Pocos municipios tienen tantos tesoros escondidos, y es que Abarán, cuna de la fruta en la Región, esconde mil historias y cien secretos, todos ellos de la mano de un Río Segura que aquí se transforma en el mejor oasis del sureste español.

Hablar de Abarán es pasear por sus calles rebuscadas y retorcidas, de sus Patrones San Damián y San Cosme, del Río Segura, de norias y un gran legado andalusí, pero también de emprendimiento y aventura.

«Hubo gente aquí que se jugó hasta su casa cuando se lanzaron a Europa a vender sus productos», me dice una persona que toma un café a mi lado en uno de los jardines con más historia de la Región de Murcia, y es que su Parque Municipal, en estas fechas, se vuelve un lugar que bien podría haberse sacado de una película de dibujos animados.

Naturaleza y libertad

«La gente en Abarán es acogedora», me dice Jesús Gómez, el alcalde del municipio. «Somos libres en un pueblo libre», haciendo referencia a la sensación de libertad que ofrece una localidad que sabe que la naturaleza ha descargado allí una parte importante de su belleza.

Efectivamente, es un pueblo con vida propia, las tiendas de barrio, con sus frutas y verduras frescas, con su apuesta por la sostenibilidad, son un ir y venir de gente. Acaban de volver a recibir otro premio por su apuesta por el reciclaje, y es que el Ayuntamiento de Abarán por fin tiene claro el camino a seguir.

Lo mejor sin duda, para hacernos una idea de lo que Abarán te puede ofrecer, es empezar en lo más alto del pueblo: su ermita, quizás uno de los balcones naturales más espectaculares que se pueden encontrar a lo largo y ancho de la Región de Murcia.

Visitar la ermita y su entorno garantiza el gozo de los sentidos. Uno de ellos, el del gusto, queda totalmente satisfecho a pocos metros de allí, en el Restaurante La Ermita, que ofrece una variedad de tapas difícil de igualar, y con una relación calidad precio aceptable, lo que sin duda, pone la guinda a este mágico lugar. Es aquí donde sus dos Santos Médicos más famosos, San Cosme y San Damián, tienen su refugio favorito. Desde aquí, lo mejor es recorrer sus recónditas callejuelas e ir a buscar la arteria principal de la ciudad: el Río Segura.

Jardín Municipal: punto de salida

La opción más recomendada para dar comienzo a este recorrido, si no queremos coger el coche, es la de empezar la ruta en el Jardín Municipal. Aquí existe la posibilidad de tomar algo mientras unos grandiosos eucaliptos nos cobijan bajo su sombra, y el cercano bosque de ribera te acuna entre el movimiento de sus brazos eternos. Un pequeño pero histórico bar lleva atendiendo clientes desde los años sesenta, ofreciendo un descanso que no olvidarás.

Este jardín es responsable y testigo mudo de infinidad de historias que han sucedido a los habitantes de la localidad. «Aquí, en las fiestas, han venido los mejores, hasta Raphael cantó aquí», me dice Jesús, un hombre que me cuenta cómo era el lugar hace décadas. «Este es el mejor lugar del mundo», paga su café y se va.

Río arriba, tras apenas diez minutos de caminata, una pasarela nos lleva en un abrir y cerrar de ojos hasta toparnos con una de las maravillas que Abarán guarda: sus norias. La del Candelón queda personalmente recomendada. Es aconsejable regresar unos metros sobre nuestros pasos, para poder así seguir disfrutando de un paseo que parece sacado de un cuento, en busca de su Noria Grande. La señalización es muy buena, por cierto, por lo que las posibilidades de perder la ruta son ínfimas.

Pero lo mejor de este paseo está por llegar, ya que tan solo un kilómetro más allá, nos espera la Noria de Don García, accesible a través de una senda llena de olores y colores que te llevan en volandas hacia el espectacular destino. En primavera, este trozo de senda se vuelve todo un lujo al alcance de muy pocas ciudades, y todo ello, a los pies del embrujo que produce el yacimiento de Medina Siyasa, un lugar que una vez es conocido, se entiende por qué sus ´inquilinos' eligieron esa atalaya para instalarse. Ver el paisaje desde Medina, con Abarán al fondo, es una imagen que te quedará en la memoria para siempre.

Por cierto, si alguna vez me pierdo en primavera, no den muchas vueltas, si me quieren encontrar, seguramente estaré por este valle.

De vuelta a la ciudad, una de esas cosas recomendables es perderse por sus tiendas y calles llenas de murmullo, luces y sombras. Tomar un café en la plaza donde reside su Casa Consistorial, o ver la Torre de su Iglesia de San Pablo entre sus callejuelas, merece sin duda la pena. Su plaza de toros, en pleno centro, es un hervidero de ir y venir de historias, que muestran sin ningún lugar a dudas, que en Abarán la vida late sin parar.

Un lugar llamado para la historia

A escasos tres kilómetros del centro, y en pleno corazón de la Sierra del Oro, hay un lugar llamado para la historia. Es un pecado que este santuario, junto a su albergue, no esté funcionando a pleno rendimiento. Sin duda, Abarán tiene la gran oportunidad turística de su larga y dilatada trayectoria. Pocos municipios tienen la suerte de tener un diamante en bruto así. Cuando Adrián, un enamorado de su pueblo como pocos, y actual concejal en el ayuntamiento, me abre sus puertas de par en par, no me importa ver suciedad, piedras caídas y habitaciones rotas a las espaldas del santuario que acoge a la Virgen del Oro.

Es fácil imaginar allí lo que podría aportar este lugar al turismo, no solo del municipio, sino de toda la comarca. Es un insulto que su peculiar museo siga medio escondido. Abarán tiene aquí su joya de la corona, espero que pronto la pongan en valor.

Es una lástima, que el Ministerio de la Gobernación, a finales de los años cincuenta del siglo pasado, quitara del escudo la propuesta que el Ayuntamiento aprobó: ´Vive siempre la paz del Valle', quizás, sesenta años después, sería buena idea recuperar aquella petición.

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