Corría el siglo XIX cuando los primeros empresarios industriales comenzaron a preocuparse por cuestiones sociales. En un mundo tremendamente desigual, solo algunos pioneros miraban por el bienestar de los trabajadores, y por el progreso de una sociedad que ha cambiado mucho con el paso del tiempo. Entonces se pusieron los cimientos de lo que hoy conocemos como Responsabilidad Social Empresarial, un término muy extendido que engloba todas las actuaciones de las empresas destinadas a contribuir a construir un mundo mejor tanto en lo social, como en lo económico como en lo medioambiental.

Al principio, todo surgió a través de aquellas agrupaciones que consideraban poco ético lucrarse con productos perjudiciales para la sociedad. Ya no era solo cuestión de producir lo máximo posible y sacar todo el rédito a los beneficios económicos, sino que poco a poco se fueron dando cuenta de que cada empresa tenía una serie de deberes con la sociedad que le rodeaba. Pero no fue hasta mediados del siglo XX, en aquellos años cincuenta y sesenta, cuando surgió realmente como un compromiso, aunque solo fuera en Estados Unidos. A Europa no llegó hasta los años noventa, gracias al impulso de la Unión Europea para implicar a los empresarios en una estrategia de empleo que generase mayor cohesión social. Uno de sus principales defensores fue el secretario general de la ONU, Kofi Annan, que en el Foro Económico de Davos de 1999 solicitó al mercado que adoptara valores con rostro humano.

El propio Annan fue quien definió una serie de líneas maestras, llamadas los 'Diez Principios' para que las empresas las tuvieran en cuenta en su actividad, que incluían el estricto cumplimiento de los derechos humanos, la situación laboral de los empleados y el respeto al medio ambiente. Este último aspecto ha cogido cada vez más peso, dada la influencia del cambio climático y los compromisos de los estados para paliarlo.

La idea ha ido calando en las conciencias, tanto de los empresarios, como de las administraciones públicos, como de los partidos políticos, y también en los propios ciudadanos, que son conscientes de la apuesta de determinadas compañías por el desarrollo sostenible y por la contribución para solucionar los problemas que tiene la sociedad.

Hoy en día, todo se enfoca hacia el año 2030, no como un momento crucial, sino como el final de un proceso de quince años para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible marcados por la Organización de las Naciones Unidas. Esta Agenda 2030 no es más que la continuación de aquellos 'Diez Principios' impulsados por Kofi Annan, pero transformados en una serie de metas y objetivos concretos a las que se han adaptado las empresas.

Acabar con la pobreza, con el hambre, garantizar una vida sana, una educación inclusiva, el acceso a servicios básicos como el agua o la electricidad, promover un uso sostenible de los recursos, conservar los océanos, contrarrestar el cambio climático, reducir la desigualdad y apostar por un crecimiento económico sostenible son objetivos que deben involucrar a toda la sociedad, desde las altas esferas empresariales y políticas hasta el ciudadano de a pie.