El caso de María Ángeles León ejemplifica como pocos el tránsito que muchos filántropos están realizando en los últimos años desde las donaciones directas a la inversión de impacto, es decir, aquella que además de la rentabilidad busca realizar una contribución social y medioambiental que mejore las condiciones de vida de sus receptores y les ayude a ser autosuficientes. «Me había acostumbrado a que vinieran y me ofrecieran elegir entre un pozo o una ambulancia en África. Qué burrada, quién eres tú para decidir sobre lo que pasa a 3.000 kilómetros de tu casa en un entorno sociocultural del que no tienes ni idea. Ahora, quien recibe el dinero termina siendo tu socio, no tu protegido. Hay quien me dice que es usura, pero la ayuda la haces desde un lugar casi por encima, mientras que la inversión te pone al mismo nivel. Es un viaje de humildad enorme», explica.

Ese viaje comenzó hace más de 20 años. «Empezamos cuando nos casamos», apunta en un plural que incluye a Francisco García Paramés, uno de los gestores de inversión más conocidos de España. «Cuando vimos que teníamos dos sueldecitos que nos daban para alquilar una casa e irnos de vacaciones donde queríamos, decidimos dar una parte a otra gente que no ha tenido tanta suerte como nosotros. Yo entonces era mileurista, pero acordamos dedicar el 30% de nuestro salario variable a la filantropía», recuerda. Sus primeros beneficiarios fueron personas de su entorno, como una monja amiga de su abuela que realizaba misiones en la India o el cura que les casó.

«Dábamos un dinerito todo los años que al principio era poco. Sobre el 2002-2004, el contrato de Paco mejoró bastante y el variable ya era un dinero, así que decidimos montar una fundación. Yo mientras tanto trabajaba en Telefónica y estaba teniendo a mis cinco hijos y criándolos, así que le dedicábamos poco tiempo. Buscábamos siempre fundaciones para donar en las que el dinero llegara lo máximo posible, con costes de estructura y publicidad bajos, y así conocimos África Directo», rememora. Unos años después, vino la revelación: «En el 2008 nos dimos cuenta de que toda esa ayuda que llevábamos diez años dando no había generado desarrollo sino dependencias, de que si al año siguiente no dábamos el dinero al colegio o el hospital, aquello cerraba. Y fue entonces cuando comenzamos a buscar otras maneras de hacerlo». Comenzaron con las microfinanzas, «muy de moda» en aquella época y «hoy ya una industria», invirtiendo en la firma española Gawa.

Posteriormente entraron en el fondo estadounidense sin ánimo de lucro Acumen, que se dedica «a lo que ahora se llama inversión de impacto y entonces ellos llamaban capital paciente». El consejo del Nobel Tras la salida de Paramés de Bestinver (gestora del grupo Acciona), la familia se fue a vivir a Londres entre el 2014 y el 2016. «Allí me pasé hora y media en una cola esperando que el profesor (Muhammad) Yunus (premio Nobel de la paz del 2006 por desarrollar el concepto de los microcréditos) saliera de una charla para preguntarle cómo hacer sostenibles todos los proyectos que tenía a fondo perdido. Me dijo: no puedes, esa gente ya tiene una manera de trabajar; lo que tienes que hacer es, si tienes un hospital, abrir otro cerca que cobre algo y así empiezas poco a poco a enseñar que ese es más sostenible que el otro», relata.

León tomó entonces la decisión de montar su propio fondo de inversión de impacto social. «Es el esperanto de la izquierda y la derecha, del capitalismo y el comunismo, esto está en el medio. Una de las cosas más bonitas que he visto en los últimos años es que el Ayuntamiento de Madrid en época de (Manuela) Carmena sacara un fondo de inversión de impacto dotado con 30 millones. Para mí fue brutal, una administración de izquierdas creyendo en un fondo de inversión capitalista, fue totalmente disruptivo. El nuevo gobierno municipal ha parado el proyecto, pero es el siguiente paso del capitalismo. Somos tan ricos en el primer mundo que tenemos que darle un nuevo propósito al dinero, como puede ser erradicar la pobreza y preservar el planeta», argumenta.

Así nació Global Social Impact Investments, la entidad presidida por León. La ejecutiva y Paramés destinan un 15% de los ingresos de su gestora de inversiones tradicionales, Cobas, a su firma de impacto social y a otras actividades educativas (Value School) y de filantropía directa (Open Value Fundation), todo ello bajo el amparo de su 'holding' familiar Santa Comba. Una de sus principales innovaciones ha consistido en desarrollar su propio método para medir el impacto social de los proyectos, a partir de las mejores prácticas internacionales e intentando anticiparse a un futuro estándar global en la materia para el que se temen que todavía falte mucho tiempo. «Todo el mundo dice que es ESG (medio ambiente, social y gobierno corporativo, según sus siglas en inglés), pero muchas veces lo que han hecho es medir su cartera y ponerse un objetivo que ya verán si cumplen. Desde el punto de vista del inversor y del consumidor, hay mucho ruido y pocas nueces», lamenta.

Su primer fondo lo lanzaron en abril del año pasado, destinado al África Subsahariana y con la idea de entrar en Latinoamérica a medio plazo, quizás en el 2022. Ya tiene invertidos unos tres millones de euros en tres proyectos, después de ver más de 30, y guarda otros siete en cartera a los que espera destinar otros 2,5 millones a principios del año que viene.

El objetivo es alcanzar los 66 millones de euros en año y medio con la colaboración de Mapfre, que aporta una tercera parte de la cantidad y le ayuda en la captación de los inversores privados, proceso en el que están inmersos desde después del verano.

Salvar pymes

Se trata de un producto para profesionales: la inversión mínima son 125.000 euros, con una rentabilidad prevista de entre el 5 y el 8% y ventanas de liquidez a partir del quinto año. Lo normal en este tipo de proyectos africanos, explica, es tener que esperar entre ocho y 10 años para ver los resultados, tanto económicos como sociales. «Estamos viendo a gestores de patrimonio tradicionales, que dedican una parte de los fondos de sus clientes a esto; planes de pensiones, que tienen la posibilidad de invertir entre el 2% y el 10% en productos ilíquidos; fundaciones, que tienen sus reservas invertidas en algo o en nada; y también órdenes religiosas, que lo entienden muy bien», enumera.

Paralelamente, está trabajando «con alguna empresa del Ibex» en lanzar otro fondo que se llamará Inergia, invertirá en deuda de firmas de emprendimiento social en España, y espera tener por lo menos comprometido en el primer trimestre del 2021. El Instituto de Crédito Oficial (ICO), explica, pondrá el 30% de lo que aporten los inversores privados. «Lo ideamos antes de la pandemia, pero con el covid nos parece que cualquier inversión que rescate empresas que funcionaban bien en febrero cumple una función social, porque va a recuperar puestos de trabajo que si no se van a perder como sucedió en la crisis de 2008. Va a haber que recuperar muchas cosas en España, hay que proteger y salvar a las pymes: son más del 70% del PIB», argumenta.