En el mundo en que vivimos en nuestros días, resulta muy complicado hacerse una idea de qué nos deparará el futuro. Incluso, el más cercano, mañana mismo. La velocidad y el impacto que están teniendo los desarrollos tecnológicos en nuestra sociedad están motivando que sean muchos los que, de entrada y como ha sucedido a lo largo de la historia con los grandes cambios, se opongan y vean como una amenaza la innovación.

Sobre ello, sobre innovación, hablamos largo y tendido con una de las figuras más relevantes en el ámbito español: Enrique Dans, profesor de Innovación en IE Business School desde 1990. En su último libro, 'Viviendo en el futuro' (Deusto, 2019), aborda los diferentes elementos que marcan nuestra época y las claves sobre cómo la tecnología está cambiando nuestro mundo.

Quizás la cuestión más acuciante que tenemos que abordar como sociedad sea la de la sostenibilidad. ¿Dónde está la clave para intentar revertir y controlar la situación? ¿Tenemos buena parte de la responsabilidad los ciudadanos como se apunta ya desde diversas tribunas?

No, lo que pasa es que la primera cuestión que necesitas para responder a una emergencia es darte cuenta de que existe, y hay un porcentaje muy importante de la ciudadanía que lo niega. La gente de mi generación (la del final de los baby boomers y el principio de la generación X) es la más descreída de la historia. Y caes en la cuenta de que mientras estos no se den cuenta de que estamos en una urgencia y de que hay que hacer cambios, pues no vamos a ningún sitio.

Es más, si llegase un político y dijese que hay que hacer esto o lo otro, dejarían de votarle. Hay un porcentaje importante de responsabilidad de los políticos, sí, pero lo hay también de la ciudadanía que no quiere darse cuenta y prefiere hacer el avestruz. Es cierto que hemos disfrutado de la revolución industrial y de la mayor época de bienestar y crecimiento económico de la historia, pero de repente resulta que te dicen que lo has conseguido con una tecnología que no es sostenible, que hay que abandonar y que además es obsoleta, porque ya hay otras tecnologías que superan los combustibles fósiles y el motor de explosión.

Además, lo importante de estas tecnologías no es encontrarlas, sino adoptarlas, y para que estas tecnologías sean adoptadas masivamente hace falta una respuesta del ciudadano y del consumidor.

Al respecto, en el libro pones de relieve la histórica resistencia al cambio del ser humano, realzando la importancia en la actualidad de aprender a desaprender. ¿Qué pasos tenemos que dar para entrar en esa nueva cultura?

Lo primero es entender que, con un entorno de cambios tan grandes y rápidos, cada tecnología tiene sus prestaciones y una forma de usarla, pero que va a ser superada por otra. Por tanto, lo que tenemos que hacer es convertirnos en adictos al cambio.

La cuestión es darnos cuenta de que en esa actitud de adicción al cambio, que no es la que habitualmente hemos tenido, residen una gran cantidad de los secretos que necesitamos para mejorar esa tecnología y para mejorar nosotros mismos.

Otro de los asuntos que abordas es el del concepto de ciudad, que cada vez tenemos menos espacio para vivirla, ¿también tenemos trabajo por delante, no?

Hay unos cuadros de un artista americano que pinta ciudades donde los peatones en teoría no pueden pasar porque están pasando los coches; lo que pinta es un precipicio y te das cuenta de hasta qué punto nos han robado la ciudad. Hasta qué punto diseñar una ciudad en torno a los coches la ha convertido en un esquema en el que las personas tenemos que andar por las aceras sin meternos en la calle porque pasan coches y nos pueden pillar… Es una cesión del espacio a una tecnología que no tiene ningún sentido.

Entonces, ¿qué papel consideras que puede jugar la tecnología a la hora de recuperar los espacios que hemos perdido?

La tecnología nos ha llevado a que ya tengamos precisamente tecnologías muchísimo menos agresivas, que simplemente cerrando determinadas zonas a la circulación de vehículos con motores de explosión se generaría un efecto isla bastante importante. Pero a partir de ahí tenemos que pensar que de lo que estamos hablando no es de que todos nos compremos un vehículo eléctrico, de lo que estamos hablando es de que seguramente todos los vehículos tienen que pasar de ser un producto que nos compramos a ser un servicio que utilizamos, para que hagan falta muchísimos menos vehículos.

Si una ciudad hoy en día tuviese un transporte público bueno y otra serie de servicios que cuando necesitas ir de un sitio a otro sacas tu móvil, le das un click y aparece alguien que te recoge y te lleva, pues tu necesidad de tener un vehículo y de pagar un montón de dinero por él, y que no vas a utilizar más de un 3%, la cosas sería distinta.

Y luego queda la educación, donde parece que todo está más orientado a formar técnicos que personas. ¿Cómo abordamos esto?

Con respecto a la educación, hemos cometido un error muy importante. Creímos que la educación era la fábrica para que la gente trabajase en las compañías, y eso no es verdad. La educación debería ser aquello que hace que una persona mejore su grado de libertad a la hora de plantearse su vida y ser feliz.

Porque es muy posible que en la sociedad del futuro mi trabajo no sea necesario y si trabajo, que sea en algo que me guste, que me apetezca o quiera hacer y me complete como persona.

Precisamente, el empleo es otro ámbito que está viviendo una auténtica revolución. En el libro incluso cuestionas el derecho al empleo...

Es que la cuestión del derecho al empleo es la mayor patraña del mundo. Porque si hay derecho al trabajo, ¿por qué hay 3 millones de parados en España? ¿No les damos sus derechos? No, lo que ocurre es que ese derecho no funciona.

Entonces, si no tenemos derecho al trabajo y la tecnología es cada vez más eficiente, cada vez ese supuesto derecho va a ser más difícil. Eso, ¿es bueno o malo? A mí me escandaliza que haya quien pueda pensar que eso es malo. Te están diciendo que viene una tecnología que puede trabajar por ti y tú dices: "Ay, qué desastre, yo quiero trabajar". Pues mira, no... Si consiguiésemos que los robots estuviesen en todo, sería fantástico. Claro que entonces habrá quien se pregunte de qué va a vivir, pero eso es otra cosa distinta.

Yo creo que la cuestión va más por el desarrollo de una sociedad que, en su máximo grado de evolución, no pueda tolerar que haya personas por debajo del nivel de la pobreza. Y lo que tenemos que hacer es darle el ingreso mínimo para que vivan y que sea incondicional, tanto al que trabaja como al que no.

En línea con la renta básica universal, pero hay quien sostiene que choca con la idea del incentivo y el mérito...

Yo creo que no. A lo que te incentiva es a buscarte cosas que contribuyan a la sociedad y te sientas bien. Porque no hacer nada es muy duro y el género humano quiere estar haciendo algo. Si en vez de preocuparnos por qué van a hacer si les damos esos ingresos, nos preocupamos por lo que van a querer hacer, seguramente nos encontraremos con que quieren hacer cosas interesantes, creativas y novedosas.

Al fin y al cabo, ¿qué puedes hacer cuando no tienes la obligación de trabajar en algo que no te gusta para llevar dinero a casa? Cualquier cosa...