Juan López, de Patiño, tenía claro que ayer su jornada era para dedicarla por entero a la Virgen de la Fuensanta y a su familia. Y es que la Patrona de Murcia «hizo un milagro» hace algunos meses cuando Jacinto, su nieto, sufrió un accidente que los mantuvo en vilo durante muchos días. Lo contó emocionado: «El crío tenía tres años y se cayó desde el tercer piso en el que vive con sus padres en Ciudad Real». Su señora, junto a él, aseguró que el pequeño se salvó «gracias a que el portero sacó los contenedores diez minutos antes» y amortiguaron el golpe.

Después de más de veinte días ingresado en una unidad infantil de cuidados intensivos de Toledo, el niño salió de ella «sin ningún hueso roto, sin secuelas». Para Juan López, que ayer reunió a todos sus hijos y nietos para dar gracias a la Virgen y luego comer juntos y celebrar «el milagro», no había nada más que le quisiera pedir a La Fuensanta. A la espera del paso de la imagen, el murciano se deshizo en elogios a Jacinto, «que es un nieto especial» y a toda su familia.

Juan y los suyos encontraron en los momentos más duros que recuerdan el consuelo de mirar al cielo y pedir a La Fuensanta que todo saliera bien. Una historia con final feliz. Para él, ayer todo era alegría, todo gratitud.

Muchas otras personas, cada una con una historia a sus espaldas, quisieron dar gracias a la Virgen.

El caso de Micaela Gálvez es el de toda una vida vinculada a la subida de la Patrona al Santuario. Esta octogenaria sigue una tradición inculcada por su madre y su abuela, y por generaciones anteriores, de poner una mesa de descanso para los estantes al borde del camino. Cada año, Micaela, y ahora todas sus hijas y nietas, preparan la mesa con el mejor tapete de la casa y se hacen con ramos de flores para poner en el trono. «Esto se lleva haciendo aquí más de doscientos años, y seguiré mientras haya fuerzas», dijo rotunda Micaela, de pie, sosteniendo sus flores.

Un acto de fe

Sin apenas fuerzas ya al final del camino y flanqueada por dos familiares que casi la llevaban en volandas, una mujer daba los últimos pasos con la mirada puesta en el manto granate de La Morenica. Aquejada de una enfermedad, hizo todo el recorrido hasta el Santuario.

Una vez arriba, los tres se fundieron en un abrazo silencioso y llegaron hasta la puerta del templo, donde decidieron esperar que la aglomeración de gente cesara y el acceso a la capilla fuera más sencillo. «Promesa cumplida», le susurró al oído uno de sus acompañantes.

En cosa de unos segundos, se perdieron entre la multitud que subía las escalinatas blancas. Ella era la protagonista de una de las cientos de historias anónimas que ayer se cerraron felizmente en torno a la Virgen de la Fuensanta.