Un 23 de abril de 1616 murieron tres genios de la literatura: Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega. Aunque en realidad las defunciones no sucedieron el mismo día, pues había un desfase entre los calendarios inglés y español, el 23 de abril se conmemora, en honor de los tres grandes, el Día del Libro.

Y un 23 de abril, pero de 2019, la ciudad de Murcia, además de celebrar el Día del Libro, celebra su Bando de la Huerta. Una jornada que por la mañana perfectamente puede ser película (la de Esplendor en la hierba de Elia Kazan, por ejemplo) e incluso cuadro (El jardín de las delicias de El Bosco, guardando las distancias), pero que en todo momento, y especialmente en su desfile de por la tarde, es pura y dura literatura.

Si Rudyard Kipling escribió El gran libro de la selva, el cortejo que este martes iluminaba las calles de la capital murciana bien podría escenificar El gran libro de la huerta. Un libro formado a su vez por muchos libros, una amalgama de sensaciones como venidas de otra época que, para los más veteranos, fueron su particular magdalena de Proust. La que en aquel En busca del tiempo perdido llevó al autor a evocar tiempos mejores. Cierto es que, para muchos murcianos entrados en años, tiempos mejores eran aquellos del gusano de seda y el chato murciano en la misma casa.

Antes de comenzar el desfile, desde la Federación de Peñas miraban al cielo con la esperanza de que el cortejo no se convirtiera en Lo que el viento se llevó, la novela de Margaret Mitchell que llegó al gran público a través del cine. Y es que, desde que la lluvia empezó a saludar a la Región, allá por Jueves Santo, y hasta frustró la salida de 'los salzillos' el Viernes Santo por la mañana, a los huertanos no les quedaba otra que armarse de La templanza que da título al libro de María Dueñas.

Pero no es un secreto que Lo que no te mata te hace más fuerte, como reza el exitoso volumen de suspense de David Lagercrantz que sigue la estela de la saga Millennium. Y a los huertanos, la amenaza de no salir les inyectó fortaleza para desfilar con más ganas que nunca. Entre lecheros, buñuelos, versos en panocho y animales autóctonos.

Desde la Federación de Peñas dejaban claro que todos los conejos, pollos, cerdos y similares que se subirían a las carrozas tendrían su agua, su comida y sus cuidados pertinentes. Que a nadie se le pasase por la cabeza que podría darse una Rebelión en la granja.

Hablando de granja, faltaban las vacas. Aquellas que a ojos de muchos parecían bueyes, y que salían siempre al principio del desfile. El Bando tendrá que esperar a que crezcan dos hembras, que viven en Santo Ángel, para volver a ser encabezado por una pareja de vacas autóctonas, tras la muerte de una de las que salían antes. Ángel Serrano, el hombre que las está criando, espera que para el año que viene estén ya listas para abrir el cortejo. Resuelto así El misterio de la vaca, como dice el libro de Francisco Roldán, tocaba centrarse en la dualidad de La ciudad y la ciudad, como escribió China Miéville.

Narra esta novela la historia de dos ciudades gemelas, invisibles la una para la otra, cuyos destinos se entrelazan por un suceso. Vale que en la ficción es por un asesinato: por suerte, en la vida real, en la Murcia del siglo XXI, la ciudad huertana que aún palpita, y a la que se homenajea cada Bando, se une y fusiona con la ciudad moderna, abierta y cosmopolita en la que se está convirtiendo la capital de la Región, por algo bonito. Por la alegría y la fiesta. Y lo hace cuando zaragüeles y enaguas toman sus calles, cuando carrozas de otra época invaden su Gran Vía, cuando a Isabel López se la corona de azahar como Reina de la Huerta, pero se le dice que Serás reina del mundo, como la novela de Alexandra Lapierre; porque, en el Día del Bando, Murcia es el mundo.

Abrieron el cortejo cuatro caballos, cuyos jinetes portaban banderas de Murcia y de España. Después, los típicos cabezudos. Y junto a ellos, tambores. Al son de la huerta. Y de los banderines de cada peña, que desfilaron a continuación. Desfilaron un montón de Hombres buenos, como los que salieron de la pluma de Arturo Pérez-Reverte, que evocaron, como es habitual, oficios del pasado. Por ejemplo, el de maestro y peón de albañilería, que en el cortejo compartían bici, bota de vino en mano; o el de los floristeros antiguos que repartían pétalos por las barracas. Y evidentemente La barraca, de Blasco IbáñezLa barraca, fue uno de los principales libros vivientes que nacieron, no ayer, sino desde el Domingo de Resurrección, en las calles de la capital.

Entre el público que presenció el cortejo, más de una y de dos y de decenas había sido horas antes La chica del tren. No exactamente la del libro de Paula Hawkins, que tiene que resolver un asesinato, pero sí la que ocupó una de las miles de plazas en Cercanías (Renfe reforzó las líneas C-1 Murcia-Elche-Alicante y C-2 Águilas-Lorca-Murcia) para venir a Murcia a disfrutar del Bando.

Hubo pueblo invitado. No El invitado sorpresa de Grégoire Bouillier, pues ya se sabía que este año le tocaba a Alhama de Murcia y había una carroza dedicada a Los Mayos, que son esos peleles que representan escenas costumbristas, originales o críticas. Su fiesta, el mes que viene, está, de momento, declarada de Interés Turístico Nacional. 'En tren, bici y con zancos, recorremos los Mayos el 4 y 5 de mayo: en Alhama os esperamos', rezaba el letrero de esta estructura.

En otra plataforma, una recreación en gigante del artilugio para destilar la menta. Mazorcas de maíz muy grandes (de pega, claro) y más parones para empezar a bailar. Un tractor llevaba una imagen enorme de la Fuensanta, la patrona de la ciudad. La querida Morenica que sigue en la Catedral, y ahí estará hasta mediados de mayo, cuando regresará en romería a su santuario del monte. La Virgen en tus ojos, como el libro de Florencia Etcheves, si se pone la vista en el gran público: no había quien no la mirase.

Como suele pasar cuando algo es gratis, un montón de gente del público se abalanzaba sobre los primeros vehículos que integraban el cortejo, ya que se estaban repartiendo bolsas amarillas. La idea del respetable: llenarlas luego de cosas. Si en el Entierro de la Sardina la joya más preciada es la espada de plástico, en el Bando la estrella es la longaniza. Que, como es típico, quienes van en las carrozas regalarían más adelante. Y parece que no exista nada más en el mundo que el objeto ansiado a coger. Esto es, Todo por un sueño. No exactamente como el libro de Ana Punset, sí como la constatación del poder que tiene, paradójicamente, lo efímero. Si la felicidad no fuera efímera no la valoraríamos como felicidad, podrían perfectemente pensar los que se 'mataban', en el único buen sentido de la palabra, por coger una longaniza. «Mi reino por un caballo», como decía aquel en la obra de Ricardo III. Mi reino por una morcilla lanzada desde una plataforma, ayer valía.

Y para que nadie se olvidase de la efeméride de Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega, la Biblioteca Regional también sacó su carroza. Lo hizo para repartir no salchichicas y morcillicas: para repartir poemas. Los de jóvenes autores también autóctonos, que seguramente en breve tendrán un libro con nombre propio para destacar en un próximo 23 de abril.