Lluvia, cielo gris. Son cerca de las doce de la mañana y todavía las calles de Murcia están vacías. El agua, tan aclamada por los murcianos, golpea sarcástica en el peor día del año para hacer su aparición en la ciudad. «Tranquilos, que para las nueve sale el sol», dice un hombre a un grupo de chavales; aunque, de momento, el único público que hay en Alfonso X son los policías que vigilan la zona y la estatua inmóvil del ilustre monarca. Estatua gris, taciturna, postrada en su sillón y cobijada de la lluvia entre las ramas de los árboles que custodian el monumento.

Poco a poco empiezan a verse los primeros paraguas y, bajo ellos, familias. Un padre le dice a otro que no hace día para pasear, pero que los pequeños mandan. Ellos son, implacables cazadores de regalos, los que van guiando a los curiosos hacia los puntos calientes de una mañana fría. Como tiburones que huelen la sangre, una decena de niños rodean el primer carro. Es el grupo sardinero Eros, que se prepara para ponerse en marcha ante la atenta mirada de los críos, que no pueden evitar abandonar el paraguas protector de sus progenitores para arrimar la cabeza. Alguno, incluso, se lleva un souvenir extra antes de tiempo. Son las 12:15h y, según el programa, apenas queda un cuarto de hora para que arranque el desfile de Doña Sardina.

Sin embargo, son los tonos grisáceos de un cielo encapotado y los colores oscuros de la ropa de abrigo los que predominan en el paisaje de la capital a esa hora de la mañana; hasta el carro de Eros está tapado con unos plásticos para resguardar la mercancía de la lluvia. Tan solo un puesto de globos de helio y gominolas pone un toque de color a la mañana y un grupo de músicos, ensayando bajo un soportal, son la única banda sonora de una fiesta interrumpida por la previsión atmosférica.

Casi de improvisto, el carruaje echa a rodar. Para entonces, Centauro y su banda les acompañan a la altura de Gutiérrez Mellado, tras llegar sin hacer mucho ruido y a cuenta gotas. Los treinta curiosos, no más, que se dejaron caer por Alfonso X a esas horas, congregados en torno al Colegio Jesús-María, se unen a un pequeño desfile en el que solo los tambores y vientos de los músicos sepultan el silbar de los pitos de los infantes. Las improvisadas barras callejeras de los locales de la zona aceleran los preparativos y el nerviosismo de los encargados contrasta con la alegría infantil de los niños saltando al son de las versiones charangueras de Tom Jones.

Origen disperso

Pero el destino de Eros y Centauro no iba a ser el Cuartel de Artillería. Allí se levanta este año el Espacio Sardinero, punto de reunión de los peñistas. Pero la novedad, buscando la amplitud de la plaza, no ha calado hondo entre los diferentes grupos que, en esta ocasión, han preferido hacer caso omiso y cambiar de centro de operaciones; eso sí, sin acuerdo ni consenso. La Plaza de la Flores, la Catedral, Santo Domingo, etc. Los focos de carros y charangas estaban repartidos por todo el centro de la capital, regalando sonrisas, luz y color por calles y callejuelas, haciendo, como suele decirse, la guerra por su cuenta.

¿Y para cuando el desfile? «No vamos a subir hasta allí arriba „Cuartel de Artillería, teórico punto de salida„, conforme vamos llegando vamos saliendo», dice un festero. La confunsión y anarquía reinante en el danzar de las carrozas se mitigó en Belluga gracias al pragmatismo del este.

Las bailarinas checas y la banda oficial de cadetes de Moscú, que llevan varios días amenizando las Fiestas de Primavera, se congregaron junto a la Catedral y casi con hermetismo y firmeza militar esperaron la llegada de un buen número de grupos sardineros para lanzar el espectáculo.

Así, en torno a la una del mediodía, con algo de retraso „o no, según se mire„, el grueso del desfile ponía rumbo por Trapería hacia Santo Domingo. A su camino, Diana Cazadora y Momo se unían al pelotón y la estrechez de la conocida calle de compras comenzaba a pasar factura. Cada vez más murcianos se adherían a la marcha y los foráneos se guiaban por la multitud y el consejo de los más veteranos en estas lides. «Ahora, ¿a dónde?», preguntaban unas chicas de Elda; «A Alfonso X, claro».

Y allí, pasadas la 13:15h, los sardineros confluyeron en su totalidad, con una tremenda explosión de confeti de colores que declaraba la guerra al cielo gris. Con menos público que de costumbre, con peor tiempo, pero con el mismo espíritu festivo de siempre y el Entierro a la vuelta de la esquina.­­­