Para quienes no la conozcáis, Samantha Hudson es una cantantante e 'influencer' española cuyas declaraciones en Cadena Ser el pasado 26 de mayo sobre el sistema educativo han recorrido Twitter y recibido también bastantes críticas. Samantha, que participaba en una charla sobre salud mental en el canal de Twitch de la cadena, criticó la carencia de educación emocional y afectivo-sexual en el sistema educativo actual. 

Para argumentar su punto de vista, la artista hizo una comparación con las asignaturas convencionales que se estudian en las escuelas, “te enseñan los reyes visigodos, las matemáticas… -no estoy en contra de ninguna de estas disciplinas, ni quiero desmerecer a todos los docentes que trabajan en ellas- pero te enseñan un montón de cosas que realmente no puedes aplicar en tu día a día”, sin embargo, “gestionar un ataque de ira, gestionar la envidia, gestionar la frustración, aprender a interrelacionarte de una manera apropiada… son cosas que tú no tienes por qué saber, y que nadie te enseña”.

En las redes sociales, especialmente Twitter, se ha criticado duramente esta comparación, por su supuesto “desprecio” hacia las asignaturas como Matemáticas o Historia, críticas que no creemos justificadas, pues claramente se dejaba patente la intención de no desmerecer ninguna de estas disciplinas.

Por supuesto, todas las asignaturas que se dan en las escuelas son necesarias e imprescindibles. Sin embargo, eso no quita que echemos en falta asignaturas como la educación emocional, a la que Samantha hace mención, y también una carencia de educación sexual en las aulas. Y vamos a aportar argumentos que apoyen esta postura:

1. Por lo que respecta a la educación emocional

No nacemos sabiendo cómo regular nuestras emociones, ni tampoco adquirimos las herramientas para hacerlo por arte de magia. Como siempre apunta el psicólogo Rafa Guerrero, “los niños y niñas solo pueden aprender a regular emociones desde un adulto significativo que, desde su calma, les ayude a regularse”. Estos adultos de referencia somos principalmente las madres, padres y docentes, y nuestra responsabilidad es importantísima, pero también es verdad que, para ello, una de las metas que tenemos que lograr es que la educación emocional se dé tanto en las casas, como en las escuelas.

Nosotros, madres y padres (muchos de los cuales no recibimos educación afectiva en nuestra infancia-juventud), nos informamos para saber más, para aprender a gestionar nuestras propias emociones y también para ayudar a nuestros hijos e hijas con la gestión de las suyas, porque queremos saber más para educar mejor. Pero no es suficiente si la otra pata fundamental para el aprendizaje, crecimiento y desarrollo de los jóvenes, el sistema educativo, no actualiza sus contenidos y los adapta teniendo en cuenta toda la información de la que disponemos ahora y que nuestros padres, por ejemplo, no tenían. En otras palabras, si sabemos que existen 8 tipos de inteligencias, ¿por qué seguimos priorizando la inteligencia lógico-matemática o la lingüística? ¿por qué no valoramos de igual manera la inteligencia corporal, la musical, la intrapersonal, la interpersonal y la naturalista? Todos nosotros podemos tener varias de estas inteligencias (Marta Romo, experta en neuropsicoeducación, explicó en este programa los tipos de inteligencia según el psicólogo e investigador Howard Gardner), sin embargo solemos fomentar solo las dos primeramente mencionadas.

La pedagoga Mar Romera contaba en esta ponencia que el mayor deseo que tenía para sus hijas era que vivieran todas las plataformas emocionales, “que escojan la emoción adecuada, en el momento adecuado, con la intensidad oportuna. Quiero que mis hijas estén tristes cuando pierden a alguien, porque sino serían psicópatas, quiero que sientan enfado cuando alguien las pisa, porque sino serán mujeres maltratadas. Quiero que mis hijas sientan asco cuando tienen que rechazar aquello que no deben acoger”, sentenciaba Mar. Y no podemos estar más de acuerdo con ella.

Pero no solo se trata de la gestión emocional -cuya carencia en tantísimas personas se hace evidente en el abundante odio que inunda hoy en día las redes sociales, por poner un ejemplo- también hablamos del desarrollo de la asertividad, de la responsabilidad afectiva, de la autoestima, de la resolución de conflictos, del desarrollo de la empatía, de la resiliencia, del autoconocimiento, del amor propio, de prevenir adicciones derivadas de un apego inseguro, de evitar relaciones de dependencia emocional… ¿Quién no querría todas estas herramientas para sus hijos e hijas? Nosotros, por supuesto, estamos convencidos de que una sociedad que tuviera todas estas habilidades sería una sociedad mejor, y no nos cabe ápice de duda.

2. Por lo que respecta a la educación sexual

Samantha Hudson también hizo referencia a que “cuanto antes aprendas a conocer quién eres –cuestiones como la sexualidad o la identidad de género-, mejor, porque mejores amigas vas a tener, mejores apoyos, mejores relaciones, y eso te va a ayudar a estar más estable en general en la vida”.

Otra gran verdad. Para empezar, el aumento del consumo de porno (motivado por las facilidades de los dispositivos tecnológicos) entre los jóvenes y la disminución de la edad en la que se empieza a consumir este tipo de contenido, están supliendo la falta de educación sexual en los jóvenes. Una educación que deberían estar recibiendo desde sus casas y desde sus escuelas y que, sin embargo, no está siendo suficiente.

Lara Avargues, sexóloga y terapeuta de parejas, explica que algunas de las consecuencias que estaba provocando que el porno educara a los jóvenes de hoy en día, como por ejemplo el aumento de las relaciones sexuales de riesgo, la frustración, la presión estética, o el aumento de los abusos sexuales y violaciones (también las grupales) entre los jóvenes. Respecto a este tema, atención a las palabras de Marina Marroquí en esta ponencia:

Y no solo los niños / hombres consumen (y son educados por) esta pornografía, también las mujeres, como también contó Marina Marroquí: “Es que ni siquiera van a poder denunciar una violación porque no van a saber que les está pasando. Están normalizando el sexo como el abuso, y eso es muy peligroso”.

También las enfermedades de transmisión sexual se han disparado en los últimos años, y así lo reflejan los datos que proporciona el Ministerio de Sanidad. Solo hay que ver los gráficos que aparecen en el informe 'Vigilancia epidemiológica de las infecciones de transmisión sexual en España, 2018'.

Y qué decir de cifras como que 3 de cada 10 chicas adolescentes sufren violencia de género o que aproximadamente la mitad del alumnado LGTBI en España ha sufrido bullying… y así podríamos seguir un largo rato. Todas estas problemáticas tienen una misma solución: la educación afectivo-sexual. Y, como dice Marina Marroquí, “estamos llegando tarde y estamos llegando mal”.

En definitiva, las sociedades avanzan, cada vez tenemos acceso a más conocimiento, y en 2021 ya sabemos y tenemos muchísimos argumentos que corroboran los beneficios de la educación emocional y la educación sexual en las personas. Por lo tanto, ¿por qué nos sorprendemos tanto por pedir que el sistema educativo se adapte a los avances que el conocimiento ha demostrado? Si queremos construir sociedad más justas, igualitarias, con personas más felices, empáticas y estables emocionalmente, tal vez deberíamos empezar por el foco en la raíz, donde todo comienza, y desde lo que todo se desprende: la educación.