Durante los días 26 y 27 del pasado mes de octubre, y para celebrar un importante acontecimiento familiar, mi mujer y yo, acompañados de mi nieta Laura y su novio Juanma, organizamos un viaje relámpago a Aranda del Duero y a Segovia, para saborear con delectación sus productos típicos por excelencia, el cordero y el cochinillo al horno, respectivamente, que nos merecieron la calificación Cum Laude, con chorrera.

Pero al regreso, y para ponerme al día con la prensa atrasada, me encuentro con una cita de la periodista venezolana Valentina Quintero, y que viene al caso que ni pintada, que dice así: «Las historias más importantes son las que ocurren en una esquina; lo cotidiano es siempre lo más universal». Bueno, pues como nos atendieron tan bien, y en un marco tan espléndido (en plena calle y con el acueducto al fondo) quisimos obsequiar al camarero, un argelino simpatiquísimo, con dos euros (que tampoco hay que pasarse).

Y cuando echamos manos al bolsillo, la única moneda que portábamos llevaba impresa en su reverso, pasménse, el mismísimo Acueducto de Segovia. Ante esta casual y feliz circunstancia, cambiamos inmediatamente de opinión, dándole entre todos, no dos, sino tres euros (quinientas pesetas del ala, de las de entonces, que no es moco de pavo). Pero, eso sí, para que fuesen directamente para el morito de marras, y no para una 'patilarga', que merodeaba por allí, administradora de todas las propinas o fondo común, entre el gremio. Pero, en cualquier caso, y como decíamos al principio, protagonizándose una anécdota tan entrañable y cercana, que tuvo como telón de fondo, como leitmotiv, la famosa muralla romana, declarada Patrimonio de la Humanidad. ¡Más universal, imposible€!