’.

No les digo más…