Fiesta infantil

El pasado 6 de noviembre, miércoles, y para pasar a limpio las notas tomadas del libro ‘Ahora que me acuerdo’, de José Esteban, siguiendo las indicaciones del profesor y crítico literario, José Belmonte (y que recomiendo expresamente) paso toda la tarde en la biblioteca murciana del Centro Cultural de Casillas. Pero, cuál es mi sorpresa, cuando a las 6 en punto de la tarde, todos los lectores se ven interrumpidos bruscamente, por una fuerte música, que distrae su atención. Al parecer, por una fiesta infantil, tributada a los niños del barrio de San Basilio. Al marcharme, y ante mi estupor, al bajar por el ascensor, le pregunto a una señora (que por su actitud parecía ser de la organización) si le parecía lógico tal proceder. Y muy rotunda, me contesta: «claro que sí, ya que se trataba de una actividad preparada para los niños, que son lo primero… Y que, además, estaba prevista de antemano, y con tiempo más que suficiente, para su realización». Y yo, totalmente ajeno, a estos tejemanejes, ¿saben lo qué les digo, así a bote pronto ¡Que no estoy de acuerdo!. Así de claro. Y no es por nada, pero no me cabe en la cabeza que no exista, en un complejo de esta naturaleza, una dependencia más indicada para tal menester. Y si no la hubiera o hubiese, siempre podría convocarse a otra hora más conveniente; que el día es muy largo. Vamos, pienso yo….

Un andador intrigante

Hace unos días me llamó por teléfono, mi íntimo amigo, José Navarro Abenza, y me dice: «Oye, ¿es que te pasa algo? que ayer mismo me encontré con nuestro viejo compañero, José Luis Camacho Sánchez, y me contó que te había visto pasear por Murcia y que ibas en silla de ruedas, ¿es cierto?».

Pues no -le repliqué- no deambulaba con silla de ruedas, sino con el ‘andador’ de mi mujer, que no es lo mismo». Y aún le agregué, para dejar las cosas bien claras, «que si lo hago ocasionalmente, no es por una necesidad imperiosa, sino porque me resulta mucho más cómodo para hacer algunas compras”. Dicho todo ello, con cierto aire puntilloso, y hasta con reconcono, por poner en duda mi salud a prueba de bombas y casi exultante. Pero alguna pista falsa, efectivamente, debe de infundir este medio de locomoción casero, cuando esta misma mañana, apenas hace un rato, al ir a hacer una gestión a Fotocopias la Torreta, de Murcia, y con el mismo armatoste, Laura, una de sus depedendientas, más cariñosas y simpáticas, mirando al bicho, me sopla por lo bajini y me comenta: «Qué, ¿ya con algún problema de cadera?» . Teniendo que dar la explicación pertinente, para dejar a buen recaudo, nuevamente, mi acreditada salud de hierro, aunque tenga ya 82 años, largamente cumplidos. O, lo que es lo mismo, como diría aquél: «que por un gato que maté, en ‘Matagatos’ me quedé» ¡Triste sino el mío, que tanta curiosidad despierto!

Olvidos imperdonables

A lo largo de nuestra vida, ya casi centenaria, he sido protagonista de infinidad de relatos, que tienen el olvido como especial protagonista. Y que, si los contase al detalle, habría para una voluminosa antología. Pero sólo referiré tres, a modo de selectiva muestra. Recuerdo uno, acaecido en Bilbao, en el año 1960, que fui a comprar unos muebles a determinado establecimiento (acompañado de José Fernández Cabezudo) y cuando volví a recoger el coche, donde estaba aparcado, éste me lo habían robado. Al cabo de dos días, y con denuncia por medio, ‘descubrí’, que no me lo birlaron, sino que en lugar de ir buscarlo a la Alameda de Mazarredo, debí haber ido a la calle Uribitarte, donde estaba realmente estacionado ¿Se imaginan el descomunal despiste?

Bueno, pues peor fue, lo que le pasó a Pepe de Alejo que, después de pasar todo el día, haciendo compras en Murcia, cuando regresó a Ricote en ‘la Catalana’, se percató de que se había dejado olvidada a su mujer, la buena de la Carmen de la Narcisa, en la capital del Segura ¿no es alucinante?. Y ya, el colmo de los colmos, la anécdota protagonizada, por José María Rosa Saorín, siempre tan curioso y ordenado para todas sus cosas, que un buen día fue de compras a Archena, a un lugar de su plena confianza, y cuando se echó mano a la cartera para pagar, con gran sorpresa por su parte (¡tierra, trágame!) detectó que, al cambiarse de pantalones por la mañana, se la dejó olvidada.

Y para quedar bien ante el vendedor, no se le ocurrió otra cosa mejor que dejar en prenda a su propia mujer (a la graciosa y ocurrente Esperanza Guillamón Yepes) y salir corriendo hacia Ricote, a marcha exprés a proveerse del parné correspondiente para saldar la deuda. Y, sobre todo, para salir airoso del trance, que la honrrilla también cuenta.

Ahora, lo bueno de este lance humorístico, es oírlo de su propia boca, de la pareja en cuestión, en una noche inspiradísima. Ya digo, algo único e irrepetible, y para mondarse de risa. Como tuvimos la fortuna de presenciarlo; en vivo y en directo, estos que suscriben, que aún no salen su asombro (Aquí, el menda, y mi ‘parienta’, que no me la quito de encima, ni a escobazos…)

Foto acreditativa

Como llevo siempre la escopeta montada, para servir mejor a nuestros lectores, el pasado 11 de noviembre me pasó una cosa muy curiosa, que merece la pena contarse. Estaba yo impaciente, en mi casa de Murcia, esperando a que bajase el ascensor y, cuando el run rún acústico se acercaba, procedente del 7º piso (que casi siempre está de mudanzas o de obras, por decir algo…), al abrir la puerta de la planta baja, comprobé la siguiente escena: que un chico joven, como de unos 25 años, tan pancho, estaba centrando su móvil, para disparar, y hacerse un selfi.

Ante mi estupor, y sin mediar palabra, me comenta, literalmente: «Es para que vea mi Jefe, que estoy aquí, y no en otro sitio». Ya sé que los tiempos, como dice la copla, adelantan que es una barbaridad. Pero, en mi época, bastaba con la palabra de honor, para que se fiasen de uno. De mucho más valor que una escritura o de una acta notarial; ¡donde va a parar…! Lo otro, es tomarte por un chiscaravís o un tipejo del tres al cuarto; por no decir por el pito del Sereno. Y ustedes perdonen.

Un divertido equívoco

El pasado 16 de julio, festividad de la Virgen del Carmen, lo celebré al alimón con mi parienta, en el restaurante ‘Domingo’ de Los Torraos (Ceutí) coincidiendo con su onomástica. Ocasión que aproveché para cobrar un recibo pendiente, alusivo al Especial de las Fiestas de San Sebastián del pasado año, por un anuncio inserto en La Opinión.

Hasta aquí todo correcto, pero lo que son las cosas… Nada más entrar en el establecimiento me veo impelido por una urgente necesidad fisiológica, y a tal fin acudo veloz al excusado correspondiente para aliviar mi aflicción. Pero al regreso me topo por el pasillo con la dueña del local, muy diligente además de guapa, y le digo: «Acuérdate de que te enseñe luego unos papeles». Pero debió tomar mi leve insinuación oral de forma ‘trucada’, hasta el punto que más tarde vuelve a la mesa, acompañada de uno de los camareros del servicio y me explica, más o menos: «que acaba de visitar con detalle los lavabos y que todo está en orden y el papel al completo», dando a entender claramente ¿qué dónde estaba el problema o el origen de mi queja? Y allí que me ves a mi, tremendamente azorado, dando estúpidas explicaciones, por un asunto tan baladí, como si me hubiesen cogido en una trampa mortal. Ya que, siguiendo mi costumbre, después de la aludida evacuación, me lavé copiosamente las manos y me refresqué la frente, igualmente en abundancia (pero sin secarme en el aparato eléctrico pertinente, la toalla y ni siquiera en el papel ad hoc) para que dicha humedad, poco a poco, se fuese evaporando con tiempo, y así permanecer inmune a los reiterados resfriados, a los que era tan proclive.

Según la autorizada opinión de expertos en la materia, lugareños por supuesto, cuyo dictamen sigo a rajatabla y con notable éxito, por cierto. Aclarada la cuestión y cobrada la referida factura a tocateja, degustamos con delectación una excelente paella, con caracoles serranos, de las más logradas de los contornos, por no decir del ancho mundo.

Confusa interpretación de una noticia

El pasado 13 de abril, Jueves Santo, leo una información en la prensa regional, en la que se relataba que un señor de Águilas, creo recordar, deja mal-herida a una mujer, a consecuencia de cuyas lesiones es ingresada urgentemente en la Arrixaca, en estado muy grave. Al parecer, empleando como arma asesina «una pata de cabra…» A los pocos días, curiosamente, observo como tres vecinos de la localidad, de parecida extracción social, pero de muy diferente preparación y cultura, sentados en un banco, (que ese día había dejado libre ‘el Capi’) comentan acaloradamente esta reseña, a punto de llegar a las manos: Y, uno de ellos, sin más, la da por buena, confiando plenamente en la fiabilidad que siempre le ha inspirado la letra impresa, de la que se fía de ella casi a pies juntillas (atreviéndose a sugerir, muy tímidamente, que tampoco es para tanto; ni para ponerse así, que ahí tenemos a Caín, que se cargó a su hermano Abel, con el quijal de un burro, y no se ha armado tanto lío). Pero llega el otro, hecho un basilisco, y de la forma más airada, le dice: «Eso no es posible, ¡no me lo puedo creer!» Y aún se enfurece más, preguntándose a sí mismo que «¿cómo se explica que con una simple pata de cabra, se pueda hacer tanto daño?. Ni aunque se tratase de una cabra montesa, macho, que tan mal suena Y, si me apuras, ni de los famosos arrui, parientes cercanos suyos, asentados en Sierra Espuña, esa raza invasora y destructiva, que va a acabar con todo» Y, por fin, el listo del grupo, que aguardaba impaciente su oportunidad, muy ufano, va y pontifica a su aire: «¡Mira que sois zoquetes!»; («¡sois más tontos que Abundio, que corría solo y quedó segundo!») «¡lo que es ser lego y profano en la materia!». Y aún añadió, para redondear su tesis: «la pata de cabra, a la que os estáis refiriendo, tan bobamente, no es sino, lo que en castellano antiguo, el idioma de Cervantes, se designaba a una barra de hierro que suele emplearse para forzar las puertas; o, lo que es lo mismo, lo que se entiende vulgarmente como ganzúa o palanqueta.» Pero, no contento con eso, dándoles con la puerta en las narices (perdón, poniéndoles a parir de un burro) aún agregó: «Qué razón tenía Amos Alcott, cuando dijo que la enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia» Y se fue tan pancho al bar de la esquina, casi dejándoles con la palabra en boca…

Adivina, advinanza… ¿qué lugareño del grupo dijo esa cita literaria sacando la panza? ¡A ver… dónde está el listo!

Ir a por abono y ver al Duque

El pasado 2 de noviembre, sábado para más señas, un día especialmente tenso para mí, porque había que atender un compromiso familiar, muy delicado, y exigía estar a la altura de las circunstancias, a mi mujer le entró la ventolera de ir a comprar abono. Así por las buenas.

Y como cuando se pone así, tan contrariada y ‘descontadiza’ te puedes esperar lo peor, efectivamente, pasadas más de las dos horas, aún no había regresado del local elegido, para hacerse de tal mercancía. Concretamente, nada menos, que de Bodegas El Campanario que, por lo visto, estaba sola la dueña, y ante esta tesitura, empezaron a darle a la lengua, las dos (que la mía tampoco se queda corta) y por poco acaban. Y cuando regresó, a las tantas, a la espera de verla arrastrando el saco y sudando la gota gorda, me la encuentro con un barrilico en la mano, para echarle a las plantas, que apenas le cabía en un puño (bueno, una botella de un litro, que tampoco hay que exagerar). Y en lugar de entenderla, me puse como un basilisco, que yo también, cuando me pongo, soy un buen farruco. Total, y para abreviar, que al preguntarle por el motivo de su tardanza (que si soy yo me cuelga) me dice que se había entretenido hablando con su ‘prima’. Y cuando yo me creía, como eximente, que se trataba de su prima ‘Victorina’, que vive enfrente (y que les va la par, por decir algo, en el palique y sus anexos…) resultó ser la caporala de la Tienda.

Ni más ni menos, que Luisa Moreno España, que no sólo habla más que un sacamuelas, mucho y bien, sino que encima, te embriaga y subyuga. Y que, según ellas, son primas y más que primas, y no se lo discutas. Y todo, porque la madre del Gabrielín (experto en aguas, donde los haya) ‘Fuensantica de las Pastoras’,y la suya propia, eran primas hermanas. Y así, claro, la cosa cambia… (Aunque yo, para no bajarme del burro, ya había puesto aquí «¡Échale hilo a la birlocha!»).

Con el pie cambiado o perdiendo el compás

Allá por el año 30 del pasado siglo, la Banda de Música de Ricote que dirigiera con certera mano el maestro Alonso, era tanta su fama que desbordaba ampliamente nuestros estrechos confines locales. Cómo sería su nombradía, que el Ayuntamiento de Ulea contrató sus servicios para que actuase en la villa con un concierto en la plaza del pueblo, un pasacalles por sus enrevesadas vías urbanas y hasta de acompañamiento solemne en su cortejo procesional, escoltados por la Guardia Civil en traje de gala con motivo de las fiestas patronales de San Bartolomé del 4 de agosto. El día de autos, cuando la agrupación musical con todos sus integrantes al completo, iba tan feliz y contenta aproximándose al recinto y ante un público expectante, sin saber cómo ni por qué perdió el hilo musical y lo que hasta en ese momento había sido un acorde perfecto, derivó en un desafine tal que más que una formación en toda regla se asemejaba al ejército de Pancho Villa o a la casa de ‘tócame Roque’. Llegándose en su desbarajuste a situación tan caótica, armándose tal ‘pitoste’ (nunca mejor dicho), yendo cada instrumento por su lado, que de golpe y porrazo la citada banda ‘se esforrió’, utilizando las palabras de nuestro confidente. Pero héte aquí que ante el asombro de todos, uno de sus componentes, un simple trompetista, alertado por un resorte mágico o por inspiración divina, quién sabe, cayó en la cuenta y, sin más, salió tocando un pasodoble.

Concretamente, El gato montés, y en menos que canta un gallo, enmendó el entuerto suscitado, sumándose todos entusiasmados al carro de su batuta, como si fuese el Santo Advenimiento. Y, por arte de birlibirloque, lo que hasta entonces parecía una jaula de grillos o un estruendo enloquecido de miles de chicharras cantando en plena siesta, se transformó por ensalmo en la 5º Sinfonía de Beethoven dirigida por Ataúlfo Argenta.

Y todo ello, digámoslo con el mayor enfásis, gracias a la feliz intervención de José Gómez Miñano, el famoso ‘José de la Pura’, que supo poner remedio a tal desatino volviendo musicalmente el mundo al revés. Cuál sería el alboroto que despertó su actuación, que tuvieron que repetir la pieza una y otra vez, siendo felicitados por la corporación municipal en pleno y casi sacándolos a hombros. Ya digo: un éxito sin precedentes, ¡algo inenarrable!