Desde la entrada en vigor de la Constitución Española de 1978, han sido varias las crisis económicas y sociales que hemos sufrido, y después de la superación de éstas, así como de serias dificultades, hoy disfrutamos de una democracia asentada y somos un país mucho más fuerte y sólido.

El auge que parece vivir la extrema derecha con un mensaje populista y xenófobo, contagiado por lo que ocurre en Italia, debe hacernos reflexionar sobre la importancia que tiene reforzar la norma institucional básica del Estado para frenar a quienes no quieren facilitar la consolidación de nuestro modelo de convivencia. Refuerzo institucional que, a mi juicio, pasa inequívocamente por una amplia reforma que la adapte a un nuevo tiempo y a los cambios sociales que se han ido produciendo en estos 40 años.

Una reforma sin complejos para blindar derechos sociales y libertades públicas que se han visto amenazados en los últimos años; para encontrar un modelo territorial que una a todos los españoles, ya que ni el retroceso, ni el inmovilismo, ni la ruptura son la solución que España necesita. Una reforma que debe también suprimir la prevalencia del hombre sobre la mujer en la sucesión a la Corona, garantizando así una Constitución plenamente igualitaria.

Queda pendiente también modificar la Constitución para convertir al Senado en una verdadera cámara de representación territorial. El Senado actual, como cámara de segunda lectura, no nos engañemos, es visto por la ciudadanía como una reiteración de la dinámica partidista del Congreso de los Diputados y como una cámara carente de funcionalidad. Una reforma que debe dirigirse a hacer del Senado una herramienta útil y un espacio facilitador en el que todas las Administraciones, también la local, tengan representación.

Cualquier avance democrático en nuestro país pasa porque acometamos esta tarea y por no dejar espacio en la escena política y social de nuestro país a la indecencia, y para lograrlo es fundamental recuperar el espíritu de la transición y de que todos los demócratas seamos capaces de ceder espacios para consensuar una reforma constitucional sin complejos que adapte la norma fundamental a la España del siglo XXI. No debe darnos miedo reformar algo que ha sido bueno para adaptarlo a los avances que se han ido produciendo. Éste es quizás el mejor regalo que podemos hacer todos los españoles a quien nos ha dado tanto, a quien nos ha servido para lograr los mayores avances y a quien debe seguir sirviéndonos como punto de encuentro.

Confío en la plena madurez democrática de la ciudadanía española para lograrlo y para mostrar al mundo una clara y contundente respuesta de la política y de las instituciones españolas a los retos que afronta nuestra democracia. No podemos permitirnos fallar. Un país tolerante y solidario como el nuestro debe seguir siéndolo y la Constitución garantizarlo.