Uno de los caballos de batalla de la Unión Europea (UE) en su agenda para la lucha contra el cambio climático es la economía circular. Con un ojo puesto en los recursos necesarios para fabricar desde ropa hasta coches o alimentos, y otro ojo puesto en los hábitos de consumo, reducir el impacto ambiental ligado a los procesos de fabricación y a los residuos es uno de los principales retos. 

El pasado mes de febrero tuvo lugar una de esas votaciones que suele pasar desapercibida para el común de los mortales, pero que puede marcar grandes diferencias. El Parlamento Europeo daba el visto bueno, con 574 votos a favor, 22 en contra y 95 abstenciones, a un informe de recomendaciones para avanzar hacia esta economía circular. Este acuerdo viene acompañado de la vuelta de tuerca de la concreción: lo que piden por amplia mayoría los eurodiputados son objetivos vinculantes para 2030 con los que reducir la huella ecológica por el uso y consumo de materiales, cubriendo el ciclo completo de todas las categorías de productos comercializados en el mercado europeo.

Según la Cámara, más del 90% de la pérdida de biodiversidad y la escasez de agua son consecuencia de la extracción y procesamiento de recursos, mientras que hasta el 80% del impacto medioambiental de un producto viene determinado por su diseño. El organismo señala también que se consumirá el doble de materiales a nivel global en los próximos cuarenta años y que el volumen de residuos generado cada año crecerá un 70% de aquí a 2050. 

"La Unión Europea lanzó en 2015 el primer plan de Economía Circular, que se ha prolongado con un segundo plan iniciado en 2020 y va ligado al Pacto Verde Europeo", puntualiza Santiago Ramos, profesor en la Escuela de Organización Industrial (EOI), y fundador y CEO de la consultora especializada en economía circular Reloops. 

En opinión de este experto, la apuesta de la UE por el modelo circular y sostenible es “clara”, pero señala posibles trabas en la materialización de los cambios. "El camino está marcado, pero debemos tener en cuenta que tanto el Pacto Verde Europeo como el segundo plan para la Economía Circular son previos a la actual crisis sanitaria y económica. ¿Es esto una traba? ¿Necesitarán una actualización en este nuevo escenario? La respuesta a ambas cuestiones, de momento, es no. Pero no cerraría la puerta por completo, las dudas existen", asegura.

Durabilidad y reparación

En la votación de febrero, el Parlamento Europeo insta a la Comisión a presentar una propuesta legislativa este 2021, con la que ampliar el alcance de la directiva sobre diseño ecológico para incluir productos no relacionados con la energía. Y, según estipula, implicaría establecer "estándares específicos para garantizar que los productos comercializados en la UE tengan un buen rendimiento, sean duraderos, reutilizables, reparables, no tóxicos, actualizables y reciclables".

Estos imperativos destacan por su valentía en un mundo de multinacionales y obsolescencia programada. El concepto del derecho a reparar introducido en noviembre del año pasado va ganando terreno y se presenta, además, con mandatos específicos. Así, los eurodiputados demandan que las reparaciones sean "más atractivas, sistemáticas y rentables", algo se puede lograr mediante garantías de mayor duración, con garantías para las piezas de recambio o con una mejora del acceso a la información sobre la reparación y el mantenimiento.

El Parlamento también incide en la necesidad de aumentar el apoyo a los mercados de segunda mano y pide medidas acabar con las prácticas que reducen la vida útil de un producto y respaldan la producción sostenible. "La UE es un claro ejemplo de modelo productivo y de consumo deficitario en materias primas", plantea Ramos, quien secunda la eficacia de la propuesta europea. "Dar una segunda vida (cuando no más) o extender la duración de nuestros productos es un modo de conservar los recursos que forman parte de ellos", afirma.

De forma concreta, la lista de peticiones de la Cámara incluye, por ejemplo, un cargador único para dispositivos electrónicos, con el que minimizar los residuos, y un etiquetado que incluya información de la durabilidad. Y el escenario que configura es, en general, el de la despedida progresiva del usar y tirar.

Un nuevo paradigma que, en teoría, también respaldan los consumidores. Tal y como revela una encuesta del Eurobarómetro, el 77 % de los ciudadanos europeos preferiría arreglar sus dispositivos en vez de sustituirlos y el 79% considera que debería exigirse legalmente a los fabricantes que faciliten la reparación de los dispositivos digitales o la sustitución de sus componentes.

Responsabilidad

Y se trata de una tendencia que se ha mantenido durante los últimos meses. En España, solo el 12% de los consumidores prefiere comprarlo todo nuevo mientras que el 88% restante se divide entre el 26% que compra bienes de segunda mano con frecuencia, el 54% que lo hace a veces y con productos determinados, y el 8% que solo reutiliza cosas que les ha regalado un conocido, según un estudio reciente realizado por Gratix, una app de consumo responsable.

"A nivel consumo, tenemos que reconocer las responsabilidades de los consumidores, ¿qué impacto tienen nuestras decisiones? Tenemos que estar formados e informados", manifiesta el CEO de Reloops. El resto de transformaciones tanto de modelo productivo como de negocio, conllevarán una mayor eficiencia en el uso de recursos o el pago por uso y la fidelización de clientes. "En resumen, tenemos tres actores principales: sociedad, empresas y administración. Como tres patas de un banco que han de estar muy equilibradas y unidas", condensa Ramos.

La Unión Europea cuenta con su propio plan de acción para impulsar la economía circular y un modelo de producción y consumo responsable que tenga más en cuenta los recursos, aunque por lo que parece, todavía tiene mucho camino que recorrer hasta conseguir implantación real.