Pactar no era tan difícil. O por lo menos, era menos problemático que alentar siquiera la hipótesis de que tampoco el 10N iba a alumbrar un Gobierno. El arrinconamiento de meses de reproches mutuos entre PSOE y Podemos propició un ceremonial quizás complaciente en exceso, pero contundente en cuanto reafirmación de la izquierda. Es preferible un sueño difícil de conciliar en La Moncloa a dormir a pierna suelta al raso extramuros del palacio.

Querido Pablo, querido Pedro, los dos secretarios generales bailaron un vals por mucho que el semblante de alegría desbordante de Iglesias contrastara con la estampa más contenida de Sánchez. La sintonía se propagó al vocabulario empleado para sellar un preacuerdo considerado "ilusionante" a dos voces.

Los candidatos a presidente y vicepresidente también dedicaron un comentario a la frustración de abril. El mea culpa curiosamente más detallado de Sánchez confesaba "la decepción de los votantes progresistas". Y "progresista" fue precisamente la palabra más abundante en un acto con escenografía modesta, sobre un escritorio casi cervantino.

El pacto anunciado en menos de 48 horas vuelve a demostrar la importancia de llevar la iniciativa, aunque los enunciados del decálogo de acuerdos divaguen en generalidades sin filo. Es comprensible el pasmo en los cuarteles de la derecha, pertrechados para una larga travesía de indefiniciones y sorprendidos ahora por la celeridad de comando de los rivales. Ayer, la izquierda no quería ni escuchar la expresión "nuevas elecciones". Hoy son los conservadores quienes han de desear un largo paréntesis sin urnas.

Iglesias no pudo soslayar la tentación discursiva, en la presentación de un pacto que en su opinión combina la "experiencia" del PSOE con la "valentía" de Podemos. Para los enemigos de la alianza incubada a velocidad centelleante, esas dos cualidades son los principales peligros de la coalición.

La presentación de un Gobierno cuya vigencia reposa en la abstención no beligerante de fuerzas nacionalistas ofreció algunos puntos discutibles. Sánchez e Iglesias sacrificaron su contencioso personal, y han aprendido que negociación no rima con venganza. Sin embargo, el líder de Podemos sobrepujó la importancia de la ultraderecha, al fijar el pacto en la necesidad de "frenar" a Vox. En la experiencia de la mayoría de ciudadanos, los conservadores convencionales del PP han sido más nocivos por su propensión a la corrupción que los neofranquistas.

'Gobiernos mixtos sin un estropicio apreciable'

Los gobiernos mixtos de PSOE y Podemos se han multiplicado en media docena de regiones españolas, sin un estropicio apreciable en la porcelana. Sin embargo, la puesta en marcha de un ejecutivo estatal "profundamente progresista" en palabras de Sánchez, devuelve a la época en que el presidente del Gobierno apostaba por las emociones fuertes.

A pesar de los análisis equivocados del mapa electoral que se han repetido desde el domingo, las trabas al ejecutivo PSOE-Podemos desde la estructura del Congreso palidecen en importancia, frente a las arduas deliberaciones que afrontan los socios para confeccionar un gabinete manejable. En la cámara, la investidura queda prácticamente descartada en la primera vuelta salvo que se habilitara una solución exprés a Cataluña. Sin embargo, la dificultad de votar junto a Vox en la segunda ronda definitiva puede catapultar al Gobierno ahora esbozado.

Hasta la fecha, ni el autosuficiente Sánchez admitía un número dos ni el axiomático Iglesias aceptaba desempeñar esa posición subordinada. La mención explícita del líder socialista a un acuerdo para "cuatro años de legislatura" contabilizaba menos como un anuncio a los espectadores que como una advertencia a su socio repentino. Ahora empiezan los verdaderos problemas, por emplear un sinónimo de gobernar.