Cuando conversamos sobre el bullying solemos encontrar unanimidad en las opiniones: se trata de una lacra social que debemos erradicar. Cada vez estamos más concienciados como sociedad de las terribles consecuencias que tiene el acoso escolar, tanto a corto como a largo plazo, de las causas, las señales y los protocolos de actuación para prevenir y atajar el bullying.

Hasta aquí todo bien. Sin embargo, los adultos seguimos llevando a cabo acciones, tanto de forma individual como colectiva, que no responden a este compromiso para erradicar el acoso escolar, sino más bien todo lo contrario. Veamos algunos ejemplos.

1. Los adultos también ejercemos bullying

Las redes sociales nos han proveído de un anonimato perturbador. Y digo perturbador porque ha servido para sacar, en muchas ocasiones, lo peor que llevamos dentro. Podemos mencionar Twitter como red social por antonomasia en la que el odio se dispara con tanta facilidad como da alguien los buenos días, pero Twitter no cuenta con el monopolio del hate en la red: solo hace falta darnos una vueltecita por TikTok o Instagram para ver la cantidad de comentarios ofensivos que las personas somos capaces de lanzar sin ningún tipo de reparo hacia gente que ni siquiera conocemos, anclándonos en el anonimato que nos proporciona estar al otro lado de la pantalla.

Imaginemos a la niña a la que todo el mundo insultaba en el colegio cuando nosotros éramos adolescentes. Esa a la que llamaban gorda, a la que dejaban de lado y a la que nadie (o casi nadie) defendía nunca. Ahora imaginémonos que esa niña es una adolescente en 2021, y que, como adolescente, se encuentra en búsqueda de la aceptación de sus iguales, de la inclusión en el grupo, la formación de su identidad… En esta etapa tan convulsa como es la adolescencia, esta joven no solo recibe los improperios que mencionábamos dentro del aula, ahora también tiene que lidiar con los comentarios que gente desconocida le refiere cada vez que sube un post en sus redes. Además, después de publicar un vídeo como tantos jóvenes hacen, algunos compañeros lo descargan y lo empiezan a enviar por grupos de WhatsApp con intención de ridiculizarla. Ahora todo el instituto se burla de ella.

Pero no nos puede estremecer esto cuando fácilmente podemos comprobar que no es cosa de jóvenes, que día tras día leemos un caso de alguien que ha decidido dejar las redes porque no podía aguantar más la hostilidad recibida, por poner un ejemplo entre tantísimos que existen.

Si los adultos nos comportamos de esta manera en redes sociales, ¿cómo esperamos que no lo hagan los jóvenes? ¿Les estamos preparando para que hagan un uso apropiado de las redes sociales antes de introducirse en ellas? ¿Les estamos dando ejemplo de ese buen uso de las redes? ¿Estamos conversando con ellos de los efectos que pueden tener estos comentarios en la vida de las personas?

2. Educando desde el chantaje y la obediencia ciega

La experta en Disciplina Positiva, María Soto, apunta que “cuando chantajeamos a un niño para que haga lo que queremos,  podría llegar a aprender a manipular a las personas para conseguir sus propósitos. Cuando a un niño le hacemos ver que “mandamos” por el simple hecho de “ser mayores”,  podría llegar a aprender que puede someter a los más débiles o pequeños”.

No es fácil saber cómo reaccionar cuando necesitamos que nuestros hijos nos hagan caso y pasan olímpicamente de nosotros. Todos hemos pronunciado alguna vez la sentenciadora frase “¡porque lo digo yo!”. Nos centramos en el objetivo a corto plazo que queremos conseguir: que nos obedezcan. Sin embargo, pocas veces nos paramos a pensar en los efectos a largo plazo que pueden tener: que aprendan la obediencia ciega y la trasladen a otros ámbitos de sus vidas. Que asimilen que los gritos, el chantaje o la autoridad son formas válidas de relacionarse con otras personas. Que necesiten imponerse para sentirse por encima de los demás en un intento de sostener su autoestima tambaleante a base de pisotear a otras personas.

 

3. Teniendo a nuestros hijos en un altar

Te llama un profe del cole o la madre de un compañero y te dice que tu hijo ha pegado a Jaimito durante el patio. O que siempre se mete con Lucía y, si llora, se burla de ella. ¡Tu hijo! Tu pequeño angelito, cariñoso y besucón, ¿cómo va a hacerle daño a nadie? Pues bueno, los datos demuestran que el bullying existe, y si hay niños y niñas que en el colegio sufren acoso escolar, es justamente porque hay niños y niñas que ejercen ese acoso. Y no siempre son casos de niños que en su casa ya tienen un mal comportamiento, también hay niños que con sus padres son adorables y con sus compañeros de clase no, o incluso algunos que se meten en el ajo para seguirle la corriente a los demás y ser aceptados en el grupo.

Algunos datos que debemos conocer son, por ejemplo:

  • 1 de cada 4 españoles asegura que sus hijos han sufrido bullying
  • 8 de cada 10 jóvenes han presenciado alguna vez una situación de acoso escolar
  • El 76% de los profesores considera que el bullying afecta mucho al desempeño de su actividad en el centro escolar
  • Solo 2 de cada 10 profesores se sienten preparados para resolver a situaciones de acoso escolar

Si quieres conocer más datos como este, aquí te dejamos la investigación Dilo Todo Contra El Bullying.

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4. Infravalorando y/o idealizando el bullying

El acoso escolar no “son cosas de niños” y, por supuesto, no se va arreglar restándole importancia al tema. Negando los sentimientos de quien lo sufre o incluso responsabilizándole de sufrirlo solo vamos a conseguir que incremente el malestar y la culpa de la víctima de acoso, que seguramente acabará asimilando que no debe expresar cómo se siente, y ya sabemos las múltiples consecuencias que puede tener enseñar a los niños y niñas a negar o deslegitimar sus emociones, como nos contaba Rafa Guerrero en esta ponencia. 

Por otro lado, y aunque parezca increíble, a veces también tendemos a idealizar el bullying con frases como “quien sufre bullying, se hace más fuerte” o “si la vida te pone el bullying en el camino es para que aprendas algo”. Como frases de Mr.Wonderful están genial, pero recapacitemos un poco sobre las connotaciones que pueden tener frases así. Está claro que mucha gente que de joven sufrió acoso escolar ha sido capaz de superarlo y salir fortalecido, al igual que ocurre con tantas otras situaciones complicadas que pasamos en nuestras vidas, pero no podemos verlo como una lección de vida, sino como lo que es: una lacra social. Al final con las situaciones planteadas en este epígrafe acabamos poniendo el foco sobre la persona que la sufre, en lugar de centrarnos en aquellos que lo ejercen, por qué lo ejercen y qué podemos hacer para que no siga ocurriendo.

 

5. Cayendo en falsos mitos

Solemos pensar que el bullying lo ejercen los niños que proviene de familias desestructuradas, de barrios pobres o con problemas psicológicos. Y estamos muy equivocados.

Como nos explicaba la psicóloga Úrsula Perona en esta entrevista, “los estudios nos indican que no hay un perfil de acosador. No importa la clase social, los recursos económicos, no provienen de barrios pobres o de familias desestructuradas. Eso son mitos. Hay niños que agreden y acosan en todas las culturas, en cualquier estrato social y en familias de lo más normales”.

Entonces, ¿qué se esconde detrás del acosador? Úrsula responde tajante: “Un niño o un adolescente que lo está pasando mal. Que tiene problemas de autoestima, que no lo está pasando bien en casa, que no se siente integrado o que en el pasado fue él mismo víctima de bullying. En cualquier caso, es un niño que sufre. Y no podemos olvidar eso”.