"Uy, ¡qué delgada estás, qué guapa! ¡Qué bien!, ¿no?", le dice un tío a su sobrina de 40 años en el tanatorio en el velatorio de su padre. “A ver si te pones a dieta, que has engordado un poco”, le dice una madre a su hija de 13 años cuando se está probando los bañadores del año pasado, que no le caben. “Oye, qué guapa estás, has adelgazado un montón”, le dice un familiar a una chica de 16 años que acaba de pasar por una gastroenteritis que le ha hecho perder 5 kilos. “A ver si pones a dieta a tu hijo, porque está hecho un tonel”, le dice una madre a otra sobre un niño de 10 años que se ha movido poco por la pandemia, una circunstancia que ha vivido con ansiedad y ha compensado con comida.

Estas frases, por increíbles que nos parezcan, se pronunciaron de verdad en las circunstancias que relatamos. Y, aunque resulte insólito, son frases muy habituales que especialmente las mujeres hemos escuchado a lo largo de toda nuestra vida, muy a menudo en reuniones familiares. De hecho, suele ser la primera frase que escuchamos en muchos de estos encuentros. ¿Es positivo que especialmente nuestras hijas crezcan en un entorno así? ¿Qué podemos hacer padres y madres para contrarrestar estos discursos?

 

La gordofobia, un fenómeno muy extendido que se empieza a denunciar

Mensajes como los antes descritos abundan en la idea de que estar gordo es un problema en sí mismo y que estar delgado es lo único que importa, aun a costa de la salud. Responden a un fenómeno social muy extendido del que por fin se está hablando: la gordofobia. Aunque las redes pueden hacernos esclavos de la imagen en muchos casos, hay muchas personas denunciando la gordofobia y la presión por la delgadez.

Es el caso de la nutricionista Victoria Lozada (@nutritionisthenewblack en Instagram), que denuncia la cultura de la dieta y los mensajes centrados en el aspecto físico y señala que el mensaje que hay que transmitir es “tu cuerpo merece respeto, aunque te hayan dicho que no sirve, aunque haya partes que no amas”.

En Twitter, podemos conocer muchos casos de gordofobia de la mano del ya viral “hilo gordo” tejido por Blanca Rodríguez , que recoge casos como este: “Hace unos meses fue la Comunión del hijo de una de mis primas, así que estaba hablando con mi madre sobre lo que nos íbamos a poner. Yo le dije que me había comprado una camisa blanca y una corbata para llevar con los vaqueros. Su respuesta inmediata: “Pero que sea algo que te estilice, ¿eh?”. Su temor no es solo que yo esté gorda, sino que los demás lo sepan”. 

En su sección en Instagram y Tik Tok “Gente gorda haciendo cosas”, Mara Jiménez (@croquetamente__) denuncia con humor la gordofobia recibiendo llamadas ficticias de personas preocupadas por el exceso de peso de amigas o familiares y poniendo en cuestión la preocupación sobre la salud (“¿te preocupa la salud mental de esa persona o solo la física?”, “¿tienes estudios de medicina o nutrición?”, pregunta a las personas que llaman) o la idea de que comentarios en redes sociales como “deberías adelgazar” es “por su bien” (“¿qué te parecería que se te humillara públicamente por un rasgo de tu cuerpo que no fuera normativo?”).

 

¿Cómo podemos educar para que nuestras hijas e hijos no odien su propio cuerpo?

Hay muchas cosas que padres y madres podemos hacer para evitar que nuestras hijas e hijos crezcan odiando su cuerpo. Sí, aunque suene muy fuerte en realidad estos mensajes omnipresentes es lo que provocan: que niñas, chicas y mujeres especialmente tengamos miedo de mostrar nuestro cuerpo, sintamos rechazo con comentarios en redes sociales o en encuentros familiares, nos sometamos a dietas muy restrictivas que tienen efectos tremendos en nuestra salud mental… Así que parece importante contrarrestar este tipo de comentarios y educar para que nuestras hijas e hijos acepten sus cuerpos y los cuiden desde el amor y no desde el odio. Veamos algunas ideas:

1    Demos ejemplo: no mencionemos el peso o la imagen física en cuanto nos encontremos con alguien. En lugar de comenzar el saludo diciendo: “¡Qué guapa estás! ¡Cómo has adelgazado!”, podemos preguntar a esta persona: “¿Cómo estás? ¿Qué es de tu vida?”.

2    Preocupémonos de la salud integral: Si nos preocupa que nuestra hija o hijo está comiendo demasiado o se está moviendo demasiado poco, pensemos qué hay detrás: ¿le estamos proporcionando tiempo de juego y actividad física al aire libre? ¿Le estamos ofreciendo alimentos de calidad? ¿Está pasando por un momento de nerviosismo o de ánimo bajo? ¿Podemos apoyarlo de alguna manera en este momento difícil?

3    Fomentemos (y mantengamos) una relación sana y placentera con la comida. Como señala Blanca Rodríguez en el citado hilo de Twitter, “las personas obesas solemos tener una relación de dependencia (o adicción) con la comida. Y es una muy chungo porque un alcohólico, un drogadicto, puede dejar de beber o de meterse de cuajo, pero yo no puedo dejar de comer. Soy una adicta que tiene que conseguir una relación sana con su adicción. Tengo que aprender a ser una alcohólica funcional que tiene que tomarse las copas suficientes para no tener el mono, pero no puede emborracharse porque la lía y se jode la vida. Y eso es MUY difícil”. Así que es muy importante respetar las señales de hambre de nuestros hijos, hacer de la comida familiar un momento de encuentro y no de tensión y educar el paladar para disfrutar de la comida sin presiones ni culpa. En la ponencia de Juan Llorca en uno de nuestros eventos o en esta entrevista con Diana Oliver, autora de Ñam podéis encontrar algunas claves para fomentar esa relación sana y placentera con la comida. 

4    Demos ejemplo: No ocultemos nuestro cuerpo, aceptémoslo y cuidémoslo desde el amor y no desde el odio. Si queremos ponernos a dieta, veámoslo como una oportunidad para cuidarnos y comer más sano y no como un castigo por salirnos de la norma con ese cuerpo que vemos horrendo. Si vemos que tenemos adicción a alimentos poco sanos, eliminémoslos de nuestro hogar y nuestra compra desde la empatía (es normal esta adicción, porque este tipo de alimentos, omnipresentes, están hechos para provocarla) y con el ánimo de cuidarnos y no de castigarnos. Si queremos ponernos a hacer ejercicio, busquemos alguna actividad placentera y no algo que nos resulte una tortura.

Como dice Victoria Lozada en el post ya enlazado, “dejen a la gente vivir en paz en su cuerpo”.