Tanto para los más pequeños del hogar como para los que llevan décadas vestidos de huertanos, el Bando es una fiesta única, símbolo del sentimiento murciano. La tradición se transmite de nietos a padres y de padres a hijos, y así es como las calles de la ciudad se llenan de gente de todas las edades, aunque es cierto que cada uno lo vive a su manera.

Unos van a ver pasar a la Fuensanta en la plaza de Santo Domingo y a acudir a la eucaristía, mientras otros quieren ver el ambiente y degustar las comidas típicas en la Plaza de las Flores durante un día en familia, y otros buscan disfrutar de su juventud bailando hasta el anochecer en La Fama.

Pablo acaba de conocer esta fiesta. A simple vista, es uno más, pero cuenta con la enorme responsabilidad de hacer de traductor para sus padres. Él es el único de su familia que no es sordomudo. Puede oír y hablar, pero ya ha aprendido el lenguaje de signos para comunicarse con su madre, Marta, y con su padre, Rubén. Vienen de la pequeña localidad de Zarandona con amigos y familiares, como tantos otras familias de distintos municipios de la Región.

El lugar más indicado para que disfruten los pequeños de la casa es la plaza Mayor. Los columpios y las atracciones en el centro del parque la convierten en la zona más adecuada para los niños. Van ataviados como sus mayores, para que quede claro que ellos también son parte de la fiesta, que pronto se han convertido en unos 'huertanicos' más. Eso sí, lo de vestir el traje no lo llevan del todo bien. «Es muy incómodo», dicen Ignacio, María y Antonio, que se lo ponían este martes por primera vez.

Cuando la niñez deja paso a la pubertad, el Bando se convierte en una fiesta diferente. Ahora es un sitio para conocer gente y para integrarse en otro tipo de ambiente. Se pasa de acompañar a los padres y a la familia con los trajes típicos a ser más independiente. Los quinceañeros sienten una ilusión por las Fiesta de Primavera que algunos pierden con el paso de los años, pero que otros mantienen hasta la vejez.

Elena, María, Nadia, Patricia y María son cinco yeclanas que han vivido este año su primer Bando de la Huerta. Dos de ellas son universitarias, que vienen a Murcia a diario para estudiar Pedagogía y Educación Primaria. Así pues, han arrastrado al resto del grupo, y ya visten de huertanas, y con unas gafas de sol que poco tiempo más tarde no les iban a hacer falta. ¿Por dónde se moverán durante la tarde? «Pues por donde haya fiesta». Y la fiesta suelen ir a buscarla a la zona de la Universidad.

Con ese desparpajo que irradia la juventud llegan Sergio y Nuria desde La Alberca, junto a otros dos amigos. Tienen edad de no preocuparse por nada, de vivir al minuto y de disfrutar al máximo. Con esa actitud y sin despreciar el traje típico, vencen a las primeras gotas de lluvia que comienzan a caer en la plaza de Las Flores. «¿Mal tiempo? ¿Qué mal tiempo? Es el día del Bando de la Huerta, la gente sale igual, llueve, truene o haga sol». Hay menos afluencia de público en la zona céntrica pero también les da igual, «menos agobio». Lo miran todo de manera optimista, y no tienen hora para regresar a casa: «Cuando la vida nos diga», avisan.

Cristina y Laura también son estudiantes, en su caso de Fisioterapia y Ciencias del Deporte. Aunque la última de ellas reside en Valencia, regresa a su tierra cada primavera para vivir el Bando de la Huerta. Es el caso de muchos murcianos, que aprovechando las vacaciones de Semana Santa vuelven a vestirse de huertanos correspondiendo a sus raíces, aunque su futuro esté lejos de la capital murciana.

A partir de los treinta, la vida ya se ve de otra manera, y el Bando de la Huerta también. Ya no se trata, en líneas generales, de acabar con las bebidas o de dejarlo todo en la pista de baile. Hace tiempo que las fiestas murcianas perdieron la batalla contra el reggeaton y el trap, los géneros musicales que más suenan en los ambientes festivos. Encontrar sitio para comer en las barracas sin reserva previa era prácticamente misión imposible. En los bares y restaurantes de las zonas de ocio más concurridas, más de lo mismo. Porque el plan generalizado de los murcianos era salir a tomar un aperitivo y una cerveza, llenar el estómago con una morcilla o un chorizo, degustar unos paparajotes y pasear por una ciudad en plena fiesta, haciendo uso del paraguas para apaciguar el chaparrón que se les vino encima a los huertanos justo a la hora de comer.

Pasados los cuarenta, los hijos conllevan la gestación de nuevas amistades. Es lo que le pasa a un grupo que va a pasar ese día con «su tribu». Así se hacen llamar. Lo forman veinte amigos, unidos por el Colegio de Las Carmelitas, en el que estudian sus niños. Carmen, Ana y Juani también vienen con sus hijos, y su plan es ir a comer a una barraca y transmitirle su pasión por las fiestas murcianas a los pequeños.

Hay quien no solo se lleva de paseo a sus hijos, sino también a sus mascotas. Es el caso de Fuensanta, murciana de toda la vida, con el nombre más murciano que se puede tener. Junto a su marido Miguel salen a ver la procesión y a comerse unas marineras. Vienen con su perro, un galgo que se llama 'Bala'. «Se asusta un poco con los cohetes. El año pasado lo vestimos de huertano, pero ha engordado y no le vale el chaleco», lamentan sus dueños.

También vivía su primer Bando de la Huerta Leonor Bonilla, una hondureña que ha venido a España a visitar unas amigas. Y de paso, a descubrir unas fiestas que le han cautivado. «Es todo precioso, muy primaveral, y muy alegre», nos dice.

Por su parte, Joaquín López, arquitecto e ingeniero, lleva más de dos décadas viviendo el Bando de la Huerta. Para él, lo fundamental es el traje. Luce una vestimenta impoluta, bastante trabajada. Por eso cree que la juventud debería darle más importancia a la apariencia y mostrar más elegancia. «Ellos van con esa alegría que llevan, pero a la hora de vestirse hay que ser un poco más serios. Se ponen más cómodos para las fiestas, pero la tradición hay que respetarla», comenta.

Y, para acabar, llegamos al grupo de edad más avanzada. No por tener más años dejan de disfrutar más. De hecho, son los más puristas, los que sienten más en su interior el significado de los festejos y los símbolos. Son los que no se pierden la misa, quienes van a escuchar al Obispo, y los que aclaman a la Virgen de la Fuensanta en la romería. «Guapa, guapa y guapa», le gritaban como cada primavera, o cada vez que sale a pasear un martes de septiembre. Así lo viven Benedicta y sus seis amigas. Se declaran «de Murcia de toda la vida», aunque en realidad una nació en Albacete, otra en León, otra en Sevilla y otra en Granada. Pero llevan tantos años vestidas de huertanas y saliendo en las procesiones, acompañando a la patrona y disfrutando de las tradiciones murcianas, que ya se sienten como si hubieran mamado esta tierra. «Viva Murcia y viva el Bando de la Huerta», aclama Benedicta antes de despedirse.