Segismundo García entraba a las 5.20 de la madrugada en la Catedral de Murcia. Desde muy joven madruga en la Romería de la Fuensanta para tomar sitio en primera fila, junto al altar. Y desde hace dos años, este jubilado acude solo, sin la compañía de Cecilia, su esposa, enferma, y por quien ahora implora a su virgen. «Le pido por mi mujer», asegura, «pero también por mis cuatro hijos y mis nietos». Como Segismundo, miles y miles de murcianos se echaron a la calle para despedir en peregrinación devota a la Virgen de la Fuensanta, patrona de Murcia y de su huerta, en el día en que regresaba a su santuario en Algezares: «Venimos para pedir y también para cumplir», matiza Paqui, vecina de Ronda Sur.

A las siete de la mañana era casi imposible encontrar un asiento en la Catedral, la hora en la que el obispo, José Manuel Lorca Planes, acompañado por un tropel de sacerdotes, comenzaba la eucaristía por la Virgen. «La Fuensanta no ha dormido en toda la noche, vigilando y cuidando a su pueblo, porque una madre nunca olvida a su hijo», dijo antes de incitar «a vivir con ilusión la peregrinación». Y exhortó a sus fieles a dejar las preocupaciones prescindibles: «Despojemos las cosas inútiles y secundarias de la vida y carguemos en nuestra espalda con la responsabilidad del amor».

Belluga aguardaba expectante el final de la misa. Abarrotada como nunca, repleta como todas las romerías, la plaza estalló en aplausos cuando salió ella, «la más guapa», al son del himno nacional por la Catedral para saludar a su pueblo en su partida al Santuario. La Morenica fue recibida entre enérgicos vivas y vítores, y entre flases de cámaras inmortalizando el momento.

Acababa de comenzar la Romería. La Virgen emprendía la marcha a hombros de los estantes, integrados en su mayoría por los reales caballeros de la Fuensanta, y envuelta en un manto granate, bordado con doce negras golondrinas -por los meses del año- y siete coronas de Murcia por sus siete coronaciones. «Va preciosa, nunca la había visto de rojo», exclamaba una vecina. El manto, obra de la familia Nortes, volvía a vestir a la Virgen después de nueve años, como explicaba a este diario Joaquín Vidal Coy, cabo de andas por segundo año consecutivo tras tomar en 2014 el relevo de su padre. «Él es el verdadero cabo, yo sólo soy su sustituto», confesaba.

Gran Vía alumbró los primeros rayos del día y La Morenica cruzaba el Puente Viejo, donde se encontró con la Virgen de los Peligros. Arropada por sus fieles, la Fuensanta nunca caminó sola, rodeada de una ingente marea humana de murcianos, y también de visitantes, como Michela, una estudiante de Veterinaria italiana que transitaba sorprendida ante «tanta gente». Algunos caminaban descalzos, como Pedro, un informático de Santomera que peregrina sin calzado desde hace veinte años por una promesa de su abuela. O como Juan Pedro, de Algezares, «porque La Morenica es nuestra segunda madre».

La Fuensanta hizo su primer alto en el camino en la iglesia de El Carmen, donde recibió la tradicional lluvia de pétalos, claveles y gerveras de la Archicofradía de la Sangre. «Es un orgullo», comentaba un «impresionado» Manuel Lara tras bañar de flores a la Virgen desde el balcón. La Morenica despedía así a Murcia antes de torcer por Torre de Romo y dejar el barrio de El Carmen. La Policía Local, que había escoltado a la Virgen y también a la Corporación municipal, cedía el relevo a la Guardia Civil, que guió a la Patrona hasta Algezares.

Precisamente la Corporación se estrenaba en la Romería. El alcalde, José Ballesta, destacaba que todo marchaba «sin ningún problema» y añadía que había asistido más gente que en otros años. «Se vive diferente cuando eres alcalde. Como ciudadano paseas tranquilamente, pero como regidor vas preocupado, recibiendo información continuamente de la Policía», señalaba. También se dejaron ver otros ediles, como Jesús Pacheco (Cultura) o los socialistas José Ignacio Gras y Enrique Ayuso. Y representó a la Comunidad la consejera de Cultura y Portavocía, Noelia Arroyo, ataviada con una chaqueta roja, emulando al manto de la Patrona.

Ya sin las autoridades, la Fuensanta se lanzó por la extensa Torre de Romo. «Es una tradición muy murciana y la llevamos en la sangre», espetaba Juan Antonio, médico de emergencias, quien no quiso revelar sus plegarias, «pero salud se pide siempre». En cambio, Elena, enfermera de profesión y enfundada en una camiseta grana, tenía muy claros sus rezos: «El Real Murcia necesita una ayuda». Y la familia de Kleber, ecuatoriano afincado en Puente Tocinos desde hace 16 años, imploraba «fuerza para seguir trabajando». «Nos recuerda a nuestra romería de Manabí».

Vecinos de la Plataforma Pro Soterramiento esperaban a la comitiva en el paso a nivel en Santiago el Mayor. Desplegaron su pancarta 'Soterramiento de las vías ya' y entonaron sus protestas: «El tren por abajo, nosotros por arriba». Por ahí también estuvo el diputado socialista González Tovar, «un clásico en las romerías», como él mismo citó. Una de las manifestantes gritó que buscaba a Ballesta, para lamentar «una obra ilegal», pero el primer edil no estaba. Preguntado después por este periódico, respondió: «No, no nos hemos cruzado con ellos. Nos hemos cambiado de ropa en la Glorieta y nos hemos incorporado luego en Ronda Sur».

Una romería multitudinaria

«Corre, nena, que todavía está en el barrio», le decía un vecino de El Progreso a su mujer nada más asomar a la avenida principal, donde cientos de romeros pasaban camino al Santuario. Ya estaba tranquilo: este año tampoco se perdía el paso de la Patrona por su calle. Todos querían encontrarse con La Fuensanta de regreso a su hogar.

La comitiva de romeros resultaba inabarcable. Un río de gente acompañó a La Morenica en una jornada en la que incluso el cielo mostró su mejor cara. Muchos fueron los que comentaron «la gran cantidad de fieles» que este año se había lanzado a las calles para caminar los siete kilómetros que separan la Catedral de Murcia del Santuario junto a la Virgen. Fue uno de los comentarios que más se escuchó por todas las esquinas y a lo largo del recorrido: «Cuánta gente hay este año, yo no recuerdo una romería así», se extrañó Javier, al que acompañaba su nieto «mientras aguante el cuerpo».