Acaba de cumplir los cien años de edad y se mantiene fresca, como la mejor rosa del jardín en primavera, «aunque el oído y la vista me fallan un poco», dice un tanto preocupada cuando se le pregunta por la salud. Come de toda clase de alimentos en la proporción adecuada y considera que ese es uno de los secretos para haber llegado a esta edad. El cocido y el arroz con conejo son sus platos preferidos.

Se llama Carmen Márquez Lario y es la ´Abuela de La Hoya´, a quien hemos querido traer a estas páginas de LA OPINIÓN, en un día tan especial como es la romería con la patrona, para que todos sus vecinos sepan lo bien que se conserva tanto física como mentalmente. Nació en septiembre del año 1917. Hace tan solo unos meses cumplió un siglo de vida, «que se dice pronto, pero los años pesan cada vez más», nos dice convencida y con ganas de cumplir muchos más. Pese a su avanzada edad, todavía son contínuos los paseos a pie por la calle, siempre que el tiempo lo permite.

Contrajo matrimonio con José Montes León cuando solamente tenía 18 años de edad y su marido 24, en plena guerra civil española cuando todo comenzaba a escasear y las dificultades se multiplicaban para poder subsistir, pero la unión entre ambos se fortalecía cada día. Ella nació y ha vivido siempre en La Hoya. Su marido procedía de la pedanía lorquina de El Puntarrón, situada en los límites con el municipio de Mazarrón. El santo sacramento lo recibieron en la ermita vieja, cuyas paredes aún siguen en pie junto al Camino Viejo. Entonces y dada la época en la que se produjo el acontecimiento, acababa de comenzar la guerra, no había ganas ni dinero para hacer grandes celebraciones, «comimos los familiares más cercanos un plato de arroz con algo de carne y ahí se acabó el banquete y la fiesta», nos dice.

Poco después, su esposo, fue llamado a filas teniendo que comparecer ante la superioridad, viviendo de cerca los desastres de la contienda. Hasta en dos ocasiones, según Carmen Márquez, «mi marido vino a vernos andando desde Teruel y desde Málaga, tardando en cada uno de los viajes unos 25 días». Al regresar de uno de esos viajes «su hermano no lo conocía por las largas barbas que llevaba». Vivían entonces en el paraje de El Huerto Chico. No obstante, se siente orgullosa de una hazaña que protagonizó su esposo en plena guerra civil.

Cuenta que en una ocasión salvó la vida a un amigo y vecino de La Hoya, Diego Martínez. Dice que huyendo de las bombas por el campo de batalla donde se encontraba, «de pronto escuchó una voz que decía: Montes no me dejes y ni corto ni perezoso, volvió atrás, se echó a los hombros al amigo y le salvó la vida».

Después vinieron los tres hijos. Primero Isabel, después María del Carmen y por último Mateo Montes Márquez. Esos hijos le han dado 9 nietos y 12 biznietos, «tengo más biznietos que nietos y los que pueden aún venir», nos cuenta con orgullo y con ganas de recibirlos. Pasó junto a su marido en Cartagena una temporada, con su pequeña hija, Isabel, «en un lugar en el que a la pequeña se la comían los chinches».

La vida del matrimonio no fue nunca un camino de rosas, sino de dificultades y problemas, teniendo en cuenta los momentos que les tocaron vivir. Según Carmen Márquez, «hoy se vive en la gloria y no como en aquellos tiempos». En la misma casa llegaron a convivir, además del matrimonio, los padres y madres de ambos, todos juntos. Cuenta que llegó a comer hasta raíces de alfalfa para poder subsistir en una época en la que media granada «era para nosotros un manjar aunque después pudimos comer pan de cebada cuando fue mejorando la cosa», nos cuenta. De lo que sí está convencida es de que «como no había pan para comer, nos sobraba una mano». Además de las labores de casa, Carmen Márquez trabajó arrancando cebada, segando de sol a sol y luego trillando en la era, escaldando o recogiendo higos, al mismo tiempo que participaba en todas las faenas propias del campo, junto a su marido. Recuerda la época del estraperlo en la que se hacían intercambios de determinados artículos por alimentos para poder seguir viviendo, lo que costó a la familia algún que otro disgusto. Los miércoles acudían al mercado de Totana y los jueves al de Lorca, «con un buen carro y una mula, para vender huevos o animales, obteniendo a cambio dinero para poder comprar otras cosas que necesitábamos».

Echando la vista atrás, Carmen se muestra convencida de que pese al progreso y a los avances de la técnica, «antes nos divertíamos más que ahora con tanto adelanto y tantas redes sociales y lo pasábamos mucho mejor». No había luz eléctrica ni agua corriente, «pero las fiestas no faltaban nunca». Recuerda que los bailes en los cortijos estaban a la orden del día, «con jotas, parrandas y malagueñas y divertidos juegos con los que pasábamos buenos ratos y siempre con la chimenea encendida durante el invierno». Recuerda que siempre ha sido una devota de la Virgen de la Salud, «acudía cada año a la romería, aunque estuviera lloviendo o nevando, porque siempre he confiado mucho en ella», nos dice. Primero lo hacía con mi marido y cuando faltó lo hice con mis hijos y después, con algunos de los nietos.

A sus cien años y seis meses, Carmen Márquez sigue estando atendida por sus hijos María del Carmen y Mateo, que no la dejan sola ni un solo instante. Se siente orgullosa tanto de ellos como de sus nietos y biznietos.

Juan Antonio Sánchez Cifuentes, otro veterano del pueblo

Juan Antonio Sánchez Cifuentes cumplirá, el próximo 1 de marzo, 93 años de edad. Es el varón más veterano de la pedanía de La Hoya, en la que residen más de 4.000 personas. Está convencido de que «no haber fumado ni bebido nunca, comer fruta y alimentarse bien, además de hacer ejercicio, es fundamental para llegar a esta edad». Es el mayor de seis hermanos, cuatro hombres y dos mujeres. Nunca fue a la escuela aunque tuvo la oportunidad de aprender las primeras letras y números, gracias al maestro que su padre le puso en casa. En el año 1936, cuando estalló la guerra, Juan Antonio tenía 11 años de edad. Su padre tuvo que marchar al frente y él fue el que se quedó al cuidado de sus hermanos. Empezó a trabajar a muy corta edad y recuerda que por el primer jornal percibió 25 pesetas y que, si trabajaba regando durante la noche, el sueldo se elevaba hasta las 50 pesetas de la época. Recuerda que «con cien pesetas de entonces, había comida para una semana».

Durante una época de su vida estuvo acudiendo cada semana en bicicleta hasta la refinería de Escombreras, donde estuvo trabajando. Viajó a Francia a la vendimia durante años, estuvo segando en La Mancha y también se hizo carbonero, talando pinos con los que luego se hacía el carbón.

Contrajo matrimonio con Clementa Torroglosa Martínez cuando tenía 28 años de edad. Tiene dos hijas, cuatro nietos y 5 biznietos.