«Si quieres correr, corre una milla; si quieres vivir una experiencia corre una maratón». La frase la pronunció uno de los mejores atletas europeos de todos los tiempos, Emil Zátopek. El checo se colgó varias medallas en los Juegos Olímpicos, entre ellas, un oro en la prueba de Maratón en Helsinki 1952. Sabía perfectamente de lo que hablaba. Ayer bastó con contemplar a los deportistas que cruzaban la línea de meta situada junto al pabellón Príncipe de Asturias para corroborar que Zátopek estaba en lo cierto.

Las caras de los participantes de la II Maratón de Murcia reflejaban una mezcla de satisfacción, orgullo, felicidad, pero también de sufrimiento, de mucho sufrimiento. Del primero al último. Dio igual si el tiempo final marcaba poco más de dos horas y media o cerca de cuatro horas. La emoción fue la misma para todos. Algunos, incluso, no ocultaron sus lágrimas. Probablemente por una promesa cumplida, por una dedicatoria especial o, simplemente, por finalizar esa experiencia única que, dicen, todo el mundo debería probar alguna vez en la vida. Algunos se quedaron en el intento y no alcanzaron el ansiado objetivo final, pero siempre podrán decir que al menos valió la pena intentarlo.

La satisfacción fue completa para los 948 corredores que cruzaron la línea de meta. La recompensa material esperaba unos metros después con esa medalla que todos recogieron de manos de los voluntarios que además daban la primera enhorabuena de la jornada. Luego llegaría el abrazo más deseado, el de los familiares y amigos que aguardaban impacientes la llegada de los suyos. Todos acabaron felices porque atrás quedaban 42.195 metros de sudor y esfuerzo.

Murcia estuvo una vez más a la altura y la II Maratón salió a pedir de boca. La capital del Segura demostró que puede hacer competencia a las grandes ciudades del país en este tipo de eventos. La segunda edición sirvió para comprobar que la prueba tiene un gran recorrido por delante y que promete convertirse en un clásico del calendario regional en los próximos años. Pese a contar con un solo año de experiencia, la organización de la carrera, encabezada por el Club Correbirras y la inestimable colaboración de la concejalía de Deportes del Ayuntamiento, fue ejemplar de principio a fin.

Los atletas transitaron por algunas de las zonas más importantes de la ciudad (Gran Vía, Paseo Teniente Flomesta, Avenida Libertad, Plaza Circular, el Infante, barrio del Carmen o el barrio de San Antón) en una jornada en la que el tiempo acompañó a lo largo de toda la mañana. De los 14 grados que marcaba el termómetro a la hora de la salida se pasó a los 23 del mediodía. Una temperatura ideal para que los corredores llegados de todos los puntos de la Región pudieran completar ‘sin problemas’ los poco más de 42 kilómetros. Precisamente el calor era uno de los grandes temores de muchos atletas, pero por suerte apenas hizo acto de presencia. Pero la prueba no estuvo solo compuesta por corredores locales. También llegaron otros repartidos por toda la geografía nacional como Asturias, Canarias, Madrid, Barcelona, Andalucía, Alicante o Castilla la Mancha.

El alcalde, en Nueva York

Uno de los grandes ausentes de la prueba fue el alcalde de la ciudad. Participante de la primera edición, en esta ocasión Miguel Ángel Cámara prefirió cruzar el ‘charco’ y vestirse de corto para correr la maratón más famosa del planeta, la de Nueva York. Un habitual de las carreras populares de la ciudad y del municipio, esta vez cambió la Gran Vía y el Jardín de Floridablanca por la Quinta Avenida y Central Park.

A la carrera no le faltó colorido. Hubo quien participó con un globo atado al brazo, muchos con la camiseta del Real Murcia e incluso otros, como Manuel Rico, quien lleva en sus piernas la friolera más de 130 maratones, corrió disfrazado de Groucho Marx, un atuendo que suele utilizar en otras carreras más variopintas como la San Silvestre. El esfuerzo pasó factura a más de un corredor y algunos, sobre todo los que entraron pasadas las doce de la mañana, llegaron a meta exhaustos, siendo atendidos rápidamente por los servicios sanitarios ubicados en la línea de meta. El dorsal 452 (José Antonio Mateo Paredes) tuvo que entrar en meta ayudado por algunos compañeros de equipo, ya que apenas podía dar un paso más debido al exigente desgaste que acababa de padecer.

Al final de la prueba, los participantes pudieron degustar un plato de arroz gracias a la empresa ‘Eventos y Comidas’, cuyos empleados prepararon cinco paellas gigantes para que nadie se quedara sin reponer fuerzas.

Los voluntarios, incansables

Los cerca de 600 voluntarios contribuyeron a que los corredores estuvieran perfectamente asistidos en todo momento. Y no solo eso. Un grupo situado en la calle Mar Menor (junto al estadio José Barnés), a escasos 3 kilómetros de la línea de meta, jaleaban a cada participante con el objetivo de brindarles unos últimos gritos de aliento antes del esfuerzo final. Algunos atletas no quisieron dejar escapar la oportunidad de guardar para siempre su llegada a la línea de meta grabando sus últimos metros con una cámara en la mano. Al fin y al cabo, acababan de finalizar una experiencia para toda la vida.